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Carlos

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Carlos

Luego de dejar a Amelia en su edificio, manejo hasta mi casa con calma. Alejandra no es una persona agradable cuando se molesta, así que les doy su espacio porque es incómodo para mí. Y creo que para Lex también.

Me preparo mentalmente para verlas con los ojos enrojecidos y con lágrimas secas en su rostro, mientras subo en el elevador. Abro la puerta y me asombra escuchar algo de silencio, así que me encamino con lentitud a la sala y las encuentro sentadas en los sofás, muy lejos la una de la otra.

—¿Terminaste? —le pregunto a Alejandra y ella afirma, sus ojos todavía cristalizados porque sé que odia regañar a su hija—. Entonces, necesitaré tiempo a solas con Lex para yo hablar con ella. ¿Puedes esperarme en el carro?

—¿Qué...? —Alejandra me ve como si de repente me hubiese salido un tercer ojo en la cara u otra cabeza. Se levanta, haciendo una mueca de conformidad y le tiendo las llaves—. Bien, los dejo a solas entonces.

Su gesto sigue siendo de incredulidad cuando baja al ascensor, pues nunca he hecho nada como esto antes. Respiro hondo antes de encarar a mi hija, quien luce como si un camión la arrolló en vez de tener resaca. Además, también tiene los ojos hinchados, seguramente por llorar, y se abraza más a sí misma cuando me acerco.

—No voy a regañarte, Lex —aclaro, sentándome junto a ella, pero dándole su espacio—. Ayer estaba furioso, no lo voy a negar. Pensé en gritarte muchas cosas, pero... no tiene sentido que lo haga. No creo que aprendas algo de esta situación si te regaño.

Alza el rostro, teniendo el mismo gesto de desconcierto que su madre. Sin embargo, parece relajarse un poco más y yo me siento mejor.

—No voy a prohibirte que salgas de fiesta, es normal a tu edad. Solo quiero pedirte que, por favor, me avises para poder estar al pendiente de ti: llevarte y buscarte, ya sabes —continúo, rascando mi nuca—. Y que no tomes hasta llegar a ese nivel. No podías ni caminar bien ayer, Alexa. ¿Y si te pasa algo? Yo quiero que estés a salvo, ¿bien? No soportaría si te hacen daño o... algo peor. ¿Quedó claro?

Sus ojos se cristalizan, no sé por qué pues traté de sonar lo más amigable posible, y eso me pone algo nervioso. Ella afirma, mordiéndose el labio inferior, y se abalanza sobre mí para abrazarme. Esconde su cabeza en mi pecho y yo rodeo su espalda, acariciándola. Nos quedamos así por un par de minutos, hasta que ella vuelve a enderezarse y se limpia las mejillas.

—Gracias —musita. Niego con la cabeza, restándole importancia y ella se rasca la nuca antes de continuar—. ¿Puedo quedarme aquí hoy?

Yo me rio, sabiendo que se debe a su madre el que se quiera quedar conmigo.

—Sí, está bien. A mí también me da miedo tu mamá cuando está molesta —bromeo y ella se ríe, pero luego se queja y lleva las manos a su cabeza—. ¿Para qué regañarte si ya estás viviendo las consecuencias?

Somos fugaces | Autoconclusiva.Where stories live. Discover now