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Amelia

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Amelia

Carlos y yo hemos decidido no dejar sola a Lex, ya sea que se quede con Valeria, Will, Sheila o con alguno de los dos; pero nunca sola. Así que mientras él lleva a Val al colegio y pasa por la oficina, yo acomodo el desayuno de Lex en una bandeja y coloco un florero pequeño con un ramo de margaritas que tomé del jardín del edificio.

Toco su puerta, pero no escucho nada y hago malabares para girar el pomo. Este no cede y vuelvo a tocar, murmurando su nombre.

—Lex, ¿estás despierta? —pregunto, pues son las ocho de la mañana y tal vez para ella todavía sea muy temprano.

No hay respuesta y decido tocar más fuerte. Sigue sin responder, así que empiezo a entrar en pánico, sintiendo que mi corazón se acelera de a poco. Todas las malas ideas que se me pueden pasar por la cabeza, transitan por mi mente y siento que las manos me sudan.

—¡Lex! ¡Lex! ¡Abre la puerta! —grito, tocando la puerta con una mano y con más fuerza—. ¡Lex, por favor...!

La puerta se abre y Lex se restriega los ojos antes de mirarme con el ceño fruncido. Luce somnolienta y yo siento que el alma vuelve a mi cuerpo. finjo la mejor de mis sonrisas, aunque siento que me tiemblan hasta las rodillas y le tiendo el desayuno.

—Hice esto para ti. Buenos días —le digo—. En una hora tienes que atender la tienda, ¿cierto? No quise despertarte, pero creo que era necesario.

—Mierda, sí. Tienes razón —responde Lex, mirando el reloj inteligente en su muñeca—. Gracias por el desayuno, Am.

—No hay de qué. Me desperté temprano —respondo, restándole importancia—. Te espero afuera para empezar a trabajar, cuando estés lista.

Ella afirma con la cabeza y cuando está por cerrar la puerta, coloco el pie. Ella me mira, esperando a que hable y yo respiro hondo antes de hablar:

—No le pases el seguro a la puerta. Nunca. Siempre vamos a tocar antes de entrar —pido y su ceño pasa de confundido a culpable en segundos.

—Lo siento, no quise asustarte. ¿Lo hice, cierto? Es la costumbre —explica y yo niego con la cabeza.

—Tranquila. Solo... no cierres con seguro, por favor.

—Bien, no lo haré.

—Gracias —respondo, sonriendo.

—William, uh, va a venir a buscar unos pedidos. ¿Crees que...?

—Lex, hablamos de esto, ¿sí? No lo empujes fuera de tu vida, es un buen muchacho —le digo y ella desvía la mirada—. ¿Puedes intentarlo, al menos?

Ella vuelve a mirarme y titubea a la hora de afirmar con la cabeza. Le regalo una última sonrisa antes de que se adentre en su habitación.

Suspiro, cerrando los ojos y llevando una mano al corazón. «Lex no. Ella estará bien» me recuerdo y continúo arreglando la cocina.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Where stories live. Discover now