Capítulo 106

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Vicenta:
—La plateada—me dice con una voz adolorida y me preocupa que tenga algo fracturado.

Saco la llave plateada y me agacho al lado de Daniel. Trato de levantar el pesado grillete, pero no lo consigo, así que lo giro hasta llegar a la cerradura. Abro los grilletes y saco sus brazos y pies de los mismos. Veo que estos dejaron marcas en mi Daniel, marcas que me duelen como si estuvieran en mí y es que al fin y al cabo, Daniel es parte de mí.

Siento un impulso de abrazarlo fuerte. Desde hace mucho tiempo quería abrazarlo aún sabiendo que era imposible, y ahora que es totalmente posible, ¿por qué no hacerlo? Pego mi cuerpo al suyo y lo envuelvo entre mis brazos. Él me responde acariciando mi espalda y escucho un pequeño quejido salir de su boca. Parece que sus muñecas se lastimaron al rozarme y eso quiebra mi corazón.

—Tranquilo—le digo con la voz rota—te voy a cuidar y vamos a curar esas heridas.

—Duelen más las del alma—me dice igual de quebrado que yo y lo siento llorar.

—¡Te amo!—le repito una y otra vez, mientras beso sus mejillas y su frente—¡Te amo, te amo, te amo! Nuestros bebés estarán felices de verte regresar.

—¿Nuestros bebés?—me pregunta confundido y creo que metí la pata.

No sé si fue prudente dejarle saber que ahora somos padres de dos niños y no de solo una, pero creo que es lo correcto. Él se merece saber que tiene otro hijo, quizás eso le dará fuerzas.

Daniel:
¡Un momento! ¿Los bebés? Vicenta y yo solo tenemos una hija. Quizás esté herido y agotado, pero creo estar seguro de lo que escuché y ella habló en plural.

—¿Qué no era solo una?—pregunto confundido—Vicky.

—Tú no lo sabias cuando te fuiste—me dice sonriéndome con un extraño brillo en los ojos, mientras acaricia mis mejillas—pero me dejaste un regalito antes de desaparecer.

—¿Regalito? ¿cuál regalito, mi amor?

—Después de que te fuiste me enteré de que estaba embarazada—me dice con lágrimas en sus ojos—al principio me sentí mal porque creí que mis bebés iban a crecer sin papá—se seca las lágrimas—pero ya estás de vuelta—me sonríe—nos vamos a casa.

¡PAREN TODO! ¿Acaso acaba de decirle que tenemos otro hijo? ¿Pasó otro embarazo sola y sufriendo? ¡No puede ser! Pareciera que siempre que vamos a ser una familia feliz, algo malo pasa y nos divide y es frustrante que lo único que me quede sea luchar contra el destino, y esta vez, lo haré con todas mis fuerzas, se lo debo a mi mujer y a mis hijos.

—¿Me estás diciendo que de nuevo soy papá?—pregunto emocionado, y sintiendo culpa por haberlos dejado solo.

—Sí—acaricia mi rostro con ternura—pero no te canses más de lo que ya estás. Necesitas descansar. En el rancho te cuento todo y ves a tus bebés.

Me siento débil, pero creo que puedo hacer esto. Ella se levanta y luego, junto con su hermano, me cargan y me llevan hasta la camioneta. Yo trato de ayudarlos dando pequeños pasitos, pero mis pies duelen demasiado. Trato de quejarme lo menos posible porque siento la intensa mirada de Vicenta en mí, y sé que en cualquier momento entra en pánico. La entiendo perfectamente: esa sensación de que recuperaste a ese ser amado y esa angustia de sentir que no puedes perderlo otra vez, duele.

Vicenta:
Llegamos a la camioneta y acomodo a Daniel al lado mío. Noto que él está inconsciente y se ve pálido, supongo que está deshidratado.

—Bebote, ¡agua!—grito desesperada—y alcohol, ¿aún tenemos el botiquín de primeros auxilios?

—Sí, lo tenemos—me dice y me mira sorprendido—¿desde cuando sabes hacer curas?

—Desde que voy a misiones con hombres de mi familia y siempre alguno termina herido—le digo—¡dame lo que te pedí!

