Capítulo 85

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Vicenta:
—¿Ah si?—le digo mirándolo fijamente a los ojos con más odio que nunca en mi mirada—Pues fíjate que ahora lo voy a pisotear más todavía—lo escupe en la cara—¡me das asco! Y ten mucho cuidado, porque a penas vea la oportunidad ¡te mato, hijo de la chingada!

Entonces, siento que Romero me abofetea, pero esta vez, no me dejo caer. Me aguanto del espaldar de una silla y consigo mantenerme en pie.

—¡PÉGAME TODO LO QUE SE TE DE LA GANA! pero hay algo que no vas a poder cambiar: ¿sabes cuál es tu peor castigo? Saber que el único hombre que me hizo sentir mujer se llamó Daniel Philips, y que aunque lo hayas matado, yo me voy a morir amándolo.

Romero me abofetea otra vez, pero sus golpes ya no me duelen,

—¡Te voy a enseñar a respetar, perra!—me grita furioso.

—Patrón, cálmese, por favor—le dice Andrea, tratando de salvarme.

Romero la abofetea a ella también, pero más fuerte. La deja tirada en el suelo y me carga. Yo pataleo para liberarme, pero ¿a quién engaño? En el finde sé que no me puedo librar de lo que me espera. Entra a un cuarto y cierra la puerta con seguro. Luego, me avienta en la cama y se pone encima de mí, presionándome contra la misma.

—¡SUÉLTAME!—le grito, mientras lloro con desesperación.

¿Hasta cuándo, Dios mío?

—Ahora sí, vas a ver lo que es placer—me dice Romero y se deshace de toda la ropa que traía puesta de la cintura para abajo.

—¡Eres un poco hombre!—le grito furiosa, esperando a que mis palabras hagan que se le baje la calentura y me dejé en paz.

Honestamente, prefiero que me golpee, mil veces, antes que esto.

—Tuviste que secuestrarme, matar a Daniel, a mi hija, y aún así no consigues tenerme—le digo, tratando de controlar mi llanto, pero él se las ingenia para abrirme las piernas—Lo único que consigues es que te odie más.

—Ya te tuve mil veces, mamacita—me dice aguantando mi cabeza para hacerme mirarlo.

Veo que se deshace de la ropa que traía puesta y entro en pánico. De nuevo, me paralizo, mientras mi corazón quiere salir corriendo de ese cuarto y llegar hasta donde sea, bien lejos de este malnacido. Me empieza a faltar el aire y no puedo ni gritar, cuando lo siento moverse muy brusco dentro de mí.

No puedo hablar, no puedo gritar, ni siquiera me puedo mover, es como si mi cuerpo ya se hubiera acostumbrado a esto: a la suciedad, al dolor, y a veces, al sangrado que me provoca.

Un rato después...

Han pasado unas horas desde que Romero se fue, no sé cuántas exactamente y tampoco me importa. Lo único que sé es que me quiero morir porque ahora sí, no me quedan motivos para vivir. Veo entrenar a Andrea con una bandeja de comida en sus manos. La pone en la mesita de noche y se sienta a mi lado.

—¡Ay! Chentita—me dice Andy llorando, mientras acaricia mi cabello—¿hasta cuando vas a sufrir así?

—Hasta que me muera—le digo con la voz rota y decidida de que eso es lo que quiero.

—No digas eso, hay mucha vida por delante de ti.

—Te la regalo, yo ya no la quiero.

Entonces, Elizabeth viene con un papelito en sus manos y se lo entrega a su hermana.

—¿Qué es esto, nena?—le pregunta Andrea confundida.

—Lo encontré debajo de la cama—Le dice Eli alzando sus hombros—creo que son chistes para que tía Chenta se ría.

—Tú tía Chenta se va a reír muy pronto, pero por ahora—le dice Andy con un tono de voz muy dulce, sería una gran mamá si tan solo no estuviera encerrada aquí, y si pudiese encontrar al hombre correcto—¿quieres ir al baño a jugar al baño con el agüita y tus muñecas?

—Sí—responde Eli y se va a jugar.

Andrea abre la carta, la lee con la vista, y al hacerlo, la expresión de su rostro cambia, como si de la nada, las esperanzas se hubiesen apoderado de ella.

—Chenta, la carta es para ti—me dice con una sonrisa—es de uno de los guaruras.

—No me interesa—le digo, mostrando el menor interés posible.

—Léela, por favor—me dice con tono suplicante.

—¡Ay!—le digo fastidiada—está bien.

Tomo ese pedazo de papel en mis manos y lo leo con la vista.

"Señora Vicenta, yo sabía que el patrón tenía a una mujer sometida, pero recién ayer la vi y la reconocí. Usted salvó a mi familia en el desierto hace años. No crea que estoy aquí porque quiero, estoy aquí porque me tienen amenazado con mi familia. No soporto verla así, sabiendo que le debo la vida de mi familia. La quiero ayudar a escapar"

—Uy si ¡como no!—digo con sarcasmo en mi tono de voz e intento romper la carta, pero Andrea me detiene.

—¡Espera!—me dice desesperada, Cómo Si su vida dependerá de ello—Chenta, esta puede ser nuestra salida de este infierno, aceptemos la ayuda del guarura.

—Estás bien pendeja, mija—le digo incrédula y esperando lo peor de todos—¡ese hombre no nos va a ayudar! ¿Y si es una trampa?

—Nadie se arriesga tanto por una trampa, a demás, ¡piensa en tu hija, Chenta!

—¿Mi hija?—le pregunto con la voz quebrada y con muchas lágrimas en mis ojos—¿Qué no escuchaste que me la mataron?

—Puede ser una mentira—me dice cautelosa—para que dejes de luchar, para que te rindas. Romero te vio débil, y te quiso terminar de quebrar. A demás, él no te enseño ninguna prueba ¿o si?

—Pues no, es sólo su palabra—le digo más calmada.

No quiero tener esperanza y después, caer de nuevo y más fuerte por una desilusión, pero al mismo tiempo, necesito aferrarme a algo para seguir viva y ese algo, es la idea de que mi gringo y mi hija siguen con vida.

-¿Quieres seguir viviendo así?—me pregunta Andrea alzando una ceja.

—¡NO!—respondo sin pensar—Mira, tienes razón, en cuánto lo veamos le decimos que aceptamos.

—Hay algo escrito por detrás.

—A ver—digo volteando la carta—"Estamos en un rancho a las afueras de Santa Fe, México".

—Bien, ya sabemos que estamos en México—dice Andrea aliviada.

—Mi familia vive en Matamoros, Tamaulipas.

—¡Perfecto!

Tres días después...

Romero no me ha vuelto a tocar porque va estado ocupado en sus negocios, gracias al cielo. Mientras tanto, el guarura nos explicó con lujo de detalle lo que debemos hacer hoy por el mediodía para escapar.

Primeramente, nos dio un destornillador, con el cual, Andrea y yo sacamos la tapa del conducto de ventilación y nos metimos en el mismo. Luego, pusimos la tapa de vuelta. Por supuesto, antes de irnos, dejamos tres pilas de almohadas y ropa bajo una enorme sabana, para que parezca qué hay tres personas durmiendo ahí.

Estamos a punto de salir por el final del conducto, que da al estacionamiento de los camiones llenos de merca. Justamente hoy, iban a llevar un cargamento a la ciudad de McAllen y nuestro guarura estrella es el encargado de hacerlo.

Nos disponemos a salir, pero vemos que se acerca Romero y sostenemos la tapa para que no se caiga ni se mueva.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