Capítulo 59

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Vicenta:
Entonces, siento que suena un teléfono, pero no es el mío, sino el de Daniel. Lo tengo en mi bolsillo y veo quién es, Sánchez.

—¿Bueno?—respondo lo más calmada que puedo.

—¿Vicenta?—me pregunta confundido—¿por qué respondes tú el teléfono de Daniel?

—Pasó algo, Sánchez, pero necesito que doña Victoria no lo sepa, al menos, no por ahora.

—¿Tan grave es? Mira, Daniel dejó a su mamá y a Vicky conmigo porque iba a verte para que le dieras una información valiosa sobre el peligro que corren

—Nos atacaron—le digo con la voz quebrada—y Daniel salió herido de bala.

—¿QUÉ?—pregunta en shook—¿Dónde está? ¿Cómo está?

—Ya te mando la ubicación del hospital. Te van a dejar entrar porque estás en los contactos de emergencia, pero por favor, si vas a venir, deja a mi hija en un lugar seguro y si no lo quieres hacer por mí, hazlo por Daniel.

—Vicky es como mi sobrina y tiene mucha gente que la quiere, Vicenta, quédate tranquila, que yo no dejaré que nadie le haga daño y creo que podemos turnarnos.

—¿Cómo así?

—Tú te quedas con Daniel cuando yo cuido a Vicky, y cuando tú la cuides, lo visitaré yo.

—Muchas gracias, Sánchez, de verdad—le digo de corazón.

—Te puedes quedar en mi casa en lo que te busco un departamento para que vivas cuando Daniel despierte, y no me agradezcas nada, Daniel es mi hermano y tu presencia le hace bien, también la de su hija. Mira, no es por ser entrometido, pero él me contó lo que le dijiste: que habías terminado con tu esposo y que estabas empezando a sentir de nuevo cosas por Daniel. ¿Qué va a pasar cuando él se despierte?

—No sé lo que pasará Sánchez, pero te aseguro una cosa: Si Daniel aún me quiere cuando se despierte, pues no me voy a separar de él para nada.

—En ese caso, busco un departamento de casado y no de soltero—me dice soltando una risita.

—¿Te alegra lo que dije?—pregunto confundida.

—Como dije, tú le haces bien a mi amigo y si en dos años no ha podido olvidarte, no lo hará. Vicenta, ese hombre es un desastre andante cuando tú no estás.

—Espero que cuando se despierte, aún quiera que yo arregle ese desastre.

—Estoy seguro de que así será, pero ¿qué le decimos a doña Victoria?

—Dile que Daniel se fue a un viaje de trabajo y que a donde fue, no lo dejan usar el teléfono.

—¿Y sobre ti? Porque te va a ver en la casa.

—Le diremos la verdad, en parte.

—¿Qué? No entiendo, ¿qué le dirás?

—Que terminé con mi ex esposo porque me di cuenta que aún amo a Daniel, y que estoy esperando a que regrese de su viaje para decirle lo que siento.

—Suena bien.

—Entonces, en eso quedamos, y gracias otra vez.

—De nada.

Cuelgo el teléfono y vuelvo al lado de Daniel. Vuelvo a tomar su mano y dejo salir mis sentimientos en forma de lágrimas. Cierro mis ojos, esperando descansar, y creo que lo consigo y no porque esté tranquila, sino porque el agotamiento, tanto físico, como psicológico, me gana.

Me despierto y me veo sentada en una silla y abrazada a Daniel, quien yace inmóvil en una cama de hospital. Miro el reloj y veo que son las 11:30 de la mañana. ¡Qué tarde es! Reviso mi teléfono y dos llamadas perdidas de Sánchez y un mensaje.

Sánchez: Le conté la historia tal cual me la dijiste a doña Victoria, y dejé a Vicky con ella mientras yo voy al trabajo.

Yo: Ok.

Pasan las horas y a cada momento que se va, se me hace más difícil ver a Daniel en ese estado. Me cuesta demasiado creer que lo único que lo mantiene con vida es esa máquina que lo obliga a respirar.

Unas horas después...

Llega Sánchez para relevarme y yo me voy a su casa a ver a mi hija. Al entrar, veo en la sala a doña Victoria jugando con mi bebé, quien me ve y me regala una sonrisa.

—¡Mami!—me dice emocionada, haciendo que su abuela voltee y me vea.

No sé si sea capaz de mentirle, y tampoco sé cómo reaccionará con respecto a mí y a Daniel, ahora que está en sus cinco sentidos.

—Ho...ola—le digo, mirándola con temor.

Ella carga a Vicky y camina hacia mí ¿sonriendo?

—Hola, mijita—me dice muy alegre—Sánchez me contó todo—me entrega a mi bebé.

Tomo a mi hija entre mis brazos y la saludo con un fuerte apapacho y un beso en la frente.

—Yo también lo lamento, mi seño—le digo con cansancio en mi tono de voz.

—Mi amor, ¿no tienes sueñito?—le preguntó a mi pequeña con dulce voz.

—Sí—me responde mi bebé.

—Entonces vamos a que tomes tu siesta del mediodía, que ya te toca—le digo y la llevo hasta su cuna.

Le canto la canción de cuna de siempre y ella cierra sus ojitos. Luego, me voy hasta la sala y me siento en el sofá. Doña Victoria se sienta al lado mío .

—Mija, lamento lo de tu matrimonio—me dice doña Victoria—aunque, no te voy a negar que estoy feliz por mi hijo, porque sé que cuando regrese de ese viaje, le vas a dar esa felicidad que lleva tanto tiempo buscando.

Con lo que dice mi señora, se me pone el corazón chiquito, pero trato de disimular delante de ella.

—Es fácil mantener oculto un sentimiento y engañarse a uno mismo cuando los ojos no ven a esa persona especial—le digo agotada, pero tratando de explicarle que estoy siendo sincera cuando digo que amo a su hijo—pero cuando empecé a ver a Daniel todos los días, ese amor que tenía escondido y reprimido, empezó a salir de nuevo, empezó a crecer, hasta que ya no pude ocultarlo más y yo creía que estaba mal lo que sentía porque estaba casada con otro, pero fue mi ex esposo, el que me hizo darme cuenta de todo.

—No entiendo, mijita, ¿te hizo algo?

—Me dejó en libertad, me dijo que verme sufrir lo lastimaba, y que si seguíamos en esa situación, íbamos a estar sufriendo todos. Terminó conmigo para que yo pudiera ir en busca de mi felicidad y eso hice, solo que aún falta un poco para que esa felicidad llegue.

—Daniel llega en dos días—me dice con una sonrisa y honestamente, espero que ella tenga razón y que sea solo dos días lo que se tarde Daniel en despertar.

—Sí, mi señito—le digo regalándole una sonrisa y abrazándola.

Ella me recibe en sus brazos como si fuera mi mamá y deja un suave beso en mi cabeza.

—Sé que tú y mi hijo sacrificaron muchas cosas para que yo esté bien—me dice ella—y estoy muy segura de que no hay nadie mejor para él que tú, ustedes fueron hechos el uno para el otro.

—Espero que la vida nos deje estar juntos—le digo dejando escapar un sollozo.

—Yo tengo fé de que así será, mi niña—me dice apretándome fuerte—ya no llores.

Pero no puedo evitarlo, termino llorando en los brazos de mi suegra y lo peor es que ella piensa que es por mis inseguridades, cuando en realidad, es porque su hijo, el amor de mi vida, está debatiéndose entre la vida y la muerte.

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