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Carlos

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Carlos

Amelia está dormitando de nuevo en mi cama, mientras yo estoy en el baño mirándome al espejo. No esperaba que esto sucediera, tampoco que fuese tan... diferente. No sé qué palabra usar para explicar lo que pasó.

No sé cómo explicar la forma en la que Amelia ha tomado cada parte de mi corazón y lo ha ablandado, adueñándose de él poco a poco. Paso a paso.

Y jamás me he sentido así con alguien. 34 años de vida y nadie me ha hecho sentir tan tonto y bien a la vez. Solo Amelia, con sus ojos verdes y sus mejillas sonrojadas ante cualquier cosa que le digo.

Y no voy a negar que me asusta, pues las palabras de su madre retumban en mi cerebro. «Están en etapas diferentes» dijo y tiene razón, pero me niego a lanzar todo por la borda sin intentarlo hasta el final.

—¿Carlos? —su voz, seguido de unos toques en la puerta, me traen a tierra—. Lo siento, necesito ir al baño. ¿Te vas a tardar mucho?

—No —respondo y carraspeo, restregando mi rostro con las manos—. Ya salgo.

Me enjuago la cara con agua fría y me la seco con la toalla pequeña que siempre tengo en el baño. Abro la puerta, encontrándome con una Amelia somnolienta, con el cabello despeinado y el cuerpo cubierto con mi sábana.

La dejo pasar, no sin antes darle un beso en la frente, y ella cierra la puerta tras de sí. Observo la cama hecha un desastre y suspiro, lanzándome en ella.

Mi celular resuena por algún lugar de la habitación y me siento, encontrándolo en la mesita de noche junto a mí. Lo tomo y veo que es Alexa quien me llama, así que respondo en seguida.

—Hola, pa. ¿Puedes... venirabuscarme? —arrastra las palabras y la escucho hipar, además que de fondo suena algo de música electrónica.

—Alexa, ¿estás borracha? —pregunto, apretándome el puente de la nariz.

—Un poco, sí. ¡Hip! —admite y se ríe—. Te mando la ubicación por mensaje, ¿puedes venir o tomo un taxi?

—No. No te atrevas a subirte en el carro de nadie. Ya salgo para allá —respondo—. Espérame en un lugar seguro, Alexa. Y está pendiente del celular.

—Sí, papá —responde y cuelga.

—Mierda —mascullo, buscando la misma ropa que cargaba hace unas horas y me visto con rapidez—. ¡Amelia! Voy a buscar a Alexa. Ya vengo —le explico, acercándome a la puerta.

—Espera, espera. ¿Por qué la vas a buscar? Son como la una de la mañana —habla, saliendo del baño.

—Está borracha, así que seguro salió a alguna discoteca o fiesta. No me esperes despierta, ¿sí? —le pido y me acerco a besar su frente, pero ella me detiene.

—Voy contigo. Me visto en un minuto —habla y se encamina a buscar su ropa antes de adentrarse de nuevo al baño.

Le toma más de un minuto arreglarse o no sé si es que estoy muy ansioso. ¿Por qué Alexa no me avisó que se iría de fiesta, coño? ¿Lo sabe Alejandra? ¿Por qué ella no me dijo anda entonces?

Somos fugaces | Autoconclusiva.Where stories live. Discover now