Ciao

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El llanto de un niño hizo que buscara con la mirada en la penumbra. No se veía nada, pero los llantos del pequeño seguían siendo los protagonistas de tan fría y vacía oscuridad.
De repente, el mismo sonido que se escucha en un teatro solitario antes de que el cegador foco cree la irónica metáfora de convertirse en la sombra del protagonista de la obra.
Un niño sentado en el suelo, abrazaba sus rodillas sin dejar de llorar y decir algo entre sollozos. Me acerqué a él para poder ayudarlo, siendo así posible también el poder escuchar la única palabra que decía.

-Mamá...

Extendí la mano hacia su hombro en busca de su tacto, pero antes de poder rozarlo siquiera, clavó su oscura mirada en mi. Sus mejillas estaban empapadas por las mismas lágrimas que se habían encargado de enrojecer los ojos del pequeño.
Ver su rostro dolido me desgarró. Era como ver a Philip rejuvenecido once años aproximadamente.

-Mamá- sentí como el alma se me venía abajo cuando el pequeño me llamó por aquel nombre -Yo no he hecho nada para merecerlo. No tengo la culpa de ser diferente... ¿Por qué a mi mamá?...- su voz se quebraba por segundos. Se abrazó nuevamente las rodillas dejándose llevar por su llanto. Sentí el impulso de abrazarlo, yo era la culpable de sus lágrimas, de su angustia...
Al abrazarlo y acunarlo entre mis brazos, al principio sentí su tristeza, pero auto seguido la furia que sentía contra mí fue lo único que desprendían tanto su mente como su cuerpo.
Aún entre mis brazos me miró. Sus ojos eran rojos como la sangre, tan solo sus pupilas conservaban el color verdadero, el rojo escarlata bañaba el resto por completo. Los clavaba en mí provocando mi miedo. Se aferró a mi en un abrazo asfixiante, antes de arder en llamas haciendo que sus brazos sobre mi piel fueran tenazas de fuego.

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Gemí de dolor antes de abrir los ojos y llenar mis pulmones, convirtiéndolos en ebrios expertos de oxígeno, siendo consciente de que las lágrimas bañaban mis mejillas.

-Tranquila...- Philip llevó su mano a mi rostro, pero la retiró al instante. Sentía la sangre corriendo por mis venas como magma, por lo que salté de la cama queriendo evitar el poderle hacer daño.

-¿Qué...? Estás ardiendo- dijo extendiendo su mano hacia mí nuevamente, pero retrocedí aún más. Pareció dolido con mi reacción. No sabía lo que me ocurría y estaba preocupado.

-Deja que me calme- dije entre dientes y aún aterrada. No me había dado cuenta de que seguía llorando, hasta oír mi voz.

-Megan...- la suya temblaba.

No te imaginas lo doloroso que es ver el miedo en la cara del chico al que amas y tú ser la causa.

Me acurruqué en el rincón que formaban la pared y la cómoda más cercana. Me deslicé hacia abajo con el rostro tapado tanto por mis manos como por la oscura cortina que formaban mis cabellos y sin poder dejar de llorar, quedando sentada en el suelo.
Sentí su mano sobre mi cabeza, pero no hice nada para apartarlo, mi temperatura ya había bajado.

-Nena- susurró antes de abarcar mi cuerpo en un abrazo. Aquello hizo que mi cuerpo se envarara al recordar la escena de mi sueño. Quise retroceder pero la pared ya no me lo permitía -¡Meg! ¡Ha sido una pesadilla!- parecía alterado por mi repetida reacción. Lo miré en silencio y sin ser capaz de gesticular palabra alguna. Su mirada era cristalina por las lágrimas que amenazaban con caer. Quería matarme a mí misma por aquello. Yo temblaba como un flan.
Acarició mis mejillas haciendo que sus dedos se deslizaran por ellas con extrema facilidad por el líquido salino que las cubría. Me tomó en brazos y sin dejar de mirarme, me acercó a la cama para luego dejarme sobre ella con la espalda apoyada al cabecero, sentándose él a mi lado. Acarició mi cabeza intentando tranquilizarme -¿Cómo te encuentras?- ya había dejado de temblar.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now