III

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Aquel caballo imponía respeto. Relinchaba mientras sostenía todo su peso sobre las patas traseras y con las delanteras golpeaba con furia el aire. Tocó el suelo con las patas delanteras y tras golpearlo con la pata izquierda, comenzó a correr por el pequeño recinto vallado.

-Philip...- supliqué deteniendo su avance hacia el portón.

-No te preocupes- dijo antes de darme un beso breve pero más prolongado de a los que me tenía acostumbrada.

Corrió hacia el portón y antes de entrar tomó en mano la fusta que Andrea le tendía.

El caballo volvió a levantarse sobre las patas traseras. Mi corazón se entumeció hasta el punto de hacerme creer que se detenía, tan solo volvió a latir cuando sus cuatro patas volvieron a tocar tierra. Philip se acercó a él, a la par que él retrocedía. El animal relinchaba con fuerza.

-Tómelo antes por las riendas o tan siquiera dejará que le toque un solo pelo de la crin- Philip parecía concentrado en lo que hacía y cuidadoso, pero aquello no restaba importancia a la situación.

En cuestión de segundos tenía las riendas entre sus dedos, otros pocos más tarde, colocó el pie en el estribo, pero antes de que pudiera cruzar la otra pierna, el caballo comenzó a cabalgar. Me llevé las manos a la boca al ver que perdía el equilibrio, pero logró sentarse correctamente. La fusta cayó al suelo arenoso.

El animal intentó quitarse a Philip de encima dando saltos, pegando coces al aire... Por suerte no consiguió nada. Logró controlarlo durante un par de minutos. Al poco, cuando todos creímos que había conseguido domar al caballo sin tanto esfuerzo como esperábamos y Philip confiado, aflojó las riendas, el caballo se levantó sobre las patas traseras quedando prácticamente en vertical. Philip intentó agarrarse tanto de la cabeza como del ribete de la silla, pero a falta de tiempo cayó al suelo gimiendo de dolor.

-¡Philip!- chillé sintiendo el corazón en la boca, antes de colarme por el espacio que quedaba entre los listones de madera que formaban la valla. El recinto era más amplio desde dentro.

-¡Megana no!- gritó Alice al verme entrar.

-Señorita- dijo Andrea desde el portón. Hice caso omiso. Comencé a caminar hacia el animal, notando como el fuego comenzaba a recorrer mis venas, era consciente de que ardería en llamas si no me tranquilizaba, pero por encima de todo, era consciente de que durante una semana aproximadamente tendríamos carne roja para comer, porque a ese caballo me lo cargaba yo.

Ah sí, creo que se me pasó por alto lo de que no solo controlaba el fuego, sino que también lo provocaba.

Me agaché para coger la fusta del suelo antes de dirigirme con paso firme hacia el animal, que estaba nuevamente sobre las patas traseras dando golpes al aire con las delanteras.

-Megan no- gimió Philip aún en el suelo. Lo ignoré.

Un calor abrasador recorrió mi cuerpo de pies a cabeza en un instante. Cuando no me faltaban más de cinco cortos metros para llegar a él, el caballo se apoyó sobre sus cuatro patas antes de tumbarse sobre ellas con lentitud y mirarme con la cabeza gacha una vez en el suelo. Me detuve en seco.

-¿Qué le...?- preguntó Philip a mi espalda. Lo miré. Ya estaba de pie y se sujetaba el hombro -Cuidado- me alarmó con tranquilidad. Miré nuevamente al animal, ya incorporado. No estaba nerviosa, ni mucho menos asustada. El caballo avanzó varios pasos en mi dirección, aún con la cabeza gacha, como si buscara mis caricias. Dejé caer la fusta. Chocó su morro contra mi brazo haciéndome cosquillas. Sonreí inconscientemente antes de llevar mi mano a su musculoso cuello.

Era negro como el azabache y de un brillo increíble. Su pelaje era suave, al igual que sus crines largas y onduladas. La cola, también ondulada, tocaba el suelo, y sus patas, más concretamente justo poco antes de llegar a los cascos, eran peludas. Sus ojos, de un miel rojizo, los clavaba en mí con inteligencia en la mirada, aquella de la que no solemos dotar a los animales.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now