Capítulo 93

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Dos semanas después...

Vicenta:
Me he adaptado bastante bien a mi antigua vida. Aunque a veces me despierto con ataques de pánico por alguna pesadilla, Daniel siempre está alerta y sabe cómo manejarlo. Me parece mentira que después de todo, aún me siga queriendo, pero así es el amor: incondicional.

Es reconfortante saber que puedo andar libremente por el rancho y sí, igual estoy rodeada de guaruras, pero estos me protegen a mí y protegen a lo que amo. Siento un gran alivio de saber que al fin estoy en casa con mi familia, rodeada de las personas que más amo en este mundo, y a la vez, sanando mis heridas.

Andrea ha sido, a demás de mi amiga, mi terapeuta. Ha seguido estudiando sus clases, pero sólo a través de los libros de las diferentes materias de la carrera que le consigue su padre. No se graduará, pero al menos, está adquiriendo ese conocimiento, del cual, está tan sedienta.

Ella me dice que estoy empezando a sentirme mejor porque estoy en el lugar que identifico como hogar, con las personas a las cuales, llamo familia. También que es porque me siento protegida y consentida aquí, y es cierto, así me siento.

Estoy sentada en la orilla de mi cama y veo mi cofre, en donde dejé mi cadena y mi anillo. Tomo la pequeña cajita tallada en los manos y la abro. Luego, saco y me pongo la cadena. Sigo sosteniendo el anillo con mis manos y me quedo enternecida mirándolo. ¿Debería decirle a Daniel que aún nos conservo?

Daniel:
Vicenta ha mejorado mucho y eso me alegra, dice Andrea que eso se debe al ambiente familiar en el que está conviviendo, y al amor que todos le damos. Si es así, pues se recuperará completamente muy pronto porque le pienso dar todo el amor que tengo en mi corazón.

Es mediodía y Vicky está durmiendo, pero no veo a Vicenta. La busco por toda la casa y no la encuentro. Quizás está en nuestro cuarto, pienso para tranquilizarme. Voy corriendo hasta esa habitación y efectivamente, la veo.

Vicenta está sentada en el quicio de nuestra cama, mirando fijamente a un objeto que sostiene entre sus manos.

—Mi amor—le digo dulcemente, pero ella no responde, es como si estuviera en las nubes—¿Babe?

Empiezo a asustarme, ¿será otro tipo de crisis? Espero que no sea nada grave.

—¡Vicenta!—digo acercándome.

Ella guarda en su bolsillo lo que sostenía con sus manos, ¿qué me quiere esconder?

—¿Eh?—pregunta nerviosa, como quien acaba de regresar de la luna y no sabe lo que pasa a su alrededor—¿Qué pasó, mi Güerito?

Su mano está dentro de su bolsillo y creo que sostiene lo que estaba mirando hace un momento, lo que la tenía así de concentrada.

—Amor—le digo preocupado—estás en las nubes, ¿qué tienes ahí?

—Un recuerdo—me dice con los ojos llorosos, pero al mismo tiempo, una sonrisa empieza a dibujarse en su rostro.

—Enséñame—le regalo una sonrisa para inspirarle confianza.

Ella saca la mano que tenía escondida en su bolsillo y veo que sujeta un hermoso anillo. Lo acerca un poco más a mí y alcanzo a ver qué es de oro blanco y... ¡yo conozco este anillo!

Vicenta:
No sé si estoy haciendo lo correcto, pero es lo que mi corazón me dicta y la nostalgia me invade al hacerlo, y no soy la única nostálgica, ya que en sus ojos, veo que él también lo está.

—Esto—le digo con nostalgia en mi voz—¿lo reconoces?

Me mira sorprendido, pero al mismo tiempo, ¿orgulloso? Veo mil emociones en sus ojos. Sé que este anillo fue un símbolo muy importante de nuestra unión, y lo sigue siendo para mí, pero no sé si lo siga siendo para él.

—¿Todavía lo tienes?—me pregunta con lágrimas en sus ojos.

—No es lo único que conservo—le digo sacando la cadenita de adentro de mi suéter, dejándola visible para él—también tengo esto—le muestro el dije para que lo pueda ver más de cerca.

—Mi amor ¿cómo le hiciste para conservarlos?—me pregunta en shook, pero creo que es un shook positivo.

—Es que los había puesto en el bolsillo de mi chaqueta para no dañar el vestido de novia, y cuando me los iba a poner pues pasó—se hace un nudo en mi garganta al recordar—lo que pasó pues, y los guardé con mucho celo, como mi más grande tesoro—le digo con lágrimas en mis ojos—porque eran lo único que me quedaba de ti, y me sentía conectada a ti a través de ellos.

Él está muy conmovido con todo lo que le estoy diciendo, y de repente, abre sus brazos y envuelve mi cuerpo en el más tierno y hermoso de los abrazos. Solloza en mis hombros y yo sobo su espalda para calmarlo.

—No sabes cuánto me duele que hayas pasado por todo eso—me dice con la voz rota—hubiese dado mi vida para evitarlo.

¿Dar su vida por mí? ¿Más de lo que ya lo ha hecho? No puedo permitir que nada malo le pase por mi culpa. Lo amo y jamás me perdonaría perderlo por estúpida.

—¡No digas eso pues!—le digo con la voz rota—¡Que la boca se te haga chicharrón! No tienes que dar tu vida por la mía pa que yo me de cuenta de que me amas un chingo—agarro su rostro y pego nuestras frentes—Yo lo sé y estoy completamente segura de eso, te creo, amor, te creo porque te amo.

—Precisamente porque lo sabes—me dice mirándome fijamente a los ojos y acariciando mi mejilla—no me pidas que no esté dispuesto a morir por ti o por mi hija, porque ese deseo—besa mi mejilla—no se va a—lo hace otra vez—a poder—repite su gesto de cariño—cumplir.

A pesar de que tengo miedo, yo sonrío y lo abrazo. Él me recibe y nos mantenemos dándonos calorcito por un rato. Entonces, Daniel empieza a mirar fijamente al anillo que aún se encuentra en sus manos.

—Y—dice algo temeroso, y me mira directamente a los ojos, mientras, con su mano libre, toma una de las mías—¿todavía te quieres casar conmigo?

¿Es una broma? ¡Claro que Sí! Pero la verdadera pregunta es: ¿él aún quiere casarse conmigo?

—Es lo que siempre quise—respondo con lágrimas de felicidad en mis ojos y con una amplia sonrisa—desde que me di cuenta de que—me sonrojo—pues... estaba perdidamente enamorada de ti.

Él sonríe y lentamente, pone el anillo en mi dedo, con cuidado de no dañar mi piel.

—Entonces, oficialmente, estamos comprometidos de nuevo—me dice con una sonrisa—y esta vez, iremos con cuidado.

—Con mucha cautela—le digo sonriendo.

Entonces, siento que sus brazos me rodean y yo me dejo envolver por su calor. Luego, sus manos acunan mi rostro y sus ojos, lo analizan. Yo decido tomarlo por las mejillas y finalmente pegar nuestras bocas.

Daniel me ha besado en la boca muy pocas veces desde que regresé y lo entiendo, no me quiere lastimar, aunque sus besos no me lastiman, al contrario, me devuelven poco a poco la felicidad que me quitaron.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now