Bebote me entrega una botella de agua y yo la vierto en mis manos para mojar el rostro de Daniel. Levanto su cabeza y lo hago beber agua, teniendo mucho cuidado para no ahogarlo, pero no consigo que se despierte.

—¿Desde cuándo no te dan de comer? ¿Eh?—pregunto asustada.

Agarro el alcohol y lo hago olerlo por unos cuantos segundos, pero nada parece hacerlo despertar.

—¡CHINGADOS!—grito frustrada.

—Vicenta, cálmate—me dice Bebote—el doctor nos está esperando ya en el rancho.

—¿Qué me calme? Lo acabo de encontrar vivo y lo estoy perdiendo otra vez. ¿Tienes idea de cómo se siente? No ¿verdad? Entonces cállate y acelera.

Bebote hace lo que le pido y yo empiezo a curar las heridas que tiene Daniel. Las más feas que veo son las marcas de los grilletes. Tiene raspones y moretones, pero no parecen ser muy graves. Creo que lo peor es la falta de alimento, me lo querían matar de hambre y de sed, pero no pudieron, eso espero.

Llegamos al rancho y un doctor lo revisa. Efectivamente, Daniel tuvo una hipoglucemia por no comer en muchas horas. El doctor le pone un suero nutricional y me deja un ungüento para poner en sus llagas. Ahora, no me queda más que esperar a que despierte. El doctor dijo que podría tardar unas cuantas horas por lo débil que se encuentra, y mi hija ya debe de estar preguntando por mí.

Me doy una ducha y me pongo ropa cómoda para ir a enfrentar algo que no puedo dejar para después. Me dirijo hacia el cuarto de mi hija.  Abro la puerta y la encuentro escribiendo algo. Me le acerco y me siento a su lado.

—Princesa, ¿qué haces?—le pregunto con tono dulce.

—Le escribo una carta a Diosito—me responde sin desviar la atención de su papel.

—¿Ah sí? Y ¿qué le pide mi Sol a Diosito?

—Que nos regrese a mi papá—me dice y posa su triste mirada en mis ojos—¿me puedes traer un globo de helio? Uno muy grande.

—¿Para qué quieres un globo, mi amor?

—Para pegar la carta al globo y que le llegue a Diosito en el cielo.

—Mi vida—le digo, apretando los dientes para ganar el valor—tengo que decirte algo muy importante.

—Dime, mami—me dice regalándome toda su atención.

No sé cómo decirle esto, ¿cómo le explico que nos quitaron a su padre todo este tiempo y que no estuvo en paz como yo le decía, sino sufriendo? Necesito encontrar las palabras precisas que no la lastimen.

—Vicky—le digo respirando profundo—ya no tendrás que enviar esa carta.

—Quieres convencerme de que mi papá no volverá pero yo sé que lo hará—me dice con sus ojitos aguados.

—No, mi amor, no te quiero convencer de nada.

—Pero no quieres que mande la carta.

—Corazón, no quiero que envíes esa carta porque ya no es necesario.

—¡Sí lo es! Es la única forma de que Diosito nos regrese a mi papi.

—Vicky, eso ya sucedió—le digo, provocando que ella haga silencio y me escuche.

—¿Cómo dijiste?

—Diosito nos devolvió a tu papi, mi amor.

—¿Dónde está?—me pregunta ansiosa y mira a todos lados, buscando a su padre.

—Está en mi cuarto, mi vida, recuperándose.

—¿Está enfermo?

—Sí, un poquito, de la piel y de no comer.

—¿Por qué no comía?

—Porque...—no quiero decir esto, pero a veces no hay otro camino que el de la verdad—Tu papi no estaba con Diosito, como tú y yo pensábamos, sino que lo tenían los malos.

—¿Los malos? ¿Ellos no le daban de comer? ¿Ellos lo enfermaron?

—Sí, mi vida, pero no quiero que tu sientas cosas feas en ese corazoncito—le digo poniendo mi mano en su pecho—yo me encargué ya de que esos malos no nos vuelvan a hacer daño, ¿entendiste? Ya todo está bien.

—¡Quiero ver a mi papi!

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now