Capítulo 77

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Vicenta:
—¡Muchachos—grita Romero mirando hacia la puerta—agarren mi juguetito nuevo!

Entran dos gorilas por detrás y me agarra uno de cada brazo. Yo intento forzajear, pero no consigo nada. El miedo se hace aún más fuerte en mí, pero en este momento, puede más la rabia hacia un niño caprichoso que trata a las personas como si fueran juguetes.

—¡Poco hombre!—le grito enojada—¿No puedes tú solo con una vieja o qué? Tenías que venir con tus gorilas, ¿no que muy machito?

—Pues fíjese, mi reina que me vale lo que usted piense—me dice Romero con un tono bastante diplomático, como si no tuviera sentimientos—hoy usted se viene conmigo y vamos a ser muy felices.

¿Qué chingados pasa con este hombre? Siempre con la misma expresión y con el mismo tono de voz. Se esconde detrás de su smocking de siete mil dólares, pero a mí no me engaña: no es más que un maldito narcotraficante asesino. Me produce asco y unas ganas inmensas de matarlo. Por ahora, solo puedo demostrarle cuánto lo desprecio. Él se me acerca y yo lo miro directamente a esos ojos de demonio que tiene, y lo escupo en la cara.

—¡Tú lo único que me despiertas es asco!—me burlo—Nunca me vas a dar felicidad.

—Ya veremos si después de probarme, sigues así de distante, cosita rica—intenta besarme, pero yo no me dejo.

Ahora entiendo por dónde va la cosa. Quiere hacer conmigo lo mismo que su padre hizo con Sara Aguilar de Acero, pero conmigo no podrá.

—Cámbiate de ropa—me dice.

—No lo haré delante de ti—le respondo asqueada.

—Entonces hazlo en el baño—me dice de mala gana—pero ni te ilusiones, porque no hay ventanas, y yo te voy a estar esperando aquí en la puerta.

—El día que menos te lo esperes, me voy a escapar—le digo con rabia—no sabes desde hace cuánto te odio, Romero.

—Yo te odio más a ti, y por eso, es que me quiero acostar contigo—me mira completa y se saborea, produciendo náuseas en mí—me excita dormir con el enemigo.

—A mí me excita matar al enemigo.

—Cámbiate de ropa, ¡YA!

Me meto al baño y me quito el hermoso vestido que se supone que usaría en dos semanas para casarme con el amor de mi vida, pero que ya no podré usar porque un desgraciado decidió que yo le pertenecía. Lo dejo en un rincón y me pongo la ropa que yo traía puesta: un blue jean, una camiseta blanca con un dibujo de un lobo en ella, mis botas de tacón, y mi chaqueta. Seguramente, Romero se deshará de la cadena y el anillo que representan mi unión con Daniel, así que me apresuro y los guardo en un bolsillo secreto que tiene mi chaqueta y que solo yo sé cómo encontrar. Salgo afuera, sabiendo que me espera el infierno. Romero se acerca a mí y antes de que yo pueda darme cuenta de lo que pasa, él saca una jeringa e inyecta algo en mi cuello.

Empiezo a sentirme atontada, como en otro mundo. Dejo de sentir mi cuerpo, incluso mis ojos, hasta que todo se vuelve negro y me desplomo inconsciente, supongo.

Daniel:
Ya son las 3:45 de la tarde y Vicenta me dijo que regresaría a la 1:30. La he estado llamando a su celular y no me contesta.

Seguramente, se quedó sin batería, Daniel, es lo que mi mente me repite una y otra vez para tratar de tranquilizarme, pero si es así, entonces ¿por qué no ha llegado? Quizás, le surgió un imprevisto, es lo que pensaría un novio normal, pero dadas nuestras vidas, siempre que no me responde o se retrasa un poco, pienso lo peor. Salgo por el pasillo y veo a Stefan que, aunque no me caiga tan bien que digamos, es un gran amigo de Vicenta.

—¿Sabes algo de Vicenta?—preguntó cauteloso—¿No te dejó ningún recado para mí?

—No, ni siquiera he hablado con ella hoy—me dice confundido—¿por qué me preguntas?

Entonces, el pánico se empieza a apoderar de mí y un mal presentimiento se adjunta a mi pecho. Al ver la expresión de mi rostro, la de Stefan cambia y refleja preocupación.

—¿Qué pasó con ella?—me pregunta.

—No me responde el teléfono, y debió volver desde hace casi dos horas.

—A lo mejor, se demoró con el vestido y se quedó sin batería.

—No—le digo temblando—algo malo le pasó, yo lo sé.

Cuando se trata de Vicenta, tengo como un sexto sentido que me dice cuando a ella le pasa algo malo. No sé cómo explicarlo y supongo que no tiene una explicación lógica. Lo único que puedo decir es que me siento demasiado unido a ella, como si fuéramos uno mismo y cuando ella no está, me siento incompleto.

—Daniel, a lo mejor tuvo que hacerle unos arreglos al vestido.

—¿Y no me llamó a mí, ni a Chava, ni a ti?

—¿Por qué nos iba a llamar?

—Porque sabe que nos preocupamos por ella, porque sabe que estamos en peligro, y porque sabe, ¡PORQUE SABE!

—Daniel, ¡cálmate! Mira, vayamos a la casa de la costurera para que veas que ella está bien y solo está esperando por su vestido.

—Ok.

Nos subimos a mi camioneta y él no me deja manejar porque dice que estoy muy alterado. No es así, no estoy "alterado", estoy desesperado por saber algo de mi mujer.

Media hora después...

Llegamos a la casa de la costurera y llamamos a la puerta por un buen rato, pero nadie responde y me desespero aún más.

—¡Apártate!—le digo decidido.

—¿Qué vas a hacer?

—Lo que sea que tenga que hacer, ¡a un lado!

Él me mira, como quien mira a un loco y se aparta de la puerta. La pateo lo más fuerte que puedo, derrumbándola así. Al entrar, veo a una señora, la costurera, supongo, tirada en el suelo sobre un charco de sangre y veo un vestido tirado en el suelo. Stefan me mira asustado.

—Te dije que algo estaba mal—le digo, sintiendo miedo, rabia, e impotencia—¿Ahora me crees?

—¿Dónde puede estar?—pregunta asustado, ahora sí.

—Búscala afuera, yo la busco dentro de la casa.

—Ok.

Él hace lo que le dije y yo la busco por toda la casa, pero no la encuentro. Sigo marcando a su teléfono y ahora me da timbre, pero ella no responde.

Algo está muy mal aquí, y me frustra no saber qué porque para resolver un problema, primero hay que ser capaz de reconocerlo.

No importa lo que me cueste, la voy a encontrar, la voy a sacar de donde sea que esté, y la voy a traer de vuelta a casa.

Lo que el Desierto Unió [Señora Acero: La Coyote]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