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Amelia

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Amelia

Estoy en la sección de bebés y niños, atendiendo a las personas. No voy a negar que miro a las mujeres embarazadas o con bebés pequeños y recuerdo la conversación que tuve con Carlos hace unas semanas.

Este año nuevo que empezó cumpliré 24 años, iré a la feria del libro en España y espero publicar otro libro bajo sello editorial. No quiero casarme todavía, ni ser mamá. Son cosas que he planeado para los 26 o 27 años, pero Carlos tiene razón:

Yo no puedo obligarlo a ser padre, ni él puede obligarme a no ser madre.

Me da miedo cómo eso pueda afectar nuestra relación más adelante. Y, aunque me esfuerzo en no especular en algo que todavía no debe preocuparme, no puedo evitar pensar en que soy mujer y que mi reloj biológico es más limitado que el de un hombre.

—Chica, eh... esto es todo lo que llevaré —me habla la muchacha frente a mí y parpadeo, mirándola.

—Lo siento, claro. Ehm, serían... veinte dólares —respondo, mirando la computadora frente a mí. Noto que lleva unos zapatos tejidos de bebé, un biberón pequeño, una caja estampada, un chupón y unos papelillos brillantes—. ¿Es para un baby shower?

—Eh, no —responde, sonriendo—. Mi esposa y yo hemos tratado de tener un bebé desde hace un año. Ella no quiere pasar por el embarazo y yo sí, así que me toca a mí. Al fin logré quedar encinta y pues voy a darle la noticia. Estamos de vacaciones en Venezuela.

—¿No eres de aquí? Tienes el acento muy distintivo de nosotros.

—Sí, lo soy, pero me mudé a Suiza hace unos años. Allí la conocí. Aquí jamás apoyarían a una pareja lesbiana a tener bebés de forma natural.

—Claro, entiendo. ¿Tendrá el ADN de ambas?

—Sí —responde, sonriendo—. Con esto le daré la noticia.

—Pues... espero que todo vaya bien con tu embarazo. Felicidades —la felicito de todo corazón, entregándole la bolsa con sus cosas.

—¿Estás pensando en tener hijos? Te noto algo preocupada —dice.

—Eh, quiero ser mamá pero no todavía. Dentro de unos cuantos años —respondo, riéndome un poco—. Debe ser maravilloso.

—Desde el instante en que sospechas, lo es. No lo voy a negar. No creo que sea lo mejor que pueda pasarle a una mujer en general, pero es lo mejor que me ha pasado a mí. Lo he querido toda la vida... En fin, debo irme. ¡Hasta luego!

—¡Hasta luego! —me despido, fingiendo una sonrisa que se borra apenas ella se marcha.

Es lo mejor que me ha pasado a mí, su voz hace eco en mi cabeza y yo suspiro. Sacudo esos pensamientos fuera de mi mente y me enfoco en atender a las personas.

Alzo el rostro al sentirme un poco vigilada y veo a Carlos, de pie en el final de las escaleras, mirándome y por la forma en la que lo hace sé que me vio hablando con aquella mujer.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα