I

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Al llegar a casa ya estaba calada hasta los huesos. El pelaje de Draco, al que había intentado resguardar junto a mi vientre y bajo la camiseta, estaba húmedo y ligeramente crespado.

-¡Señorita! La hacía durmiendo- dijo Lilian clavando la mirada en mí con espanto -Traeré unas toallas- dijo antes de correr hacia las escaleras y perderse en ellas.

Acaricié el pelo del pequeño que temblaba como una hoja.

Lilian bajó los últimos escalones a toda prisa estando a punto de perder el equilibrio, pero logró salvar la caída y correr hacia mí para tenderme las toallas color vainilla.
Sequé primero a Draco, que al dejarlo en el suelo, sacudió su cuerpo antes de correr hacia su esponjosa camita, la cual habíamos colocado junto al sofá.
Entré a la habitación aún secándome el pelo. Había entrado con cuidado de no despertar a Philip, pero descubrí que no era necesario al verlo de pie frente al ventanal con la mirada perdida entre las gotas de lluvia.

-Buenos días- dije dejando la toalla a un lado del cuerpo.

Se volvió hacia mí con lentitud.

-Hola- se pasó la mano por el cabello en un gesto nervioso. Me quedé inmóvil esperando a que dijera aquello que le rondaba por la cabeza y de lo que no era ni quería ser consciente. Se acercó a mí en silencio.

-Siento lo de esta madrugada.

-No es culpa tuya tener pesadillas- dijo acariciando mi mejilla.

-Pero sí el no contarte lo que me preocupa o simplemente lo que soñé- dije posando mi mano sobre la suya, que seguía contra mi rostro.

-Pues cuéntamelo ahora- dijo casi con desesperación en la voz. Le acaricié la mejilla.

-En el sueño...- comencé a hablar mientras me acercaba al filo de la cama para luego sentarme en él. Philip seguía de pie frente a mí.
Me centré en el recuerdo del sueño volviendo a revivir aquello.

-Estoy sola en la oscuridad, pero se comienzan a escuchar los llantos de un niño. De repente se enciende un foco que ilumina a un niño sentado en el suelo abrazándose las rodillas, mirando a la nada y llorando- tragué saliva -Cuando me acerco a él me llama mamá. Eras tú, pero más pequeño, no tendría más de nueve años- dije ahora recordando las fotos que me había enseñado de cuando él era aún un adolescente -Me habla diciéndome que él no tiene culpa de ser diferente... Y sigue llorando. Lo abrazo esperando aliviarlo y sintiendo su tristeza, pero como si hablásemos del olor de una colonia, comienzo a sentir la furia que destila hacia mí- no quise seguir.

-¿Qué pasa luego?- preguntó, consciente de que aún faltaba algo.

-Comienza a arder en llamas- sus ojos reflejaron el desconcierto -Sus ojos son…- clavé la mirada en el suelo sintiendo el escalofrío que recorrió de arriba a abajo mi espina dorsal -Sus ojos son rojos como la sangre, rojos por completo menos sus pupilas alargadas, como las de un gato. Me abraza haciéndome sentir un calor infernal...- suspiré fuertemente tras tragar una bocanada de aire. Philip iba a decir algo, pero no se lo permití -Quiero... Quiero enseñarte algo- frunció el ceño.

De camino a casa y bajo la continua lluvia, había decidido algo. Aún no le contaría todo, no quería que se sintiera incómodo ante la idea de que podía escuchar todos y cada uno de sus pensamientos.

-¿Qué quieres enseñarme?

-Necesito que vengas conmigo- le dije sin perder de vista tanto su oscura pero cálida mirada, como su expresión confusa.

*

La lluvia caía débilmente, aún así nos protegíamos bajo un mismo paraguas en color negro. Philip no dijo palabra alguna en el trayecto de la casa al descampado más cercano y en el cual no hubiese riesgo de que nos viera alguien.

-¿Qué hacemos aquí?- preguntó al ver que me detenía. Lo miré en silencio y perdiéndolo de vista por breve, cuando las lágrimas distorsionaron todo a mi alrededor. Por suerte pude contenerlas. Resguardé mi cabeza bajo la capucha de la sudadera marrón que él mismo me había prestado, antes de salir bajo la lluvia y caminar hacia el árbol seco que había frente a nosotros.

-Megan- me llamó Philip, pero siquiera lo miré. Estaba concentrada en coger varias de las ramas húmedas que descansaban al pie del árbol. Las amontoné todas varios metros más allá y caminé de regreso junto a Philip que me observaba con aquella constante confusión en la mirada -Megan...- aquello fue más parecido a una súplica.

-No soy la chica normal que piensas, tan siquiera sé si soy humana...- frunció nuevamente el ceño.

-¿Qué estás diciendo?- suspiré.

-No tengo las palabras...

-Inténtalo Megan, porque no entiendo nada- ahora tomé aire.

-No puedo pedirte que no te asustes, sería una estupidez por mi parte- vale sí, aquello me estaba resultando tanto o más difícil de lo que esperaba. Su expresión se tornó seriav-No soy normal- sonrió con malicia, lo que me hizo sonreír a mi también.

-Hablo en serio- repliqué.

-No sé a lo que te refieres peque- dijo entre apenado y confuso.

La lluvia se precipitaba con mayor fuerza, pero el paraguas era lo suficientemente grande para protegernos a los dos y casi por completo.

-Por eso estamos aquí- dije volviéndome hacia el montón de ramas quebradas y empapadas por la insistente lluvia. En condiciones normales y con aquel aguacero, estaba claro que aquellas ramas no servirían ni para hacer una triste hoguera, pero claro... No hace falta que lo diga, ¿no?
Extendí la mano hacia delante con la palma al descubierto antes de hacer un movimiento ascendente, simple y pausado.
Una viva, bella y danzante llama se irguió ante nosotros, danzarina y torpemente esquiva ante la presencia de la lluvia.
Miré a Philip, que se había quedado completamente embobado con la mirada clavada en aquella hoguera. Me miró.

-¿Qué acaba de pasar?

-Eeh... Ahora mismo me defiendo mejor con imágenes- dije dirigiendo la mirada nuevamente a la hoguera.

Pocas veces había hecho lo que estaba a punto, pero era lo más extraordinario que se me ocurría y que no implicara hacer harapos la ropa con la que iba vestida.
Me concentré en aquella hermosa y danzarina llama. Hice un gesto con la mano, sin rotar la muñeca y con delicadeza, como si buscara acariciar una esfera de cristal imaginaria.
La llama giró sobre sí misma simulando un torbellino al tiempo que aumentaba de tamaño y antes de que tomara la forma esbelta e imponente de una cobra, la cual precipitó su mordedura infernal hacia nosotros. La detuve con un gesto de la mano, haciendo que las llamas se fundieran con la lluvia que nuevamente caía con delicadeza sobre el suelo.
Philip había retrocedido un paso, sin olvidar tirar de mí para apartarme de la trayectoria de aquel llameante animal.

-Explícame qué está pasando, por favor. Su mirada reflejaba... No lo sé, aquella fue la primera vez que no pude descifrar la emoción o sentimiento que su mirada, siempre tan cristalina y delatadora, escondía.

-Eeh...- tragué saliva una vez más.

Cada palabra que debiera decir y que esperaba tragarme también, aunque fuera por accidente, se encontraban más cerca y me abandonaban indefensa, ante el posible y odioso adiós.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now