Capítulo 60

76 3 0
                                    

Vicenta:
Nueve días después...

He estado visitando a Daniel cautelosamente y manteniendo un perfil bajo para no llamar la atención. Técnicamente, Daniel no se queda solo porque cuando Sánchez está trabajando, yo vengo a cuidarlo y cuando no, él es quien viene a cuidar de su amigo, o como dice él, su hermano. Ahora mismo, estoy en el hospital mirando a la ventana, deseando poder hacer un trato con la vida. Si pudiera hablar con el destino cara a cara, le diría lo siguiente: "Si me devuelves a mí Daniel, me dejaré de tonterías, dejaré mis miedos atrás y seré valiente, lo suficiente como para asumir el hecho de regresar al pasado y convertirlo en mi presente".

Se preguntarán: ¿miedo por qué? Porque, tal como dice la letra de una canción que escuché alguna vez: estando con él me mata, y sin él me muero. Tengo miedos, sí, temo a que Daniel me vuelva a dejar, o a volver a verme obligada a dejarlo, pero en lo personal, prefiero morirme de amor, antes que morirme lenta y dolorosamente por la soledad, así que sí, dejaré la razón a un lado y seré valiente.

Si Daniel se queda conmigo, juro que escucharé atentamente a mi corazón y que bailaré al compás de cada latido, no importa a donde me lleve. Me le acerco a Daniel y le digo con una sonrisa, bañada por mis lágrimas:

—Aún me debes un último baile, mi amor—le digo, tratando de mantenerme fuerte—y no me importa si es el último de mi vida, siempre y cuando sea contigo y solamente contigo—pego mi frente a la suya y le susurro con mi voz quebrada—no me dejes sola.

Entonces, veo una llamada de Melanie en mi celular, seco mis lágrimas y contesto rápidamente.

—¿Bueno?—respondo.

—Vicenta, Vicenta, perdón—me dice desesperada y en su voz se nota que está llorando—Yo no quise decírselo, pero ella me sacó la sopa.

—A ver, a ver, ¡cálmate! No entendí una sola cosa de lo que me dijiste.

—Pasó algo terrible, no fue mi intención, te lo juro.

—¿Qué pasó, Melanie? ¡Me estás asustando!

—Es tu suegra, la señora Victoria.

—¿Qué pasó con ella?—pregunto con el miedo instalándose en mi pecho.

Espero que no sé lo que estoy pensando porque si lo es, destrozaría a Daniel.

—Murió—me dice desesperada—le dio un infarto cuando supo lo de Daniel y la ambulancia no llegó a tiempo.

—¿QUÉ?—pregunto en shook—A ver, pero ¿por qué le dijiste, mija?

—Tarde o temprano se iba a enterar. Llegó a mi asa haciendo demasiadas preguntas y como yo no le respondía, empezó a alterarse y le tuve que decir todo porque ya no sabía que hacer para calmarla y terminé empeorando las cosas—me explica y suena realmente arrepentida—perdóname, Chenta, por favor, perdóname.

—No me digas eso pues—le digo con mi voz quebrada y rompiendo a llorar—no me pidas perdón porque tú no tuviste la culpa de nada ¿estamos? Tú no jalaste ese gatillo que piso a Daniel en este estado, así que ¡para de decir eso!

—¿Cuándo dejarán de hacerte daño, amiga?

—El día en que me muera y pa eso falta mucho todavía. Ya estoy harta de esconderme, así que ¡que vengan! Aquí los estoy esperando pa hacerlos pagar por esto—digo dejando salir mi rabia.

Cuelgo el teléfono y le llamo a Salvador, quien manda a Rosario a cuidar de mi hija, y él viene a cuidar de Daniel en lo que Sánchez y yo preparamos el funeral de doña Victoria. La velamos durante veinticuatro horas, y luego, le damos cristiana sepultura. Antes de que baje el ataúd, decido decir unas palabras y me importa un comino si Brown e Indira, quienes están presentes en el funeral, me ven.

—Hoy estamos aquí—digo sintiendo en mí un dolor muy similar al que sentí cuando perdí a mi mamá—para despedir a este ser lleno de luz, a esta mujer maravillosa que fue Victoria Philips, una excelente amiga, y madre. Para mí fue eso, una segunda madre que me quiso desde el principio hasta el final, aún con mis virtudes y defectos, con todo lo que soy, y por eso hoy le prometo una cosa, mi doña, con Dios de testigo: le prometo cumplir la promesa que le hice hace unos días, usted sabe cuál. Que Diosito me la bendiga—lanzo una hortensia, en vez de una rosa blanca, como hacen los demás.

Pedimos especialmente que si los presentes iban a traer flores, que fuesen hortensias porque eran las favoritas de doña Victoria.

—Y que la tenga siempre en su gloria—termino mi frase.

Sé perfectamente lo que se siente ser huérfana y quisiera evitarle a toda costa este dolor a Daniel, pero sé que no puedo. Lo único que puedo hacer es quedarme a su lado y apoyarlo en todo lo que necesite. Sánchez tiene que irse a trabajar ahora, y Chava se tiene que ir a resolver unos negocios, así que mientras Chayo cuida de Vicky, yo debo ir a cuidar a Daniel.

Voy caminando por los pasillos del hospital, ya casi llegando al cuarto de Daniel para una vez más, pretender que mi voz puede traerlo de vuelta, aunque sé que las cosas no funcionan así, pero es lindo tener una esperanza porque no tenerla, es morir.

—Vicenta Acero—me dice una voz masculina con firmeza, como si me estuviese regañando.

—¿Sí?—digo cansada y sin voltear, hoy no es un buen día para molestarme porque estoy mal y cuando estoy así, ni yo misma sé de lo que soy capaz.

Entonces volteo y veo a Brown, el jefe de Daniel, ¿qué hace aquí? Si no vino a verlo en todo este tiempo, no sirve de nada que venga a verlo ahora. Me enoja verlo, pero no quiero buscarle problemas a Daniel.

—¿Qué haces aquí?—me pregunta molesto—¿No te bastó con lo que le pasó a Philips y a su madre por tu culpa? ¿Vienes por más?

Paciencia, Vicenta, paciencia, aunque en parte, tiene razón: la bala que tiene así a Daniel era para mí, aunque esto no hubiera pasado si yo hubiese seguido el plan que teníamos al principio, ¿o quizás lo hubieran matado antes? No lo sé y no quiero averiguarlo. De nada sirve cuestionar el pasado, cuando el presente es tan grave.

—Pues gracias por restregarme en la cara que fue mi culpa—le digo quebrada, y dejando salir unas cuantas lágrimas—aunque nunca quise que nada de esto pasara.

Precisamente hoy estoy más sensible de lo normal y si me provocan, no sé cómo voy a reaccionar.

—¡Ya deja esas lagrimas de cocodrilo!—me reprime—¿Quién me dice que no fuiste tú misma quien mandó a matar a Philips para vengarte de él porque te quitó a tu hija?

¡NO! Eso sí que no se lo permito por más jefe que sea.

Calma, Vicenta, calma...

—No se atreva a repetir semejante estupidez—le digo entre dientes y llevando al límite ni autocontrol—¡Yo a Daniel lo amo! ¡Quiero verlo feliz, no muerto! Y ni usted ni nadie van a cambiar eso.

Creo que hablé de más, pero a este punto, no me importa.

—¿Eso quiere decir que todo este tiempo han estado juntos?—me pregunta Brown bastante enojado.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now