24. Parte I.

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Carlos

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Carlos

Amelia estalla en carcajadas por algo que dice su hermana, aunque no logro escuchar qué. Sin embargo, no puedo evitar sonreír al verla en mejor estado. Está arreglada, con jeans y una camisa manga larga color borgoña que le queda muy bien.

—Lo siento —se excusa, cubriéndose la boca y logro ver sus mejillas enrojecidas.

La verdad es que verla fue como una ventisca de aire frío en un día de calor. No me respondió ni un mensaje, no me atreví a llamarla porque sabía que no respondería, y estaba volviéndome loco. No podía dejar de pensar en si le había pasado algo, mejor dicho...

En si había hecho algo.

—Supongo que para él y sus hijas son las otras porciones de ponqué que reservaste —agrega su hermana, mirándola con una ceja alzada.

—Eh, sí. Claro —balbucea en respuesta, tendiéndomelo—. El envase es con carácter devolutivo, por favor.

—Seguro que sí. Lex se queda hoy, así que estará contenta por esto —respondo, aceptando el envase—. Es más, debo buscarla a la universidad en un rato. No sé si, más tarde, quieren pasar por casa o...

—Lo siento, debo hacer tareas de química y física —niega su hermana, haciendo un gesto infantil que me causa gracia en alguien de su tamaño.

—Yo soy bueno con ello, ¿te puedo ayudar con algo? —interviene William, quien pensé que ya se había marchado.

Admito que mirarlos hablar a través de las cámaras de seguridad me dio un retorcijón en el estómago. Por eso cancelé de inmediato la reunión y bajé a encontrarme con Amelia y su hermana.

Qué vergüenza me doy.

—¿Y tú todavía estás aquí? ¿Qué te he dicho de quedarte vagueando por ahí? —pregunto, frunciendo el ceño.

—¡Hey! Estaba cuidando a tu hija mientras estabas en la reunión —lo defiende Amelia, ganándose una mirada incrédula de parte de ambos—. Sé más amable. Ya él debió perder varias comisiones por ello.

—Pues podría estar recuperándolas, ¿no crees? —mascullo, mirándolo de nuevo.

—Sí, señor. Hasta luego, chicas —responde William, enderezando la espalda ante mí y se marcha por donde vino.

—Imbécil —masculla por lo bajo, negando con la cabeza.

«Ahí está la Amelia que conozco» pienso, sonriendo.

—Bueno, nosotras nos vamos a pasear por ahí. Nos vemos en casa, Sheila. —Se despide de su amiga y luego deja que Anahí y ella hagan lo mismo, mientras se acerca a nosotros—. Nos vemos luego, Val.

Mi hija se acerca, rodeando su cuello con sus bracitos y la besa en la mejilla. No me pasa desapercibida la pequeña sonrisa de Amelia y yo imito su gesto, encantado de verla sonreír de nuevo.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Where stories live. Discover now