31.

506 78 10
                                    

Amelia

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Amelia

Que mi mamá y Carlos se conocieran... pudo haber salido peor. Así que siento un peso menos, pues las personas que quiero ya saben sobre nuestra relación y, al menos, mamá también nos dio el beneficio de la duda.

He seguido yendo a terapia y todo parece ir mejor que hace unos meses. La voz en mi cabeza que me recuerda que todo puede irse a la mierda en cualquier momento, porque la felicidad no es eterna, está en mute por una decisión que yo tomé.

Cada vez que aparece, la pateo lejos de mi mente y me enfoco en mis cosas.

—Bueno, Amelia, te espero la próxima semana —se despide de mí la doctora Méndez y abre la puerta, por lo que salgo de su consultorio.

Como siempre, Carlos se levanta como un resorte cuando me ve salir y le sonrío, pues hoy no me siento mal después de la sesión. Tiene un café frío en la mano y una bolsa de papel con el logo de unas galletas.

—Hola —saluda y me hace sonreír, pues acabamos de vernos hace una hora.

—Hola —respondo y señalo el café—. ¿Eso es para mí?

Él afirma y me tiende ambas cosas, mientras nos encaminamos a la salida. Nos trepamos en su carro y enciende la radio, dejándola en un volumen bajo.

—¿Cómo te sientes? —pregunta, saliendo de la acera para acelerar en dirección a... no sé a dónde.

—Bien, la verdad —respondo antes de darle un sorbo al café.

No tocamos el tema de mi papá y mi hermana, sino que hablamos de mi relación con él y sus hijas. Así que fue una sesión más tranquila.

—Me alegra escuchar eso —responde y lleva su mano a mi pierna, donde la deja mientras maneja.

Lo ha estado haciendo de un tiempo para acá y la verdad es que ese gesto me aumenta las pulsaciones, además de ponerme nerviosa. Aunque me esfuerzo en no demostrarlo.

—Estaba pensando que podríamos comprar pizza y almorzar en mi apartamento, si te parece —incita como quien no quiere la cosa y lo miro por el rabillo del ojo.

—Está bien —respondo, pues no puedo negarme a una pizza.

Luego de comprar la pizza y llegar a su apartamento, nos sentamos en el comedor a degustarla. Carlos se come como cinco pedazos y yo apenas tres, cosa que me parce hilarante.

—Ya entiendo por qué te estás poniendo gordo —bromeo y él me mira con ojos entrecerrados, negando con la cabeza.

—Jamás. Ya me inscribí en un gimnasio por aquí cerca, voy en las noches —comenta y yo alzo las cejas, sorprendida—. ¿No quieres inscribirte tú también?

—¿Me estás llamando gorda, Carlos Barrera? —inquiero, cruzándome de brazos y frunciendo el ceño.

Él se ríe y lleva su mano a mi nuca para acercarme a él, robándome un pico de labios que hace que me deshaga de mis brazos cruzados.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Where stories live. Discover now