Capítulo 66

64 5 0
                                    

Vicenta:
Poco a poco, nuestro beso va adquiriendo fuerza y no puedo negar que me asusta un poco volver a sentir todas esas cosas que solo me ha hecho sentir Daniel, pero al mismo tiempo, muero por volver a perderme entre sus brazos. Nuestras lenguas danzan al compás de nuestros latidos, desenfrenados, y puedo sentir la elección de Daniel rozando mi sexo, por encima de nuestros pijamas.

Siento como mi vagina se humedece sin control, mientras comienzo a perder la cabeza. Me sorprendo, porque hacía años que no me calentaba tan rápido, y es una de las cualidades de Daniel: siempre me hace sentir cosas demasiado intensas.

Sus manos recorren mi espalda, por encima de la tela de mi pijama y siento como mi corazón late a mil por hora. Nuestras respiraciones se aceleran cada vez más, y nuestro beso para por un momento, cuando él me mira directamente a los ojos con su potente mirada llena de amor y deseo. Yo lo miro de la misma manera, ansiando el momento de sentirlo dentro de mí.

Cuidadosamente, me coloca en la cama y yo abro mis piernas, facilitándole así ponerse entre ellas. Él empieza a besar mi cuello y se mueve por encima de la tela, provocando una fricción perfecta entre nuestros sexos.

Entonces él se quita su pullover y veo la cicatriz de su herida, que hace que mi piel se erice, pero de miedo. Caigo en cuenta de algo: justo hoy fue que le dieron de alta en el hospital después de estar muchos días en coma y siento pánico. Me aterra pensar que se le abra la herida o le pase algo malo solo porque yo me calenté de más.

—¡Gringo, espérate!—le digo, casi sin poder respirar y aunque mis hormonas me odien por esto, la salud de Daniel está primero.

Él se detiene y me mira confundido, creo que me malinterpretó. Veo miedo y dolor en sus ojos, y aunque sus labios no me digan nada, su mirada me lo dice todo: está teniendo dudas en este momento, muchas dudas y no lo culpo, pareciera que lo estoy rechazando y que no me quiero entregar a él, pero yo sé que no es así. Me muero de ganas de ser su mujer otra vez, pero no puedo pensar en mis ganas antes que en su salud, no puedo.

—No me mires así—le digo acariciando su mejilla—Tienes que hacer reposo.

—Ya hice reposo—me dice mientras se sienta en la cama y mira hacia un costado.

—Mira—le digo tomando su mentón y haciendo que me mire—yo no me perdonaría que se te volviera a abrir la herida, o que te diera un soponcio no más por yo no aguantarme la calentura.

—Mi amor, ya pasaron dos semanas, la herida cerró.

—Pues sí, pero el doctor dijo que tenías que reposar una semana más.

Aparta su mirada de mí, como si no me creyera que es por eso y no lo culpo, seguramente piensa que aún sigo con dudas por Stefan, pero no es así y se lo voy a desmontar. Tomo su mano y la hago tocar el lado izquierdo de mi pecho.

—¿Lo sientes?—pregunto con una sonrisa—se puso así por ti, porque te ama—una lágrima se escapa de mi ojo—se pone triste cuando dudas de mí.

—Me estás rechazando, ¿cómo quieres que no tenga dudas?

—Haz el reposo que te mandó el doctor, y te prometo que te vas a dar cuenta solito de todo lo que siento por ti.

—Dime la verdad—me dice mirándome a los ojos—¿estás conmigo porque te sientes culpable por lo del balazo y porque me tienes lástima por lo de mi mamá?

—¡NO!—le digo, posando una mirada potente en sus ojos, una mirada que le grita la verdad—Yo no puedo estar con alguien por lástima, cuando yo estoy con alguien, Philips, es porque lo quiero.

—Ya, y supongo que me quieres más a mí, ¿no?

—¿Esto es un berrinche de celos, Daniel Philips?

