III

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Ambos estábamos tendidos en la cama, yo con la cabeza apoyada en su torso desnudo y él recorriendo de arriba a bajo con el dedo índice mis caderas, también desprovistas de cualquier prenda que entorpeciera el hecho de sentir su tacto juguetón sobre mi piel.

-Aún no me has dicho qué tal ha ido todo con tu madre- dije con los ojos cerrados.

-Bien- hizo una pausa y tomó aire, haciendo que mi cabeza ascendiera al compás de su pecho -Pensé que se mostraría más orgullosa, pero ha sido todo lo contrario... En realidad es por eso que he tardado tanto, Alice me pidió que me quedara, me dijo que mi madre había estado muy deprimida estos últimos días.

-Cariño pues ve a visitarla más, por mi no te preocupes- dije levantando el rostro levemente hasta que pude mirarlo a los ojos.

Su mano abandonó mis caderas para acariciar mi cabello.

-Ella a decidido esto- sonreí con desgana antes de impulsar mi cuerpo hacia delante para quedar más cerca de su rostro.

-Es tu madre Philip, nunca te he pedido, ni lo haré, que me elijas a mí antes que a ella- sonrió con tristeza.

-Lo sé pero...- lo callé con un beso.

Varios toques en la puerta interrumpieron el cálido momento, auto seguido el picaporte bajó, por suerte el seguro estaba puesto.

Supe que era Rosa, tanto por sus alegres e infantiles cantos internos, como por el hecho de que Lilian y Lupe sabían que si estando dentro, no dábamos permiso, no podían entrar a la habitación.

-Es Rosalinda, la pequeña- le dije a Philip que se incorporó con cuidado.

-¿Megan puedes abrirme?- preguntó la voz aguda al otro lado de la puerta.

-Ya va cariño, un momento- dije alzando la voz mientras me incorporaba y bajaba de la cama enrollada en las suaves sábanas de satén plateado. Me apresuré a llegar a los cajones en los que guardaba la ropa de baño, cogí un bañador de palabra de honor, fue lo primero que encontré y en realidad, lo más fácil de poner.

Al darme la vuelta vi como Philip, aún con el torso desnudo y unos pantalones de chándal negros, se acercaba a la puerta. Me dedicó una mirada.

-Mírala que lista ella- dijo divertido, sonreí antes de agacharme a recoger mi bata también de satén pero de un rosa fucsia perlado.

-Hay que ser práctica- dije metiendo las manos por las mangas. Abrió la puerta.

La pequeña tenía la vista clavada en el cachorro, al que traía en brazos y acariciaba con extremo cuidado, al levantar la vista, abrió los ojos como platos provocando mi risa.

-Vaya que guapo, se parece al del anuncio- dijo Rosa dando un paso al frente para admirar desde cerca a mi novio que alternó la mirada para observarnos a ambas sin entender, cosa que me hizo aún más gracia.

-Pues este es mío señorita. Y me considero muy celosa- bromeé acercándome a ellos mientras me hacía un recogido improvisado y me colocaba el pasador.

-¿Es tu novio?- dijo ahora mirándome a mí. Asentí -Jopé- dijo tan solo. Reí.

-¿Y qué es lo que querías peque?- le pregunté arrodillándome frente a ella para acariciar a Draco que se revolvió en sus brazos consiguiendo que la niña lo soltara en los míos.

-Es que el perrito estaba llorando al pie de las escaleras... quería subir... Pero eres muy pequeñito ¿a que sí, Draco?- le preguntó -¿En serio es tu novio?- me preguntó con timidez, sin dejar de mirar al cachorro.

-Sí- respondí sonriendo antes de mirar a Philip -Vieni amore- le dije en italiano. La pequeña me miró con intriga.

-¿De dónde eres?- preguntó sin cambiar la expresión, Philip se acuclilló a mi lado.

-Somos italianos.

-Que guay. ¿Y qué le acabas de decir?

-Ven amor- respondí. Ella sonrió.

-Suena más bonito en italiano. ¿Puedes decirle otra cosa?

-Claro. ¿Qué quieres que le diga?

-Dice Rosalinda que si quieres ser su novio- dijo ella con toda la dulzura e inocencia posibles. Philip y yo reímos.

-Rosalinda dice che se vuoi essere il suo ragazzo- le comenté a Philip que me sonrió antes de mirar a la pequeña con ternura, como queriéndose disculpar con aquella dulce mirada achocolatada.

-Non posso bella, sono innamorato della mia piccola principessa- le dijo con la delicadeza con la que se trata un diente de león en un día de brisas.

-¿Qué ha dicho?- preguntó ella.

-No puedo bella, estoy enamorado de mi pequeña princesa- dije sin pesadez y con un torpe gozo en el vientre.

-Jo tío que cursi, además, de mi también se va a enamorar- dijo sacándome la lengua, antes de darme la espalda y salir de la habitación.

Philip y yo nos miramos riendo. Dejé al pequeño Draco en el suelo. Correteó de un lado a otro por la habitación acabando con todo aquello que encontraba a su paso. Una de las cosas que destrozó con sus pequeños, afilados e impolutos dientes, sin tener en cuenta uno de los cojines de la cama, los tirones que le había dado a las sábanas hasta tirarlas al suelo... fue el albornoz de Philip, el cual había intentado recuperar sin éxito, corriendo por la habitación tras el escurridizo animalillo. Lo realmente divertido era la cara de fastidio de él cada vez que se escapaba, conforme el volumen de mi risa fue aumentando, hasta que finalmente se rindió y me castigó abalanzándose sobre mí para hacerme cosquillas en el cuello, con pequeños y húmedos besos.

Ojalá todos los castigos merecedores fueran así... ¿No crees?

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now