Philip è assente

87 8 3
                                    

Philip comenzó a trabajar. Me pasaba más tiempo sola en casa. No sola como tal, porque al fin y al cabo estaba con Lupe y Draco, pero no podía evitar sentir esa sensación de soledad cuando Philip estaba lejos.

Mi barriga pasó de ser del tamaño de un quiste al de una pelota de baloncesto. Como Philip se pasaba ahora más tiempo fuera y por mí sola no podía estar haciendo viajes al hospital, el Doctor Ribeiro se había ofrecido a hacer las visitas a domicilio.
Ribeiro era un hombre muy agradable, atento, simpático... Podía imaginarme el club de fans que debía tener en el hospital, porque estaba claro que si se le sumaba su personalidad a su gran atractivo, podía resultar el hombre perfecto. Venía una vez por semana para llevar el control de mi anemia, que ni empeoraba ni mejoraba, simplemente allí estaba. Aún así sus visitas eran más de las habituales porque ya había sufrido dos desmayos, uno fue estando Philip en casa, yo estaba ayudando a Lupe a subir las sábanas al altillo del armario y de repente me desplomé. La segunda vez, Philip justo acababa de salir hacia una sesión cuando yo, que estaba ayudando a Lupe a limpiar, me desplomé justo cuando iba hacia el mueble con un par de sartenes en mano. Dos desmayos en una misma semana y a pesar de que me despertara a los pocos minutos, para Philip era motivo más que suficiente para pedirle a Ribeiro que hiciera aquellas visitas a domicilio.

-Hoy cómo estás?-estábamos Lupe, Draco, Ribeiro y yo en la cocina. Philip había salido la noche anterior hacia París, volvería en dos días.

-Bien-me encogí de hombros en un gesto casi inconsciente antes de coger la taza de té y llevármela a la boca.

-La respuesta bien, no pega con que te encojas de hombros-lo miré con una mueca parecida a una sonrisa.

-Físicamente, bien-respondí ahora con más convicción.

-Echa de menos al joven Philip-dijo Lupe, quien nos preparaba el desayuno. El doctor rio por lo bajo.

-Ahora entiendo-aquel día tras hacerme unas cuantas pruebas de tensión, azúcar... Lupe lo invitó a quedarse a comer con nosotras.

Había viajado mucho, tenía mucho conocimiento a cerca de cientos de cosas curiosas de las que yo no tenía ni idea. Y además era muy gracioso cuando quería.
A Lupe le hubiese encantado tener un par de años menos.

-Pequeña-aquel susurro me despertó, tardé en ubicarme, pero cuando lo hice, rápidamente me giré en busca del dueño de aquella voz.

-No te vuelvas a ir tanto tiempo-me enganché a su cuello haciéndolo reír.

-Solo han sido dos días exagerada-reía aún por todos los besos que le estaba dando por toda la cara. Me detuvo tomando mi rostro entre sus manos para poder mirarme, antes de darme un beso de ésos que me quitaban el aliento. Largo, necesitado, tierno... Mi corazón iba a tres mil por hora...

A la mañana siguiente me desperté sintiéndome genial y tardé un poco en recordar por qué. Al darme la vuelta y verlo allí, tan perfecto, tan él, lo único que me salió de forma natural, fue sonreír. Volvía a tener su melenita, aquella con la que lo había conocido, el tupé ya había pasado a la historia y no me daba ninguna pena. Estando allí, junto a él, mirando su pelo oscuro, sus rasgos, sus párpados cerrados, sus largas pestañas, notaba como mi pecho se encogía.
Abrió los ojos haciendo que me pusiera nerviosa. Rio.

-Pillada-dijo por lo bajo con la voz medio ronca.

-Te he echado de menos-confesé antes de que tirara de mi brazo para poderme besar.

Al bajar a desayunar, Lupe nos esperaba con un bufete increíble: Tortitas, bacon, huevo, fruta, dulces...

-Bienvenido niño Philip-lo saludó dándole un beso en la mejilla.
Desayunamos como reyes.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora