Capítulo 4

138 10 0
                                    

Daniel:
—¡No! No se acabó—le digo tembloroso; creo que mis nervios me están traicionando—y sí, ¡sí te llamo "mi amor" porque eso es lo que eres. Te amo y nunca te haría daño—vuelvo a tomar su rostro entre mis manos, pero esta vez no intento besarla, solo quiero que me mire a los ojos y vea la verdad, que me crea.

Aunque hay algo que no me cuadra. Yo estuve con ella a noche, ¿por qué dice que estuve con otra? Entonces ella me sonríe, pero no es una sonrisa auténtica, noto demasiado sarcasmo en la misma.

—¿Ah sí?—me dice con cierta ironía—¿Nunca me harías daño?

—No—le digo seguro.

—¿No?

—¡No!

—¿Seguro?

—Seguro.

—A ver—me dice tomando mis manos y apartándolas de su rostro—entonces dime—suelta mis manos—¡¿QUÉ FREGADOS ES ESTO?!

Con rabia, me entrega su teléfono desbloqueado y con los mensajes abiertos.

—¿Qué se supone que es?—pregunto confundido.

—Abre el mensaje más reciente—me dice sin mirarme.

Yo lo abro y veo unas fotos ¿la empleada y yo? What the fuck? Y tienen la fecha de ayer. No entiendo, ¡yo estuve con Vicenta a noche! Eso es lo que recuerdo, ¡nunca le he sido infiel!

—No no no no no no no, ¡Esto es un montaje!—le digo desesperado y hasta creo que tartamudeo.

—¿Montaje? ¡No seas cínico!—me dice furiosa—ese eres tú y en esas fotos apareces muy a gusto revolcándote con la tal Dalia. Para mí se ve bastante real, Daniel—escucho un sollozo salir de su boca; un sollozo que me parte el corazón—y todo está muy claro, demasiado claro.

—Vicenta ¡yo a noche estuve contigo!—le digo desesperado antes de que repita lo que había dicho anteriormente.

—¡DEJA DE REPETIR LO MISMO! Yo no dormí aquí a noche, llegué a las 8:15 de la mañana.

¿Qué? ¿No durmió aquí? Entonces ¿a quién le hice el amor? ¿Estás fotos son verdad? Pero es que no... ¡no puede ser! La tal Dalia no me levanta ni un mal pensamiento, ¿cómo pude haberme metido con ella en la cama? ¡No lo hice!

—Amor—digo tomando sus manos, aunque ella rechaza mi gesto—¡yo nunca te haría esto! Créeme, por favor.

—Es que no puedo creerte, Daniel—me dice quebrada—no puedo hacerme la que no vi esas fotos y seguir contigo como si nada hubiese pasado, como si a noche no te hubieses revolcado con otra en NUESTRA cama; simplemente no puedo—mira hacia un costado.

Vicenta:
No puedo perdonarlo, no ahora, y creo que nunca lo haré. No respetó esta casa, no respetó lo nuestro, no me respetó a mí; no respetó nada. Cruzó los límites y después de esto, no me logro ver feliz con él de nuevo, ni siquiera me logro ver durmiendo a su lado como antes porque ya nada será como antes. El cuento de hadas se acabó y mi príncipe se convirtió en sapo cuando lo besé. Todo parece indicar que el amor no quiere que lo sienta; y que yo no fui hecha para amar. De repente, veo que se arrodilla y se abraza a mis caderas mientras suelta sollozos y lágrimas de cocodrilo.

—¡Por favor, créeme!—me dice desesperado—yo te amo y quiero verte feliz.

—¿Y por eso me pones el cuerno?—le digo dolida—¡por favor! Acepta que perdiste.

—¡No lo acepto! Y el día que lo haga, estaré muerto.

—Deja de decir idioteces, Daniel, por favor. ¡Deja de mentir!

—¡No es mentira! Es la verdad más grande que he tenido en mi boca: ¡TE AMO! Por favor, no me dejes, yo no quiero vivir sin ti. ¡Créeme! Créeme, amor.

—Daniel, suéltame—le digo fría.

—No.

—¡Que me sueltes!

—¡Que no! Hasta que no me digas que me crees.

—No te creo.

—¡Por favor!

—¡NO TE CREO! ¡Suéltame!

—¡No!

—Daniel, por favor, no me lastimes más—le digo quebrada.

Daniel:
Esa última frase abre un hueco en mi pecho y deja mi alma vacía. No quiero perderla, pero debo darle su espacio porque esto es mi culpa. No sé cómo pasó, es más, aún no tengo muy claro lo que pasó, pero voy a averiguarlo y cuando me lo aclare a mí mismo, se lo aclararé a ella. Por lo pronto, luchar por recuperarla es sinónimo de hacerla llorar, de hacerla sufrir, de lastimarla y hacerle mucho daño. Yo no quiero eso, así que suelto mi agarre, dejándola libre, mas no me levanto del suelo. Solo me quedó arrodillado mirando hacia un costado del suelo mientras escucho sus pasos apurados alejarse de mí. Entonces noto algo: su teléfono se quedó conmigo.

Vicenta:
Siento como si la vida hubiese perdido su color, ese brillo que la hacía tan preciada. ¿Pensamientos suicidas, Vicenta? ¿Por la traicion de un hombre? ¿En qué piensas, niña? Estoy rota, sí, pero eso no significa que no pueda repararme sola. Juro que poco a poco, pieza a pieza, me voy a reconstruir entera. Seré como un fénix; renaceré de mis propias cenizas y volare alto hacia donde nadie me pueda ver, ni tocar, ni lastimar. Sé que algún día voy a estar curada porque no hay mal que dure cien años, pero por ahora solo quiero llorar; necesito sacar mi dolor para no ahogarme con él.

Daniel:
Ya no siento sus pasos, creo que se fue. Entonces una idea se fija en mi mente: probar mi inocencia frente a mi mujer. Agarro el celular de Vicenta y copio el número de teléfono del que le llegaron las fotos y luego, envío las fotos a mi celular vía mensaje de texto. Después, elimino los mensajes al mío que estaban en el celular de Vicenta y miro en el historial el último mensaje que me había mandado... "Te amo" dice el mensaje. Al leerlo, siento un pinchazo en mi corazón, como si yo mismo hubiese clavado un puñal en mi pecho. Pongo su teléfono en mi bolsillo y me dirijo hacia la oficina que hay en la casa. Me encierro allí y no es necesario analizar mucho las fotos para darme cuenta de que no son montaje, son reales, lo cual, me frustra demasiado.

—¿Qué hiciste, Daniel? ¿QUÉ HICISTE?—me pregunto a mí mismo; más bien, me reprocho.

Intento rastrear el número de teléfono de donde llegaron las fotos, pero me dice que no es válido, como si al momento de enviar los mensajes, alguien hubiese desactivado el número, que por cierto, no pertenece a ninguna compañía móvil. Entonces me doy cuenta: la respuesta que tanto busco no está en mi mente, sino en esa mujer.

Salgo de la oficina y voy corriendo hasta la cocina, en donde encuentro a Chava con cara de preocupado. ¿Será que ya sabe lo que pasó con Vicenta? Sea como sea, debo enfrentar las consecuencias de mis actos.

—Chava—le digo acercándome tímidamente.

—Gringo, buen día—me dice con un tono de voz normal, como si no supiera lo que pasa.

—¿Qué pasa?

—Pilar y su sobrina se fueron, Dalia dejó escrita esta carta—me dice mostrándome un papel.

—¿La leíste?—pregunto temeroso.

—Sí—me responde sin mirarme.

—Y... ¿qué dice?

—Mejor léela tú—me entrega el papel, lo cual, hace que me ponga aun más nervioso.

¿Será que aquí están las respuestas de lo que pasó a noche o será sólo un juego para enredar más este misterio?

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now