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Carlos

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Carlos

Luego de charlar con Amelia, pensé que dormiríamos pero ella tomó su laptop y la encendió. Me obligó a darle la espalda, pues así no se desconcentraba y ya lleva un poco más de media hora escribiendo.

Observo el reloj en la mesita de noche y noto que son las diez y media de la noche. Ya es tarde y ambos necesitamos dormir.

—¿Cuántos capítulos escribiste? —pregunto, colocándome boca arriba y no despego la mirada del techo. Por el rabillo del ojo la veo brincar del susto y no puedo evitar reír cuando maldice en voz baja.

—Puta madre, casi me das un infarto —masculla, cerrando la laptop y me mira, cruzándose de brazos—. Ya terminé por hoy. Escribí dos capítulos.

—Eso es bueno, ¿cierto? No sé mucho sobre el tema —hablo mientras ella reposa la laptop sobre la mesita de noche a su lado—. A mí me parece muy bien.

—Sí, lo es. A veces escribo cinco capítulos en un día, pero es una racha de creatividad que no sucede muy a menudo —explica, recostándose junto a mí.

—Algún día espero poder leer un poco de lo que escribes —le digo, quitando un mechón de su rostro y llevándolo tras su oreja.

—Tal vez —murmura y empieza a parpadear con lentitud debido al cafuné.

Beso su nariz y luego sus labios antes de abrazarla y acompañarla hacia los brazos de Morfeo, sintiendo que vuelvo a dormir como un bebé gracias a su presencia.

Cuando amanece, dejo que Amelia siga durmiendo un poco más y desayuno con Alexa en el comedor. Sus ojeras están pronunciadas de nuevo, pero no sé si sea por falta de sueño o porque durmió demasiado pues ayer se despidió de nosotros temprano.

La llevo a la universidad y de regreso paso por una librería, pues nunca le he regalado nada a Amelia. Me paseo por la sección de romance, pero me da algo de temor comprarle uno que ya tenga, así que sigo paseando por literatura clásica hasta que un libro pequeño aparece en mi visión.

El oficio de escritor de Eduardo Liendo. Leo la parte trasera del mismo y me parece que puede servirle saber cómo otros autores famosos hacen para escribir sus historias, así que lo llevo y pido que me lo guarden en alguna bolsa bonita. Una vez está todo listo, me deshago de la factura —pues conozco a Amelia— y manejo hasta mi casa.

Donde ella me espera.

Ese último pensamiento me hace sonreír, no voy a negarlo y le subo el volumen a Azul de Cristian Castro. La letra me recuerda un poco a Amelia y no puedo evitar cantar con más entusiasmo, aunque el cantante es un hijo de puta —en el buen sentido de la palabra, no sé cómo es pues no lo conozco— que hace su trabajo increíble y yo solo lo estoy arruinando.

Medito sobre la canción y encuentro que tiene razón. El cielo es azul y su inmensidad de multiplica cuando se refleja en el mar. La gente se equivoca cuando relacionan este sentimiento con el rojo; el amor es azul, extenso, profundo, infinito.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Where stories live. Discover now