176. Impresión más natural

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Emmanuel

Ayudo a un profesor a guardar unos útiles que necesita para mañana con urgencia y se me termina por hacer tarde.

—Ya se ha oscurecido —opino mirando la ventana.

—Gracias Emma, has sido de gran ayuda, yo terminaré con esto —me dice el profesor levantando una caja —puedes retirarte.

Sonrío.

—Déjeme ayudarlo —agarro la pesada caja —lo llevo y me iré ¿dónde hay que guardarlo?

—Ojala habría más gente como tú, este viejo anciano necesita de compresión, gracias otra vez.

—Sabe, es la segunda persona que me dice eso —me río.

Luego de una corta conversación, me explica a dónde hay que llevar los objetos, me despido de él y voy directamente al depósito del conserje.

Bajo la caja cuando no logro abrir la puerta y veo que la cerradura está forzada. La llave no sirve, deberé empujar. Golpeo varias veces con mi hombro, hasta que lo consigo.

—¡Soy el Rey de las puertas! —grito feliz levantando el puño y quedo tildado percatandome de su presencia —¿Adelaine?

Visualizo a la rubia sentada en un rincón, abrazada a sí misma. Levanta la vista al darse cuenta que he abierto la puerta y noto su rostro lleno de lágrimas. Se queda observandome por unos segundos, entonces reacciona y como si fuera de vida o muerte, se levanta del suelo corriendo para salir del depósito. Apenas pasa la puerta, hace un gesto como si estuviera estado debajo del agua sin poder respirar.

—¿Estás bien? —pregunto mientras guardo la caja y cierro la puerta.

Todo al mismo tiempo, soy multifunción.

Camino por el pasillo acercándome a ella e insisto.

—No te ves bien —sonrío —te traeré un vaso de agua.

—N... No, deja... —dice con la voz entrecortada y se refriega los ojos.

—¿Cómo terminaste ahí? ¿De verdad llorabas por eso? —. No la veo como una persona que lloraría por quedarse encerrada.

—Soy... Claustrofobica —expresa en tono bajo sin mirarme.

—Auch, mal ahí —opino —¿y cómo te encerraste?

Ignora la pregunta o mejor dicho a mí cuando intenta irse. Sin embargo la detengo cuando la agarro del brazo.

—¿Qué quieres? —se suelta.

—Me sentiría muy mal si dejará a una señorita sóla y en ese estado, te acompañaré hasta asegurarme de que estés bien.

—No lo necesito... Puedes irte, ya hiciste suficiente con abrirme la puerta, por lo demás ya me encargaré de mí misma, gracias —se gira para comenzar a caminar pero la sigo —¿Puedes dejar tu caballerismo y dejarme sóla?

—No, porque me sentiré mal si hago eso ¿No aprecias un buen gesto cuando lo ves? Yo valoro esas cosas —opino.

Se detiene y se gira a mirarme. Abre la boca levemente pero decide no decir nada y voltearse para volver a caminar.

Entramos al aula B y agarra su mochila, se mantiene callada en todo el transcurso del camino mientras salimos de la escuela.

—Ya está, ya me acompañaste —expresa seriamente cuando pasamos la reja.

—Pero está oscuro...

Frunce el ceño.

—¿Y?

—Sigues sin verte bien —señalo su rostro que aún sigue pálido —además, está peligrosa la calle a esta hora.

—¡Te dije que puedo cuidarme sóla! —se queja.

—¿Por qué tanta hostilidad? —me río y se sonroja —las últimas veces que hablamos no te comportaste así.

Baja la vista.

—No estoy de humor...

—¿Estás en tus días?

—¡¿Qué?! —su rostro se vuelve aún más rojo —¡¡No!!

—Ah entonces no sé —me rasco la cabeza confundido.

—Solo no estoy en modo coqueta —mueve su cabello.

Me río.

—¿Modo coqueta? ¿Qué es eso?

—Mi especialidad para cuando deseo algo de algún macho.

—Ah ¿y eso funciona? —le sigo el juego.

Se queda tildada y luego reacciona.

—Pues... ¡Pues claro que sí!

—No creo que te haya funcionado conmigo —me lo pienso.

—Ah ya no importa, ya no quiero hablar contigo de todas formas —avanza, da pasos más rápidos, pero aún así la alcanzo y voy a su ritmo.

—Admito que la primera impresión que tenía de ti era mala —la señalo —esta, es más natural, me agrada.

Se detiene y vuelve a sonrojarse. Se sobresalta y gira su vista hacia un costado.

—¡Ay, ya cállate!

Los gemelos ChannyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora