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Carlos

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Carlos

Amelia fue sedada, pues estaba teniendo un ataque de histeria y fue llevada en otra ambulancia que trajeron por previsión. Yo subí con ella, mientras William subió con Alexa.

El mundo entero se siente borroso a mí alrededor, porque sigue moviéndose con rapidez y yo... yo estoy paralizado. No puedo sacar la imagen de mi hija colgada, ni borrar la sensación de su peso sobre mi cuerpo cuando la liberé de la soga.

No he leído la carta, aunque la tengo en mis manos. Siento que debo esperar, pero...

—¡Carlos, Carlos! —El sonido de esa voz me trae a tierra y me levanto cuando veo a Alejandra, histérica y con el maquillaje corrido por las lágrimas—. ¿Dónde está mi hija? ¿Dónde está Alexa? ¿Está bien? ¿Se encuentra bien? Por favor, dime que mi hija...

—Llegué a tiempo, Alejandra. Alexa está bien —digo y ella se sienta, cubriéndose el rostro mientras solloza. Me siento junto a ella y llevo mi brazo a su espalda, acariciándola.

—Dios mío, pero... ¿por qué? ¿Por qué hizo eso mi niña? ¿En qué...? —Me mira, limpiándose las mejillas—. ¿En qué fallé como madre, Carlos? ¿Por qué mi hija no quiere vivir?

Y vuelve a llorar, recargándose en mi pecho.

—Escribió una carta... —murmuro y ella se endereza, mirándome. Le enseño la hoja en mi mano y ella respira hondo—. No la he leído, creo que inconscientemente sabía que tenía que esperarte para hacerlo. ¿La leemos?

Puedo ver la duda en su mirada por unos segundos, pero el amor de madre que brilla en sus ojos es lo que la llena de convicción.

—Sí.

Abro la hoja y nos juntamos para leerla en nuestras cabezas.

"Lo siento. No sé con qué palabras empezar esta carta, pero créanme que mi intención jamás fue causarles dolor.

Pero... ¿qué hay sobre mí? ¿Qué hay sobre mi dolor?

Estoy cansada de luchar contra esta enfermedad, de luchar para tener el control de mi mente cuando ella quiere destruirme. Siento que estoy pendiendo de un hilo al pelear contra mí misma y ya no quiero sostenerme más.

Me estoy quedando sin fuerzas.

Sé que estoy yendo al psiquiatra, sé que estoy tomando medicamentos, sé que tengo a William, a mi hermana, a mis padres, a Amelia, a mis amigos. Sé que ustedes quieren ayudarme, pero... ¿y si ya no hay salida?

Me da terror el imaginar que toda mi vida será así, llena de esta mierda en mi cabeza. Porque si esta es la pelea que debo dar de por vida, no quiero ganar.

Sé que jamás podrán meterse bajo mi piel y ponerse en mis zapatos, que esta es una oscuridad que solo yo conozco, pero si pudieran... si sintieran lo que yo siento, también querrían perder.

Es un infierno seguir, es un infierno ser Alexa Barrera. Es un infierno tener depresión.

Sé que habrá muchas dudas cuando me vaya. Así que quiero que hagan lo que quieran con mis cosas, excepto mis libros: quiero que Sheila se los quede. Y mi tienda, quiero que esté a cargo de William.

William... Dios, lo siento tanto. Juro por Dios que te amo y el pensar estar lejos de ti me duele, pero mereces algo mejor y esa no soy yo. Eres un ser lleno de tanta luz y yo no quiero ser quien la apague.

Papá, mamá, esto no tiene nada que ver con ustedes. Díganle a Valeria todos los días que la amo, que la vigilaré desde donde esté y que siempre estaré a su lado. A ustedes también los amo, perdónenme por esto.

Juro que lo intenté, pero ya no puedo seguir.

No puedo.

Alexa."

Me quedo en silencio cuando termino de leer y llevo mis manos a mi cara, sollozando. Alejandra es ahora quien me rodea por la espalda y me abraza, pero puedo escucharla sorber por la nariz varias veces mientras lloro.

¿Por qué Lex, una joven tan hermosa, inteligente, creativa y buena tiene que pasar por esto? ¿Por qué mierdas tiene que sentirse así? ¿Por qué no puedo tomar esa oscuridad y hacerla mía? No siempre fui una buena persona, ¿acaso lo estoy pagando con mi hija?

—¿Dónde está Lex? —pregunta Alejandra.

—Habitación 105.

—¿Y Amelia?

—Sedada. Habitación 109 —respondo y Alejandra afirma con lentitud—. Ve a ver a tu hija, te necesita. Yo... necesito un poco de aire.

—Está bien. Dame la carta, William debería leerla también —me dice, tocando mi mano apenas.

—Después deben dársela a la policía.

Ella afirma con lentitud y yo me alejo, saliendo del hospital. Me coloco sobre mis rodillas y respiro hondo varias veces, como me dijeron los paramédicos cuando se me bajó la tensión. La presión en mi pecho me impide respirar y siento que la vida entera ha vuelto a cambiar en un segundo.

Joder, de haber llegado un par de minutos después... Lex seguramente ni estaría aquí.

Llevo mis manos a mi cintura y me recargo de la pared, aunque de inmediato siento que algo se me aprieta contra la espalda baja. Llevo mi mano allí y siento el mango de la pistola.

Observo a mí alrededor, notando que no hay nadie prestándome atención y la tomo entre mis manos, mirándola. Y pienso en lo pequeña que es, pero si apunto al lugar correcto se vuelve tan mortal y peligrosa. Su peso siempre ha sido ligero, pero hoy siento que se ha transformado en una bola de plomo imposible de sostener.

Me acerco a un guardia de seguridad, con la pistola de vuelta a mi cinturón tras mi espalda y me detengo cuando estoy a un par de pasos de él y me mira.

—Tengo permiso para usarla, pero no quiero hacerlo nunca. ¿Qué hago con ella? —pregunto, enseñándole la pistola.

—Désela a un policía, señor. Ellos sabrán qué hacer, así no cae en manos peligrosas —responde—. Lo llevo, no debería estar solo.

—Gracias.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Where stories live. Discover now