Capítulo 109

64 3 0
                                    

Vicenta:
—¿Hablas de Stefan y Andrea?—pregunto confundida.

—S-sí.

—Los dos son un amor, pero saben controlarse—le explico—No expresan su cariño en público, pero Andy me ha contado lo detallista que es él. Ellos tienen un bonito amor y no es para menos, ambos son personas increíbles y necesitaban curarse.

—¿Y esa relación no te afectó el tiempo que estuve fuera?—me pregunta y ya sé por dónde va esto.

—No tanto—le digo alzando los hombros—pero si un poco, mijo. Mira, no me dieron celos. Ellos se merecen ser felices, pero Andi me contaba todo y pues yo me sentía muy sola sin ti—se me aguan un poco los ojos—Sé que está mal, pero me daba un poco de envidia porque ella tenía a su amor y yo no tenía al mío.

—¿Te recordaban a mi?—me pregunta acariciando mi mejilla suavemente, y transmitiéndome así la paz que solo él puede hacerme sentir.

—Sí—lo beso suavemente en los labios—me acordaba de ti y de mí, de lo que éramos—una lágrima se escapa de mis ojos—de nuestro amor, nuestra familia, cuando estaba unida.

—Ya no llores, mi vida—limpia mi lágrima con su dedo y pega nuestras frentes—que eso me mata. Piensa en que ya estoy aquí, en que estamos juntos, con nuestros niños—me besa—nuestra familia está unida otra vez.

—Bueno—le regalo una sonrisa—por lo menos tengo una buena noticia.

—¿Cuál?

—¡Tenemos al Indio!—le anuncio emocionada, porque sé que eso significa una preocupación menos, un arma menos encañonando nuestras cabezas y las de nuestros hijos—lo capturamos y está aquí en el rancho.

—¿En serio? ¡Vamos!—me dice tratando de levantarse, pero yo no lo dejo—¡Me quiero vengar! Por su culpa me perdí el embarazo y nacimiento de mis dos hijos.

—¡Alto ahí, Gringo!—le digo con mi voz firme—Aún no te recuperas.

—Lo sé—me dice frustrado—pero Amaro Rodríguez es una cruz que tengo que sacarnos de encima, y ahora que tengo la oportunidad, debo aprovecharla.

No lo voy a convencer, desde ya lo sé. Voy a tener que llevarlo conmigo o se va a pasar el resto del mes haciéndome corajes, o peor aún, es capaz de desconectarse del suero y del monitor y salir caminando detrás de mí solo para demostrarme a mí y a si mismo que está fuerte y que sigue siendo el macho alfa de la casa.

¡Ay, Philips! Philips Philips Philips, ¿Qué voy a hacer contigo?

—Ok, vienes conmigo—le digo firme—pero primero, te va a ver el doctor y me va a decir cuando es seguro que lo hagamos.

—No lo atrases por mí—me dice sin mirarme—hazlo lo antes posible, por los cuatro.

—No—digo, con mi voz quebrada por su actitud.

Su resignación me duele más que si me hubiera hecho mil corajes porque sé que es un sacrifico emocional que está haciendo, uno muy grande. Está sacrificando su orgullo por la seguridad de todos, pero al mismo tiempo, entiendo que él necesita, tanto como yo, esta venganza.

—No hay peligro de que huya—le digo, suavizando un poco el tono de mi voz—te mereces estar ahí y no solo verlo, sino hacerlo caer también. Te lastimó demasiado, al igual que a mí y si yo necesito acabar con él, tú también te mereces estar ahí.

—Entonces, ¿esperamos?

—Esperamos.

Luego de unos minutos, Danielito Fermina de comer y se queda dormido entre mis brazos. Lo dejo en su cuna y regreso hacia el cuarto, y en ese momento, llega el doctor y examina a Daniel. Luego, nos mira a los dos con una sonrisa.

—El señor ya se encuentra bien—nos dice el doc—puede retornar a sus actividades cotidianas, pero va a necesitar alimentarse bien y no fallar en eso, ¿estamos?

—Estamos—decimos al mismo tiempo Daniel y yo.

