4.

771 112 30
                                    

Carlos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Carlos

Observo todas las tiendas desde las cámaras de mi oficina. TodoTech está a reventar hoy y eso solo me hace sonreír, pues significa que cerraremos el día con buenas cifras.

A través de la radio, uno de los jóvenes de seguridad me indica que mi hija, Alexa, llegó y yo la busco en la pantalla del televisor hasta que doy con ella.

Y con la chica de los ojos verdes.

«No sabía que se conocían...»

Ambas conversan de forma muy animada por unos minutos y noto que la castaña lleva una bolsita con el logo de mi compañía, así que de seguro acaba de comprar algo en la tienda. Se despiden con un beso en la mejilla y Lex sigue subiendo hasta llegar a mi oficina, donde entra sin tocar y el gesto alegre que tenía cuando hablaba con la chica, decae.

Está maquillada, luciendo un lindo delineado y un labial rosa casi púrpura, pero ninguna cantidad de maquillaje la ayuda a cubrir sus ojeras. Sus ojos caídos me miran con un poco de hostilidad y suelta un bajo "hola, pa" a modo de saludo.

—Hola, Alexa. ¿Dormiste bien? —pregunto, frunciendo el ceño.

Se encoge de hombros, restándole importancia a la pregunta y se sienta frente a mí. Recarga los codos en el escritorio y luego la cara sobre sus manos, mirándome de nuevo.

—Mamá me dijo que vas a llevarme a comprarme el morral de la universidad.

—Sí, ¿te falta algo más? —pregunto, buscando mi billetera en la primera gaveta de mi escritorio y sopeso si llevar mi pistola o no.

Nunca la he necesitado, pero siempre trato de llevarla por seguridad.

—Mamá me compró los cuadernos y algunos libros, pero todavía me faltan unos pocos —responde, bajando los codos del escritorio y recostándose del respaldar del asiento.

—Bueno, compremos eso de una vez. ¿No quieres algo de ropa? Para que luzcas en tu primer día o semana, no sé.

—Sí, está bien. ¿Puedes decirle a Sheila que nos acompañe? Ella tiene buen gusto —pide y yo trato de no sentirme ofendido, pues es mi hija y la opinión entre mujeres suele importar más.

—Está bien, pero yo también tengo buen gusto —respondo, levantándome y acomodándome el cuello de mi camisa blanca. Ella también se pone de pie y lidera el camino, así que aprovecho de que se da la vuelta para meter la pistola en el cinturón de mi pantalón, pero en mi espalda—. Te vi hablando con una cliente por las cámaras, ¿quién es? ¿La conoces?

—Es amiga de Sheila. ¿Por qué? —pregunta, pero su mirada sigue en el camino.

—Porque la vi hace un par de días en el café de Gerardo, pero no sabía quién era ni nada. Me pareció una coincidencia.

—Ya, entiendo. ¿Podemos pasar por el café primero? Ahora que lo mencionas, no desayuné y las medialunas de allí son muy buenas.

Afirmo, pues yo tampoco he desayunado y nos encaminamos hasta allá, así que me acomodo la pistola en el lateral de mi cinturón, el opuesto a Alexa. Le incomodan las armas.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora