Que chiste de mal gusto...

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CAPITULO 10:

  Cinco semanas después (Un mes y una semana)
28 de septiembre del 2010.

El otoño ya se hacía sentir en Nueva York...

¿Por qué demonios se sentía tan mal? Odiaba estar así, y todavía estaba intentando encontrar el motivo. Hacía exactamente una semana que no dejaba de tener nauseas, vomitar, dormir como osa, llorar como loca. Era horrible. Un asco. Una mierda.
Su humor cambiaba cada dos minutos. Y cada día tenía más hambre. En ese momento su estomago gruñó. Ella se miró el vientre indignada.
—Debes estar bromeando —le dijo a su panza —¡Comí como una chancha hace menos de una hora!
Se puso de pie y un mareo la invadió. Se agarró de su escritorio y cerró los ojos para retomar el equilibrio. Respiró profundamente, para seguir con calma. Sí, tenía que mantener la calma.
En unos días ella sabría el motivo de su maldito mal estar. Por suerte ayer por la tarde se había tomado unas horas en la oficina y había ido a visitar a su médica de cabecera. Habían tenido una larga y fluida conversación. Habían hablado de cosas triviales, de cosas serias y de los cambios que Vanessa quería para su vida.
-Necesito un cambio en mi vida, Clara. Algo, lo que sea. Pero lo necesito lo más pronto posible...
Le había dicho a su doctora. Clara Molina era un poco más que su médica. Era como una amiga que la atendía por chequeo o cuando se sentía mal.
Desde que Vanessa había vuelto al trabajo todo eran problemas y más problemas. Estaba realmente estresada. Su abuelo había dejado caer todas las responsabilidades de la empresa en ella. Casi era tomada como la presidenta del lugar y todo pasaba por sus manos. Vanessa esto, Vanessa aquello... ¡Vanessa no encontramos los datos de ayer! Vanessa la contraseña del correo. Vanessa, Vanessa, Vanessa...
Verdaderamente iba a perder el juicio si seguía así. Odiaba la empresa, odiaba la responsabilidad de tener que manejarla. Odiaba ser una Hudgens. Simplemente odiaba su vida. Desde que el infeliz de Jesse la había dejado todo iba de mal en peor.
La puerta de su oficina sonó. Soltó un suspiro.
—Adelante —dijo.
La puerta se abrió y su mejor amiga entró. Vanessa le dedicó una pequeña sonrisa. Por suerte contaba con la ayuda de su hermana del alma.
—Vanessa, tu abuelo quiere verte —le informó.
—¿Ahora? —inquirió ella. Brittany asintió —¿Sabes que es lo que quiere?
—No realmente. Solo me dijo: Brittany, tráeme a Vanessa —dijo tratando de imitar la rasposa y grave voz de Anthony Hudgens.
Vanessa se sentó pesadamente en su mullida silla giratoria, ya que se sintió repentinamente agotada.
—Estoy tan cansada —murmuró y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Otra vez su lado sensible salía a flote. Pero no quería ir a ver a su abuelo. No quería recibir otro sermón, otro discurso sin sentido y regaños por haber 'perdido' a Jesse. No quería escuchar sus quejas, ni que le dijera que todo en la empresa estaba mal y que ella era un desastre. Simplemente no lo quería.
Brittany se acercó a ella y se inclinó a su lado. Tomó su mano y la apretó suavemente.
—¿Qué pasa, amiga? —le preguntó preocupada —Hace días que estás tan... rara.
Vanessa se sorbió la nariz y la miró. Ni ella sabía lo que le estaba pasando.
—No lo sé, Britt —aseguró.
La primera lágrima resbaló por su mejilla. Se apresuró a secarla, pues no quería llorar.
—¿Necesitas que hablemos de algo? —le preguntó.
—Cuenta —le pidió mientras se sentaba mejor —¿Cómo van las cosas con Niall?
Hablar un poco de los amores de su amiga la ayudaría a despejarse. Aunque hablar de cualquier cosa la ayudaría en ese momento.
—¿Recuerdas que ayer te dije que se rompió un caño de mi departamento? —preguntó.
—Sí —asintió la morena —Y te dije que podías quedarte en casa conmigo hasta que todo se solucione.
—Sí, lo sé. Pero... Niall quiere que me mude con él hasta que lo arreglen —exclamó contenta.
Vanessa abrió los ojos sorprendida. ¿Mudarse con él? ¿No era muy rápido?
—Pero, Britt... ¿estás segura? —inquirió.
—Vanessa... lo amo —le contó —Y es tan extraño de explicar porque todo está yendo tan rápido. Llevamos saliendo un mes, y unos cuantos días. Pero siento que lo conozco de toda la vida.
Vanessa sonrió. Se alegraba tanto por ella. Ya era hora de que su amiga encontrara el amor. Un celular comenzó a sonar. ¡Y era el suyo! Algo apresurada lo tomó y atendió.
