Uno

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Al despertarme, esta vez fresca como una rosa, no supe dónde me encontraba.

Era una habitación hermosa, techos abovedados por la inclinación triangular del techo, con vigas, todo en madera; paredes de un ocre claro similar al vainilla; grandes ventanales con cortinas entre un fucsia oscuro y un color vino; una chimenea en la parte central de la pared más amplia y justo en frente de la cama, la cual tenía como cabezal la propia barandilla de madera que impedía una caída hacia las escaleras...

Estaba tan desorientada aún que al principio tardé en caer pero luego comprendí, sorprendida, una cosa: Estaba en casa!

Salté literalmente de la cama estando a punto de besar el suelo, una vez más por las sábanas de textura sedosa color melocotón, las cuales absurdamente me recordaron a la casa de Londres. Rápidamente corrí hacia las escaleras y las bajé de dos en dos. Al llegar a la planta inferior, me detuve en seco. Varios cuadros grandes y elegantes, de flores, decoraban ambas paredes del pasillo. Conforme fui pasando junto a las distintas habitaciones fui abriendo sus puertas comprobando que ya estaban amuebladas.
Mi primera pregunta fue la de cuánto tiempo llevaba durmiendo.
Al llegar junto a las escaleras, aunque mi vista estaba centrada en la puerta al fondo, de la que sería la habitación del renacuajo, los ruidos y murmullos, voces o risas que se escuchaban abajo, captaron mi atención al instante así que prácticamente bajé las escaleras con la misma rapidez que las anteriores, por inercia. Al llegar abajo casi tropiezo con Lupe que iba con una gran bandeja plateada de lo que parecían canapés de salmón y algo más.

-Uuy! Lo sie...-al darme cuenta de lo que mi mente había tardado en procesar, casi no solo tiro la bandeja-Lupe!-me abalancé sobre ella para abrazarla, haciendo que la bandeja cayera de sus manos haciendo un ruido estrepitoso.

-Mi niña Megana-escuché que me decía en mexicano con tono dulce, antes de que su voz se quebrara.

-Meg!

-Megana!-de un momento a otro me encontré rodeada por tres pares de brazos, dos de ellos no llegaban a sobrepasar la altura de mi cintura. Al mirar a las dueñas de estos últimos, tuve que flexionar las rodillas para intentar alcanzar, con al menos un brazo, a rodear a ambas. Las cuatro bobas llorábamos, reíamos... no sabíamos qué hacer...

-Pero... pe... qué?-mi intento de pregunta fue uno de los motivos de nuestras risas entre llantos.

-Qué tal si dejáis un poco para el resto?-no me hizo falta mucho para saber de quién se trataba y efectivamente, al levantar la cabeza me encontré con mi apuesto suegro.

-Alexandro-mi voz era una mezcla de sentimientos, pero sobre todo cariño y alegría. Las tres mujercitas, una por tamaño y otras por edad, me soltaron aún con lágrimas en las mejillas y sonrisas radiantes en sus labios, dejándome así que abrazara a Alexandro, quien me recibió entre sus brazos con el cariño de un padre.

-Se te ha echado de menos muchachita-yo tan solo lo abracé como si de un gigantesco oso de peluche se tratase.

-Voy!-escuché a una de las pequeñas, a la cual no veía.

-Tienes que cuidar a mi nieto si no quieres tener problemas conmigo-oí que bromeaba mi suegro tras besar mi cabeza aún apoyada contra su pecho. Asentí de forma enérgica provocando la risa de mis cuatro acompañantes.

-Yo me ocuparé mientras esté aquí de que sea así. La alimentaré a base de frijolitos, carne de cerdo y arroz. Verás que buen cuerpo echas.

-Qué hacéis aquí?-pregunté mirándolos a ambos aún sin soltar a Alexandro.

-Nos hemos enterado de que tú y mi hijo os casáis, así que bueno, decidimos que iba siendo hora de fastidiaros un rato.

-Y... y quiénes habéis venido? Lola también está aquí?-miré primero a mi suegro y luego a Lupe y la pequeña Rosa.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora