I

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Al abrir los ojos, la luz que se colaba por la ventana tenía tal intensidad que me obligó a meter la cabeza bajo la almohada.

-Maldita luz- refunfuñé antes de bajar de la cama agarrando con fuerza la sábana contra mi cuerpo, no sin el peligro de caer antes de bruces por el enredo de éstas entre mis piernas.
De un solo tirón, la persiana chocó contra el alféizar, dejando la habitación prácticamente a oscuras.

-Mucho mejor- dije mientras caminaba de vuelta a la cama.

-Tenemos que cambiar el modo que tienes de demostrarle a la persiana lo mucho que la quieres- reí al escuchar las palabras de mi chico, a quien no había visto abrir la puerta. Me senté en la cama aún sosteniendo las sábanas contra mi pecho.

-¿Qué tal has dormido?- preguntó. Se apoyaba en el marco de la puerta.

-¿Tú qué crees?- dije sin poder evitar recordar la noche anterior y aquel golpeteo acompasado proveniente de su pecho, que había sido el último sonido que había logrado escuchar -¿Y tú? ¿Cómo has dormido?

-Genial. No pude evitar la tentación, hasta que me quedé dormido, de observar a la pequeña princesa que acunaba entre mis brazos mientras ella dormía- dijo acercándose antes de sentarse a mi lado.

-¿Y descubriste algo importante?

-Ajá- arrastró la última vocal. Sus manos tiraron de mis caderas, acortando la distancia entre ambos. Sonreí cuando su nariz tocó la mía.

-¿El qué?- dije en un susurro, tontamente intimidada y sintiendo cómo se aceleraba mi corazón ante aquella cercanía.

-¿En serio te pongo tan nerviosa?- comencé a reír avergonzada antes de abrazarme a él para así poder esconder el rostro junto a su cuello. Apartó mis cabellos para luego acariciar mi mejilla ardiente, sin dejar de reír por lo bajo.

-Descubrí que eres igual o más hermosa mientras duermes- me aparté de él con los ojos cerrados -¿Qué haces?- preguntó riendo con dulzura, antes de encontrarme nuevamente con su bella mirada.

-Dices que soy más hermosa mientras duermo, ¿no? Pues finjo mi cara de dormida.

-Tonta- dijo riendo antes de empujarme sobre la cama y comenzar a hacerme cosquillas provocando mis risotadas.

-¡Philip!- le supliqué entre jadeos y risas incontrolables. Al ver que las súplicas no funcionaban rodeé su cuello con los brazos y tiré de él, logrando así que se tumbara sobre mí, haciendo cesar las cosquillas y por tanto mis carcajadas.
La dulzura con la que me sonreía hubiese sido capaz de empalagar a cualquiera, pero sin duda haría el esfuerzo de acostumbrarse. Aquella sonrisa, tan inocente y angelical como la de un niño, lo merecía... Pero aún más la merecía aquella mirada, que en conjunto lograba la mezcla perfecta para el más goloso y la más mortal para el diabético.

-No te vayas nunca de mi lado...- me pidió casi en un susurro y cambiando la expresión de su rostro.

Aquellas palabras aflojaron mi cuerpo, tanto que las rodillas me hubiesen fallado de haber estado en pie.

-Jamás- dije apenada por la simple petición.

-No mientras me quieras- dijo. Fruncí el ceño -El día que no me quieras...- no supe si mi corazón quería salirse del espanto por la simple idea o para arrearle una buena colleja.

-Nena- dijo, más parecido a una súplica, antes de cortarle el paso con el pulgar a la lágrima que había comenzado a caer por mi mejilla.

-No me gusta pensar siquiera que estés lejos...- me ayudó a incorporarme antes de atraparme en un fuerte abrazo.

DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proceso de corrección)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora