No, no es mi pareja

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Capitulo 39:

John Quinto era algo más que el abogado de Michelle Miller. Él era su amigo de toda la vida, y aunque ella no lo supiera también era su enamorado secreto. Conocía a Michelle desde la escuela secundaria, y siempre la había visto como algo más que una amiga. Pero jamás había tenido el valor de decírselo. Luego de graduarse, habían seguido juntos la carrera de abogacía, pero ella había abandonado todo al conocer a Robert Hudgens. Al pensar en él, la sangre le hervía. Ese infeliz no se merecía una mujer como Michelle, no. Pero la tenía, y no la valoraba. John era testigo de cómo de a poco, la chispa y sonrisa dulce de Michelle se fue consumiendo. Pero jamás se metió en esa relación. Jamás intentó hacer que ella lo dejara o que viera lo mal que él le hacía. Simplemente se hizo a un lado. Después de terminar sus estudios universitarios, conoció a una buena mujer y formó su familia. Y aunque el día de hoy estaba divorciado, tenía una muy buena relación con la madre de sus dos hijos.
Y ahora estaba allí, sentado en su oficina, impaciente, esperando a su 'amiga'. Hacía aproximadamente una hora que ella lo había llamado para pedirle que se vieran. No la había escuchado bien, y algo dentro de él le decía que lo necesitaba más que nunca.
La puerta de su despacho sonó y su secretaria se asomó.
—La señora Hudgens está aquí, señor —le informó.
—Hazla pasar, Clarisa, muchas gracias —le dijo.
—Enseguida —murmuró asintiendo levemente y salió de allí.
John se puso de pie y se acercó a su biblioteca, para buscar unas copias que ella le había pedido, del testamento de su padre.
Escuchó como la puerta se abría y se cerraba despacio, pero no giró al instante.
—Ya estoy contigo, Michi —le dijo —Termino de buscar lo que me pediste...
Ella no dijo nada. Se sentía demasiado cansada. Lo único que quería era un poco de consuelo. Sentirse segura.
John giró para mirarla, su silencio lo había alertado. Se quedó perfectamente quieto. Ella llevaba unas enormes gafas de sol, estaba abrigada y tenía un pequeño bolso en la mano. Entonces miró su boca. Sintió como si alguien acabara de pegarle en medio del estomago. Una marca morada rodeaba la comisura izquierda de sus labios.
—John... —dijo ella con voz temblorosa.
—No, no... —él empezó a negar, al comenzar a comprender lo que le había pasado. Entonces ella se quitó los anteojos que cubrían su vergüenza, su dolor —¡Hijo de puta! —juró él y se acercó rápidamente a ella.
Michelle se desplomó en sus brazos con un sollozo roto. Estaba marcada, no solo en su piel, sino también en su alma. Jamás volvería a ser la misma. Jamás podría olvidar sus gritos, sus golpes, aquel infierno.
John la escondió contra su pecho, respirando trabajosamente. Le estaba costando horrores contenerse. Iba a matar a ese bastardo, iba a acabar con su asquerosa vida. La dejó llorar tranquila, sabía que lo necesitaba.
—Jamás pensé que seria capaz, John —habló entre lágrimas. Sus pequeñas manos, suaves y algo frías, se cerraron en puños contra él.
—Tranquila, Michi, estás conmigo. Jamás volverá a suceder... jamás nadie va a volver a tocarte. Te lo juro.
—John... me escapé, él no sabe que estoy aquí. Y cuando se de cuenta...
—Shhh —la calmó y acarició su espalda. Ella siseó por lo bajo, dando un pequeño saltito. John cerró los ojos y maldijo. Seguramente su cara no era el único lugar golpeado. Alejó un poco su rostro, para mirarla. Aquellos hermosos ojos color chocolate estaba casi perdidos bajo la hinchazón de los moretones, y sintió dolor, mucho dolor por ella —Déjame ver que más te ha hecho, cariño.
—No —ella negó con la cabeza. No quería que él viera más.
—Por favor, Michi, déjame cuidarte. Déjame ayudarte... Necesito ver que daños hay. Voy a hacer que se pudra en la cárcel.
—¡No! —exclamó ella y se alejó completamente de él.
—Michelle, no puedes dejar esto así —dijo apretando los dientes —Debemos denunciarlo.
Ella se secó las lágrimas despacio, resignándose al dolor que su cuerpo sentía.
—Lo único que quiero es que me ayudes con el divorcio. Lo antes posible. No tengo mucho tiempo. Robert ya debe saber que no estoy en la casa.
—Entonces solo dime que pasó. Sé que puede ser doloroso, pero tengo que saberlo todo, Michi...
La tomó de la mano y con cuidado la ayudó a sentarse en aquel sillón de espera que tenía. La furia lo recorrió al ver la mueca de dolor de ella al sentarse. Quería la cabeza de Robert  Hudgens en una bandeja. Bien, si ella no quería denunciarlo, él no iba a presionarla. Pero si iba a darle su merecido.
—Hace un par de días... le pregunté por mi hija. Me dijo cosas horribles. Entonces le dije que quería el divorcio. Se rió de eso y lo dejé solo en su despacho. Al otro día intenté irme para buscar a Vanessa. Entonces... —la voz se le fue, un nudo ocupó su lugar. John tomó sus manos, y luego acarició su rostro, con las yemas de sus dedos tocó las marcas que ese animal le había dejado —Discutimos. Se puso como loco, John..., estaba algo borracho. Jamás lo había visto así. Le rogué que parara... pero no lo hizo —una lágrima resbaló por su mejilla —Y después me encerró en nuestro cuarto... intenté pedir ayuda, pero no había nadie. Y yo sangraba, así que me antendí como pude. Y recién hoy logré salir... abrí con una hebilla de pelo.
—Necesitas que un médico te revise, Michelle. Y vamos a ir ahora mismo a uno...
Ella lo miró con los ojos vidriosos.
—Siento que morí, John —le dijo en un susurro —Estoy viviendo sin vivir. Él mató todo lo que había en mí...
—No, cariño, no digas eso —le pidió.
Quería gritar, quería llorar por ella... Pero no iba a dejarla. Este era su momento.
Ahora ya no era un tonto adolescente, ya no había nada que perder. Era ahora o nunca. Michelle no se le iba a escapar... No la iba a dejar ir, y tampoco iba a dejar que ese infeliz acabara con ella. Antes de eso, iba a matarlo.
—Tengo mucho miedo —murmuró.
Él se acercó un poco más y la abrazó despacio. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro. Algo le decía que ese era su lugar, que era muy correcto estar allí, con él, en sus brazos.
—No estás sola, mi amor... —ella cerró los ojos y dejó que esas dos últimas palabras entraran dulcemente por sus oídos. Hacía mucho que nadie le decía así —Jamás vas a estarlo. Yo voy a cuidarte, Michi... ahora y siempre.

Es ComplicadoWhere stories live. Discover now