—Vanessa Hudgens—dijo al atender.
—Vanessa, soy Clara —le informó.
La morena se enderezó aun más en la silla. Britt la miró curiosa.
—Buenas tardes, doctora —dijo sorprendida —¿Cómo estás, Clara? —le preguntó.
—Yo muy bien, Vanessa... Te llamé porque necesito que vengas a verme lo antes posible.
—¿Ya están mis análisis? —dijo sorprendida. No pensó que estarían listos tan pronto.
—Sí, ya están listos —le dijo —¿Puedes venir a verme hoy?
—¿Estoy enferma? —se apresuró a preguntar —¿Me estoy muriendo?
Escuchó la suave risa de la doctora. Y se sintió aun más nerviosa que antes.
—Los cambios que querías están por llegar. Te espero a las 17 hs.
Colgó, dejándola completamente desconcertada. Miró su celular y luego miró a su mejor amiga.
—¿Qué te dijo? —le preguntó la rubia.
—Quiere que vaya a verla hoy a las cinco.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, Britt —le sonrió —Quiero que vayas tranquila a organizar todo lo de tu 'mudanza' con el chico lindo —dijo pícara.
Brittany sonrió y se puso de pie.
—Bien, pero ahora vamos que tu abuelo debe estar esperándote.
La morena puso los ojos en blanco y se volvió a parar. Salieron de su oficina para dirigirse a la del 'gran' Anthony Hudgens. Brittany se despidió de su amiga en la puerta y la dejó con los nervios a flor de piel. Soltó un suspiro y tocó con dos suaves golpes.
—Adelante —dijo aquella grave y vieja voz que ella había llegado a odiar más de lo que se podían imaginar. Ingresó y lo miró.
—¿Me mandaste a llamar? —le preguntó. Él ni siquiera la miró.
—Sí, pasa —le dijo. Ella entró del todo y se sentó. Aquel característico olor de su abuelo le entró por la nariz. Una extraña mezcla de habano y licor importado. Cuando era niña amaba ese olor y de grande le había parecido agradable. Pero en las últimas semanas la sola mención del habano de su abuelo la hacía querer vomitar. En ese momento se le revolvió el estomago.
—Bien, ¿Qué se te ofrece? —logró preguntar después de controlar las repentinas nauseas. Definitivamente iría a ver la doctora Molina después de que terminara aquella reunión.
—Me estoy muriendo —dijo él —Me diagnosticaron cáncer de pulmón.
Ella lo solo lo miró fijo. Repitió aquellas palabras mentalmente una y otra vez. ¿Era normal que no sintiera absolutamente nada? Pero como decía su querido primo Nicholas: cosechas lo que siembras. Y su abuelo no había cosechado precisamente amor en ella.
—Yo... lo siento mucho —se atrevió a decir. No se le ocurría nada más. Anthony la miró al fin.
—No te preocupes, por suerte viví todo lo que tenía que vivir —ella sintió.
—Robert, ¿ya lo sabe? —preguntó. Así ella llamaba a su padre, por su nombre.
—Tu padre parece estar muy contento con la noticia.
—No lo creo —trató de sonar segura —A pesar de todo sé que esto le debe haber afectado.
Aquello sí que era una gran mentira.
Si de algo ella estaba segura era de que Robert Hudgens deseaba ver muerto y enterrado a su propio padre, con tal de que ella heredera de una buena vez todo. Él creía que cuando eso pasara no tendría que volver a trabajar en su vida y viviría panza arriba.
Vanessa sonrió sin darse cuenta. Si su padre supiera que no vería ni un solo centavo de toda la herencia, en ese momento le daría un infarto.
—Pero... hay algo que debes saber —le dijo él, sacándola de sus pensamientos. Ella lo miró curiosa —Se trata de un pequeño cambio que hice en mi testamento...
—¿Cambio? —inquirió.
Él asintió y sacó de uno de sus cajones un habano. El estomago de la morena se encogió. Anthony se llevó el puro a la boca y cortó la punta. Vanessa sabia que si él prendía aquello ella iba a vomitar.
—Para poder tomar posesión de tu herencia —ella vio como sacaba el encendedor y lo prendía. El corazón le latió con fuerza —Tienes que casarte... —lo miró sin poder creerlo —No podrás tocar ni un solo centavo hasta que no seas la señora de algún infeliz...
Prendió el habano y largó el humo.
—Debes estar bromeando —murmuró ella. Él negó con la cabeza
El humo le llegó rápidamente a la nariz. Lo próximo que hizo fue levantarse y salir corriendo. Llegó al baño y se inclinó sobre el lavado, dejó que aquel líquido transparente y amargo saliera de ella mientras las palabras de su abuelo resonaban en su cabeza.  

Camila🌼

Es ComplicadoWhere stories live. Discover now