El doctor se va de la habitación. Daniel se levanta de la cama y toma mi mano, siento que la aprieta con fuerza.

—Es hora—me dice seguro.

—Está bueno pues—digo, luego de un profundo y largo suspiro—acabemos con esto de una buena vez.

Daniel:
La tomo de la mano y nos dirigimos hacia la bodega del sótano en donde está amarrado el Indio Amaro. Entramos y lo veo, siento ganas de matarlo de una vez y ya, salir de esto, pero al mismo tiempo, necesito que sufra, que sufra lo mismo que nos hizo sufrir a mi familia y a mí. Vicenta da un paso hacia adelante y yo la jalo suavemente por el brazo.

—Aún no—le susurro.

El Indio levanta su mirada y nos ve agarrados de la mano, juntos, como fue su objetivo evitar desde que inició todo esto. El asombro se posa en sus ojos y veo miedo en ellos, porque ahora, no solo le caerá encima la furia de Vicenta, sino la mía también, y no me tiene como moneda de cambio para salvar su vida, nada nos impide matarlo y darles un poco de paz a nuestra familia.

—¿No que muy chingón, Indio?—le dice Vicenta con una sonrisa sarcástica dibujada en su rostro.

—Y tú—le dice el Indio enojado—¿de qué te ríes, piruja?

¡Ah no! ¡Eso sí que no se lo permito! Ni a él ni a nadie. No voy a dejar que insulten a mi mujer, ella se merece respeto. Consumido por mi ira, agarro al marco por las greñas y me acerco a él, mirándolo con todo el odio y el repudio que le tengo.

—¡A mi mujer no le hablas así, pendejo!

—A las pirujas les hablo como se me de mi regalada gana—se burla—las mujeres na más sirven pa coger, y no entiendo por qué Romero y tú se han encaprichado en esta, cuando las hay diez veces mejores.

Vicenta da un paso atrás cuando escucha el nombre de Romero y eso me duele, porque me recuerda a todo lo que ella sufrió durante su secuestro, todo de lo que yo no la pude proteger. La rabia se apodera de mí y me desquito en el Indio doblemente. Empiezo a pegarle, como si no solo le estuviera pegando a él, sino también al animal de Romero. De repente, siento unos brazos que jalan mi cuerpo hacia atrás y eso me hace detenerme.

—Espérate, mijo—me dice Vicenta—a este hay que hacerlo sufrir como nos hizo sufrir a todos antes de mandarlo pal infierno.

Tiene razón, hay que hacerlo sufrir todo lo que sufrimos nosotros, y lo que sufrió Vicky, y doy gracias a Dios porque Danny no llegó a sufrir nada, es demasiado pequeño e inocente como para entender lo que está pasando a su alrededor.

Miro hacia el frente y veo el rostro del Indio lleno de sangre, pero aún no lo siento como una venganza, así que me detengo a escuchar lo que me propondrá Vicenta, porque a juzgar por su mirada, seguro que ya pensó en algo.

—Adelante—le digo, respirando profundo—escucho tu idea.

Veo que, de una caja de madera, saca un aparato de electroshock y me mira muy segura.

—Este truquito me lo enseñó Chucho cuando me torturó en su rancho—me dice, después de un largo suspiro.

—El que a hierro mata, a hierro muere—le digo al Indio—y si no me crees, pregúntale a tu amiguito Chucho—hago una pausa de unos segundos—¡Ah, verdad! No puedes, porque lo matamos.

—No son diferentes a nosotros—nos dice el Indio—son un par de asesinos, disfrutan torturando a sus enemigos hasta la muerte.

—¿Sabes cuál es la diferencia, mijo?—pregunta Vicenta, mientras le conecta el aparato a la cabeza.

—Que nosotros matamos para defender a nuestros seres amados, a nuestra familia, en cambio ustedes, matan por dinero, por placer.

—No me avergüenzo, coyote, cuando me muera, voy a ser una leyenda—se sigue burlando.

—Yo creo que las leyendas de este cuento van a ser los dos que te dieron más pelea, con los que nunca pudiste, y los que le pusieron fin a tu régimen de violencia y terror.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now