Capítulo 8

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Daniel:
Un lugar viene a mi mente, pero no estoy seguro de si es ese, pero no hay tiempo que perder y tampoco hay otra pista de donde realmente están. Me toca arriesgarme porque no hay otra alternativa.

—Ya sé en dónde pueden estar—le digo con mi voz temblorosa—espérenme allí y ¡cuídenla!

Cuelgo el teléfono y salgo corriendo hasta dónde está Bebote.

—Gringo, ¿qué te pasa? Estas pálido—me dice preocupado.

—Es Vicenta—le digo casi tartamudeando por los nervios—se desmayó en pleno cruce y tengo que ir a buscarla.

—Yo te acompaño, así no puedes manejar porque te vas a estrellar contra algo—me dice preocupado.

—Vamos.

Nos subimos en la camioneta y salimos. Yo voy guiando a Bebote para llegar hasta las cercanías del refugio de Juanito. Es la única parte del desierto que se me ocurre en estos momentos y a decir verdad, es lo mejor. No quiero pensar en que estoy yendo al sitio equivocado y que los narcos o la migra lleguen antes que yo. No quiero ni imaginarme lo que le pueden hacer a mi mujer.

—Gringo, ¿quieres que yo termine de cruzar a los migrantes o los llevamos pal refugio de Juanito y que ellos se encarguen?—me pregunta Bebote.

—¿Tú puedes terminar de cruzarlos?

—Sí.

—Está bien, haz eso entonces.

Llegamos a las cercanías y damos vueltas hasta que vemos a un grupo de personas paradas.

—¡Aquí debe ser!—digo aún nervioso.

No es bueno cantar victoria antes de tiempo, aunque creo que esta vez acertamos. Nos detenemos lo más cerca posible de las personas y me bajo corriendo.

—¿Dónde está ella?—pregunto desesperado.

Entonces uno de los migrantes se me acerca cauteloso.

—¿Usted es Daniel?—me pregunta arqueando una ceja.

—Sí sí sí, Daniel Philips soy yo, ¿dónde está mi mujer?

Sí, mi mujer, porque aunque ella ya no quiera estar conmigo, la voy a seguir amando y protegiendo como siempre lo he hecho. Nunca me voy a cansar de luchar por recuperarla o al menos, por mantenerla a salvo.

—¡¿Dónde está?!—pregunto alzando un poco la voz.

¡Necesito verla!

—Por allá—me dice el hombre señalando a un grupo de mujeres—la están cuidando las mujeres.

Entonces salgo corriendo hasta dónde está ella. Veo que la tienen con su cabeza recostada a una mochila y que le han mojado los labios, pero sigue inconsciente.

—Mi amor—digo con la voz quebrada y mis ojos humedecidos.

—No despierta, señor, creo que necesita un doctor—me dice una señora que la está cuidando—por favor ¡sálvela! Ella fue muy buena con nosotros.

—Quédese tranquila, señora—le digo seguro—o la salvo, o me muero con ella.

Entonces me acerco a ella y chequeo su pulso, el cual está demasiado débil, como si ya no tuviera ganas de vivir. Entonces, provocó contracciones en su pecho y luego, le doy respiración boca a boca, pero nada parece reanimarla. Entonces, la tomo entre mis brazos y le hago señas a Bebote para que se encargue de terminar el cruce. Camino hasta la camioneta y la pongo en el asiento del copiloto. Reclino un poco su asiento y le pongo en cinturón de seguridad.

—No te preocupes, mi reina—le digo acariciando su cabello—Vas a estar bien—beso sus mejillas—yo te voy a cuidar, como siempre.

Arrancó la camioneta y salgo para el rancho, mientras llamo por teléfono a Chava.

—¿Qué hubo, cuñado?—me contesta Chava—¿supiste algo del Indio?

—No, del Indio no, pero necesito que llames al doctor y que vaya para el rancho de urgencia.

—¿Pasó algo?—me pregunta y la preocupación empieza a apoderarse del tono de su voz.

—Tu hermana de desmayó en el cruce y ya lleva más de media hora inconsciente.

—¿En donde está mi Carnala?

—Acabo de recogerla, esta conmigo. Vamos camino al rancho y necesito que el doctor esté ahí cuando lleguemos. Me preocupa que ella no despierta—le digo aterrado.

—Está bueno pues, cuenta con eso—me dice y también noto miedo en su voz.

Manejo a toda velocidad, pero con prudencia y logro llegar al rancho en menos de treinta minutos. Al llegar, el doctor nos espera en "nuestro" cuarto. La examina, le pone un suero y un respirador, lo cual, me angustia aún más ¿Tan mal está?

—Doctor, ¿qué tiene?—le pregunto con dos lágrimas saliendo de mis ojos.

—Ella sufrió una hipoglucemia y está deshidratada, por eso el suero y el oxígeno es solo por precaución.

—A ver, doctor, ¿usted me está diciendo que todo esto es porque ella no comió bien?

—Sí, y en el desierto se deshidrató. Al no tener energía, se quedó inconsciente. Necesita vigilar su alimentación para que esto no se repita.

—Sí, doctor.

El doctor se va de la habitación y yo me quedo sentado al lado de ella. No soy capaz de decirle nada, solo tomo y beso su mano, mientras dejo que la culpa me castigue porque si ella ha estado dejando de comer, es porque está triste y si está triste, es por mi culpa, por lo que yo le hice.

Unas horas después...

Vicenta:
Abro mis ojos y la confusión me invade al ver que estoy en mi cuarto, ya que lo último que recuerdo es estar en medio de un cruce con mis migrantes. Noto que estoy conectada a un suero y que tengo un respirador en la boca, el cual, me quito porque me molesta. Siento una mano sujetando la mía y reconozco ese tacto. Veo un rostro dormido en mi vientre y siento ternura, pero rabia al mismo tiempo. Solo alguien es capaz de hacerme sentir sentimientos opuestos; solo una persona ha logrado que lo ame y que le tenga coraje al mismo tiempo, y ese alguien es Daniel Philips, quien se encuentra dormido, con su cabeza apoyada en mi vientre y su mano sobre la mía.

—¡Gringo!—le digo aturdida—¿qué me pasó? ¿Y los migrantes? ¿Qué les pasó a ellos? ¿Cómo están? ¿Donde están?

—Mi amor, amor—me dice Daniel mientras abre sus ojos—te desmayaste y ellos me llamaron. Yo te fui a buscar y te traje hasta aquí. Ya te vio el doctor y dice que vas a estar bien.

—¿Y los migrantes?

—Ellos están bien. Hace un rato, Bebote me llamó, ellos llegaron sanos y salvos al American Dream. Ahora tus migrantes están cumpliendo su sueño americano—me regala una sonrisa.

—Pues ¡qué bueno!—le digo seca, mientras desvío mi mirada hacia un costado y suelto mi mano de la suya.

—¡Qué raro! ¿No?

¿Y ahora de qué habla? Volteo a verlo y su mirada me confunde. Se ve tan arrepentido, y se ve que la culpa lo ha castigado mucho, demasiado. Se ve triste y desesperado. ¡Estoy demasiado confundida! Y no sé qué hacer. ¿Qué es lo correcto y que no lo es? ¿Qué está bien y que está mal? Necesito saberlo para no equivocarme.

—¿El qué?—le pregunto seca para no darle ninguna falsa esperanza.

—Todo el mundo está cumpliendo su sueño, excepto tú. ¿No te parece injusto eso? ¡Ya! ¿Por qué no le dices a tu orgullo que te deje ser feliz? ¿Eh?

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora