1.

1.1K 121 80
                                    

Amelia

Ops! Esta imagem não segue as nossas directrizes de conteúdo. Para continuares a publicar, por favor, remova-a ou carrega uma imagem diferente.

Amelia

Si me preguntaran cuál es mi número de la suerte, sé cuál no diría: el 22. ¿Por qué? Pues porque lo odio. Sí. Lo odio. Es un número y lo detesto.

Y hoy sé que mamá me hará apagar 22 velas de un pastel mientras el resto de mi familia me grita que pida un deseo. Uno que ya tengo bastante claro desde hace un mes y un par de semanas.

Un deseo que no va a cumplirse.

No porque esté pidiendo que un millón de dólares caiga del cielo, pues créanme que eso es más posible que lo que anhelo, sino porque lo que yo estoy pidiendo es un milagro y la verdad es que dudo que exista algo como ello.

Entonces, cuando sople las veintidós velas, sabré que he desperdiciado un deseo. Sin embargo, no me importa.

Me gusta pensar que al menos lo intenté.

Observo la hora en mi mesita de noche y suspiro. Ya son las diez de la mañana y no quiero encender el celular, pero debo hacerlo. Aunque me atormenten con llamadas que tengo que responder con fingida emoción y con mensajes que luego estaré agradeciendo de forma general en un estado de WhatsApp.

Solo me importa que me llamen o me escriban dos personas, pero... sé que no será posible.

El celular me saca de mis pensamientos y sorbo por la nariz, limpiándome con rapidez el contorno de mis ojos. Tomo el molesto aparato en mis manos y respiro hondo antes de contestar.

—Hola, ma...

—¡Feliz cumpleaños, mi niña preciosa! No puedo creer que ya sean veintidós años, hija. Estás tan grande y eres tan talentosa. No puedo evitar recordar cuando te chupabas el dedo gordo del pie o que te dabas golpecitos en la cabeza cuando jugábamos a las escondidas...

Y la escucho por un par de minutos más, en donde ni siquiera me deja darle las gracias por tan lindos recuerdos (de los cuales, por supuesto, no tengo memoria) o terminar de saludarla. Una vez finaliza su retahíla de momentos a mi lado, me pasa a mi hermana menor: Anahí.

—Hola, Am. Feliz cumpleaños, ¿vas a venir a la casa, verdad? —pregunta y yo entrecierro los ojos. Tiene 15 años y cree que puede manipular a cualquiera, pero a mí no—. Porque quiero comerme dos porciones de pastel.

—No, sí. Tres porciones te vas a comer —ironizo, mordiéndome el labio para no reírme.

Amo lo directa que es esta pequeña mujer.

—¡Ya lo dijiste! ¡Mamá, Amelia me dijo que podía comerme tres porciones...!

—¡No, Anahí! ¡Hey!

¿Para qué pierdo mi tiempo? Terminará comiéndose los pedazos de pastel que le dé la gana. Yo lo permitiré de todas formas.

Luego de hablar con casi toda mi familia y dejar los mensajes sin leer hasta que esté preparada mentalmente para ello, Sheila —mi compañera de piso— llega con tres medialunas y dos merengadas de Oreos en una mini bandeja. Tampoco me pasa desapercibido el pequeño panecillo con betún y una velita sin encender sobre el mismo.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Onde as histórias ganham vida. Descobre agora