VII

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Llevábamos poco más de tres minutos esperando a que el avión despegara. El camino al aeropuerto se me había hecho más corto de lo que recordaba y al llevar tan solo una maleta cada uno, no hubo problemas al facturarlas.
Fuera se veían los camiones que transportaban las maletas, los trabajadores con petos amarillos fluorescente, las enormes cristaleras del aeropuerto, otros aviones despegando, alguno aterrizando...
Miré por encima de los asientos lo lejos que quedaba el baño. Mi estómago se revolucionaba tan solo con saber que estaba en un avión. El olor, la sensación de claustrofobia por estar encerrada con tantas personas en un tubo de tal tamaño...

-Qué ocurre?- me preguntó Philip tomando mi mano. Lo miré algo incómoda.

-Creo que a nuestro pequeño tampoco le gustan los aviones- rio por lo bajo.

-Te pediré una botella de agua- dijo haciendo el intento de levantarse, pero lo detuve sosteniéndolo del brazo antes de apuntar con el dedo hacia la señal luminosa que indicaba que debíamos abrocharnos los cinturones de seguridad. A los pocos segundos, se escuchó hablar a una de las azafatas por megafonía dándonos la bienvenida.

-En breve ejecutaremos el despegue, por lo que le rogamos por favor, se mantengan sentados en todo momento y se abrochen los cinturones de seguridad...- hay que reconocer que la chica se lo tenía bien aprendido. Veinte minutos, lo que para ella era "en breve", fue lo que tardó en despegar el avión. Bien, pues tan sólo le sobraron cinco minutos para agradecer nuestra atención, después de darnos indicaciones y repetir lo mismo en dos o tres idiomas.

-Me vas a cortar la circulación- bromeó Philip. Estrechaba su mano entre mis dedos, con cada vez más fuerza conforme ascendíamos.

-No bromees, pensé que cada vez lo llevaría mejor- el avión se sacudió haciendo que me aferrarse a su brazo haciéndolo reír suavemente, entonces, por fin, nos estabilizamos. Las señales luminosas parpadeaban indicándonos que podíamos desabrochar nuestros cinturones -¿Sigue en pie esa botella?- pregunté suavizando la presión de mi agarre. Rio con dulzura antes de atraerme hacia él y besar mi cabeza.

-Si el avión cae, yo haré de paracaídas- reí. Cositas como aquella me ayudaban a distraerme.

-Ya me siento más segura- bromeé, provocando su risa. Desabrochó su cinturón.

-Ahora vengo- pellizcó mi mejilla con cuidado. Asentí con la cabeza. Vi como se alejaba por el pasillo y no pude evitar reír mientras giraba la cabeza hacia la pequeña ventanilla, al ver como las pasajeras más y menos jóvenes se le quedaban mirando.

Pegué la nariz al frío cristal. Debajo nuestra el paisaje se dividía. Comenzábamos a salir de Londres, por lo que las carreteras pasaban de estar entre edificios, para adentrarse entre los hermosos campos con distintos tonalidades de verdes y amarillos. Por otro lado, los rayos de sol comenzaban a pintar de ámbar el cielo, consiguiendo un cuadro precioso gracias a las cientos de nubes que nos rodeaban.

-¿Ha pedido una botella de agua?- sonreí sin necesidad de apartar la mirada del cristal.

-Buena memoria, retiro lo de que quiero hablar con su jefe- bromeé volviendo el rostro hacia él mientras se sentaba.

-Ten- desenroscó el tapón antes de darme la sudorosa botella.

-Gracias peque- besé su mejilla pero cuando estuve por retirarme para beber, rodeó con sus dedos mi mentón antes de robarme un beso, convirtiéndome en cómplice de robo.

-¿Cómo te encuentras?- me preguntó mientras tomaba varios tragos de agua.

-Mejor- dejé la botella a un lado antes de apoyarme en su hombro.

-Nos hemos levantado muy temprano, ¿por qué no duermes?

-No estoy cansada, además, no me atrevo a bajar la guardia con tantas por aquí- reí internamente mientras me acomodaba.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Where stories live. Discover now