—No estoy celoso—me dice cruzando sus brazos y apartándose a una esquina.

Me da risa porque parece un niño de tres años haciendo un berrinche. Yo gateo hasta quedar sentada a su lado y lo abrazo riéndome.

—¿De qué te ríes?—me pregunta en forma de protesta.

—De mi Danny berrinchudo—bromeo y creo que logro sacarle una risita—¡mira na más! ¡Qué bonito se ríe pues! Lástima que solo lo hace una vez cada mil solsticios.

—¡No es cierto!—me dice riéndose.

—¿Qué te ríes bonito o que eres amargando?—sigo con mis bromas.

Entonces, me toma entre sus brazos y pone su frente encima de la mía. Me mira con una sonrisa y ya no veo dudas en su mirada, al contrario, veo alegría. Le hago un puchero de bebé.

—Yo también tengo muchas ganas de estar contigo—le digo con voz de niña pequeña, mientras hago un puchero y paso mi dedo índice por su mejilla—pero más ganas tengo de cuidarte ¿eh?

—¡Te amo!—me dice sonriente, parece que al fin me entendió—Y ahora que te recuperé, te juro que nunca más te voy a dejar ir.

—Te amo, y te prometo que ahora que me recuperaste, nunca más te voy a dejar dejarme ir—le digo, convirtiendo su frase en un sencillo trabalenguas para seguirnos riendo.

Daniel:
Entonces, me acerco a su boca y la beso con suavidad. Ella recibe mi muestra de amor con los brazos abiertos y rodea mi cuello con sus brazos, mientras que la intensidad del beso, me hace sentir que en verdad soy el elegido por su corazón. De repente, un sonido interrumpe nuestro tierno momento, es mi celular.

—¿Quién es, mi amor?—me pregunta Vicenta con u respiración agitada, otra vez.

—Es Sánchez—le digo extrañado—¿que necesitará a esta hora?

—Contesta—me dice Vicenta—lo que sea que necesite, lo vamos a ayudar porque él nos ayudó demasiado a nosotros.

—Sí—le digo después de darle un beso en la mejilla y contesto—¿Hello? ¿Bro?

—Daniel, ¡se tienen que ir esta noche a México!—me dice Sánchez desesperado.

—¿Por qué?—pregunto confundido.

—Escuché algo en la oficina.

—¿No que te ibas a tu casa?

—Tuve que pasar por la oficina a recoger unos papeles y en eso, escuché a Indira hablando con el jefe. Descubrieron sus identidades falsas y los quieren meter presos por usurpación ilegal de identidad. Mandaron a pedir una orden de un juez para quitarles a Vicky, la orden llega firmada mañana a primera hora, junto con la orden de aprensión de ustedes.

—¡Chingados!—digo molesto—¿Qué no tienen verdaderos criminales que perseguir? No sé, asesinos, ladrones, narcos.

—Mira, Bro, a mí se me hace muy extraña esa obsesión que tienen ellos contigo.

—Y ¿qué hacemos?—pregunto aturdido.

—Hagan maletas y vengan por la garita número seis a las 2:00 de la madrugada. Yo les voy a dar el paso para que se vayan a México.

—Gracias bro—le digo y cuelgo.

¡Esto no puede estar pasando! Ya me fui del ICE para poder estar con Vicenta, ¿qué más quieren Indira y Brown? Separarme de ella, definitivamente, pero ¿por qué se empeñan en eso? Y no soy el único que lo ha notado, Sánchez también se dio cuenta.

—¿Qué pasó pues?—me dice mi coyote, sacándome de mis pensamientos—¿Qué te dijo Sánchez? Te cambió la cara.

Me levanto de la cama y saco una maleta, en la cual, empiezo a recoger todas mis cosas y las de ella.

—¡Nos tenemos que ir ya!—le digo desesperado y veo que el reloj mata las 11:30 de la noche—Recoge lo que puedas de Vicky porque nos tenemos que ir para México.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now