Per sempre

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-Philip!-Me desperté llamándolo.

-Tranquila, tienes que estar tumbada-entre Alexandro y Roberto, me agarraron para que no me levantara de la cama como pretendía. Solo fue cuestión de segundos... Al momento recordé y fue simplemente necesario el hecho de recostarme, ya que unas nauseas agresivas agitaron mi vientre consiguiendo marearme. Otros pocos segundos después, las lágrimas caían por mis pómulos.

-Lo siento pequeña-escuché que me decía Roberto mientras limpiaba mis lágrimas. No quería hablar, pero necesitaba hacer una única pregunta.

-Por qué?-le pregunté al techo blanco, a espera de una maldita respuesta que jamás obtendría. Al menos no una coherente, no para mí.
Alexandro me abrazó, me abrazó con necesidad y lloró, lloró conmigo como un niño... Sólo entonces caí en algo... Yo había perdido al hombre de mi vida, a mi marido y padre de mi hijo. Pero ese hombre de pelo cano que lloraba como un niño teniéndome entre sus brazos, ése hombre había perdido a su hijo... Y su dolor era inimaginable si tenemos en cuenta aquello de que... Ningún padre debería sobrevivir a su hijo.

-Por qué ellos?-ahora fui yo la niña de llanto incontrolado tras hacerme esa pregunta-Por favor, que alguien me los devuelva-nunca había llorado tanto y de aquella manera tan lastimosa para cualquier oído o corazón-Por qué?-susurré entre sollozos lastimeros, sintiendo un abrazo asfixiante a mi alrededor de más de dos pares de brazos.

Aquello no podía estar pasando de verdad... No a mí... No a nosotros... No a ellos.

Tras la noticia, el desmayo fue lo previo a la eclampsia, la cual tras convulsiones y fiebres, me mantuvo en coma durante cuatro días. El niño estaba bien... Y yo... Al menos físicamente y para como debería haber quedado.
Aunque habían intentado retrasarlo con la esperanza de que yo pudiera asistir, ambos funerales ya habían tenido lugar. Cuando me dijeron que sus cenizas estaban en casa, solo pude llorar.

Lloré durante días. No quería compañía, no quería comer... Bebía agua por la molesta sensación de sequedad que tenían mis labios o mi garganta... No hablé durante días.

-Megana, necesitamos que comas, estás muy débil-el doctor hablaba conmigo, pero yo siquiera lo miraba, estaba recostada en la cama mirando en dirección contraria a él, hacia la ventana por la que se veía aquel cielo encapotado, cubierto por una bruma grisacea muy parecida a la que sentía que me envolvía a mí.
Tragué saliva a duras penas e intenté hablar, pero mi voz llevaba demasiado tiempo callada.

-Quiero irme a casa-una voz ronca y sin vida salió de mis labios.

-Supongo que estarás de broma-lo miré sin decirle nada.

-Si aquí no comes, quién me promete que no morirás de hambre en tu casa? Sois dos vidas. No juegues tan duramente con ellas-noté como las lágrimas acudían una vez más a mí.

Que alguien me los devuelva... Por favor...

-Con el tiempo dolerá menos, no olvidarás, pero tienes que seguir con tu vida-me encogí cuando su mano rozó mi mejilla-Tranquila. No estás sola, vale? Ahora mismo la sala de espera está más llena de amigos y familiares tuyos que de los familiares de medio hospital.

-Solo quiero volver a casa y estar sola... Por favor-supliqué sintiendo como las lágrimas caían por mis mejillas.

-No te dejaré ir a no ser que empieces a comer. Aquí hasta el momento has estado con suero, pero en cuanto llegues a tu casa y sin alimetarte, será cuestión de días que estés de vuelta... O quién sabe... Quizás cuando la ayuda acuda ya sea demasiado tarde-yo había estado todo el rato mirando a un punto invisible tras él, pero al escuchar eso último, lo miré.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now