IV

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Más tarde, parecía no haberle pasado nada en el brazo. Jugó con Alice y conmigo al volley, nadaba pefectamente...

-Y pensar que iba dispuesta a darle una lección al caballo y mírate- le dije sentada en el bordillo de la piscina, sintiéndome mal por el simple pensamiento al recordar al hermoso animal, mientras él se secaba el pelo con la toalla al salir del agua.
Me miró y sonrió antes de sentarse a mi lado.

-Ahora que sacas el tema- hizo una pausa -Creo que serías la primera capaz de montarlo.

-Creo que después de esto dejará a cualquiera- dije inclinándome para rozar el agua con los dedos.

-¿Qué tienes, miedo?

-No- dije fanfarroneando con la valentía que en realidad me faltaba. Aproveché que tenía la mano bajo el agua para salpicarlo.

-¿Entonces te atreves?- preguntó tras reír y darme un leve codazo. Tomé aire por la nariz como si me fuera la vida en ello, cosa que pareció divertirlo aún más, reacción que sacó mi parte competitiva en menos de un minuto.

-Sí- esbozó una media sonrisa.

Poco después de ducharnos y vestirnos, nos dirigimos a las cuadras. Miquiella nos había llamado la atención antes de que lográramos convencerla de que nos dejara marchar.

-¿Qué pretendes, caer nuevamente del caballo?- le había dicho a su hijo.

-No mamá- respondió Philip con cansancio en la voz -Además, la que montará al caballo es Meg- la madre me había mirado como si, tanto su hijo como yo, no estuviéramos bien se la cabeza.

-¿Estás loco Philip?- le dijo, increíblemente con preocupación.

-No te preocupes mamá- la tranquilizó antes de contarle lo sumiso que se había vuelto en cuestión de segundos el animal en mi presencia.

Los caballos estaban en las cuadras.

-Señorito Philip- dijo Andrea sorprendido mientras dejaba en el suelo los dos cubos que llevaba y en los que transportaba agua. Se acercó a nosotros -Por lo que veo está usted mejor.

-Sí. Se me había salido el hombro, pero ya estoy bien.

-¿Y qué hacen aquí? No querrá intentarlo nuevamente, ¿no?

-No, yo no, pero ella sí- dijo Philip con voz divertida mientras me señalaba. Andrea me miró con atención y curiosidad.

"Es muy raro lo que ocurrió esta mañana..."- pensó.

-Lo prepararé- dijo sin más antes de dar media vuelta.

-Prepara otros dos para nosotros, por favor.

-Prepararé a Chocolate y a Paloma, le hará bien pasear- dijo sin molestarse en mirarnos o detenerse.

Un relincho envolvió el aire por completo. Lo reconocí al instante. Pocos minutos después, Andrea caminaba hacia nosotros seguido de tres caballos, los cuales iban guiados por las riendas.
Salimos a campo abierto.

Alice había montado a chocolate en la misma cuadra, un caballo joven de un color chocolate almendrado, de crines y cola lisa y pelaje sedoso. Tenía una mancha blanca sobre el hocico. En la pata izquierda delantera y la derecha trasera, parecía llevar puestos calcetines blancos y lo mas hermoso eran sus ojos, de un precioso y lleno de vida, marrón coca cola.

Paloma, la yegua blanca del prado, era muy tranquila, pero sobre todo bonita. Era de un blanco brillante, su pelaje era suave como el algodón, sus crines eran onduladas al igual que su cola, pero no con ondas tan vistosas como las del caballo negro al que aún no podía llamar por su nombre. Por otro lado, también estaba su mirada, cuando me había acercado a ella para acariciarla, transmitía miedo y felicidad, una mezcla de dos emociones, no muy común. Por otro lado, observaba con atención e inteligencia cada movimiento que hacíamos.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now