15.

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Amelia

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Amelia

Quisiera poder decir que no he pensado en lo que sucedió, pero no soy muy buena mentirosa. Al menos, no conmigo misma.

Todavía me pregunto por qué abrí la maldita reja, por qué acepté aquel beso, por qué lo correspondí si es Carlos: el imbécil que cree que todos los hombres me coquetean.

Por si fuera poco, ¡me lleva doce años y tiene 2 hijas! Yo sé que no tengo material para ser madrastra y, además, Alexa me odiaría por estar con su padre. ¡No me cabe duda de ello!

—Qué buena forma de empezar una amistad, Amelia Valentina —mascullo entre dientes para mí misma, negando con la cabeza.

—¿Ya estás hablando sola? —La voz de Sheila me sobresalta, pues estaba tan encerrada en mis pensamientos que no me fijé que había llegado.

Ni siquiera escuché cuando abrió la puerta y esta chirría bastante.

—Son cosas de escritores, supongo —agrega al ver que no contesto. Se sienta frente a mí y tuerce la boca, como intentando no decir algo—. ¿Pensaste en lo que te dije? Te vendría bien ese dinero extra y tendrás tiempo para seguir dedicándote a tu libro, cariño.

—Tendría que trabajar para él. La respuesta sigue siendo un no —reafirmo, enfurruñándome en el sofá, frunciendo el ceño y los labios.

—¿Pasó algo? Porque no has ido al café en días y Marcos está preocupado por ti —inquiere, alzando una ceja.

«Me besé con tu jefe, ¿qué te parece?» La sola mención en mi cabeza suena terrible. Dios mío, me siento ¡tan culpable!

—Nada. Sabes que no lo soporto mucho que digamos y de jefe ¡menos! ¡Los explota! —dramatizo, pero ella parece creerme y hace un mohín.

—No tendrías que hablar con él directamente, ni siquiera verlo. Susana se encargaría de tratar contigo y darte tus pagos —insiste y toma mis manos, por lo que mis ojos van a su rostro—. En serio, necesitas el trabajo y yo necesito que trabajes. No puedo con todo sola, Am.

El cansancio se remarca en sus facciones y una sensación de culpabilidad muy diferente a la anterior se asienta en mi estómago. Suelto un suspiro y afirmo, sintiendo que voy a arrepentirme de esto.

—Está bien. Habla con él —murmuro, rascando mi ceja derecha—. Tendré que estar en el café, ya que aquí el internet apesta.

—Igual, él tiene tiempo que no va al café, ¿sabes? Susana es la que va por su comida y sus bebidas —habla, levantándose de la mesita y rueda los ojos—. Es que le babea el piso por donde pasa, la tiene atolondrada.

—¿Susana? ¿Su secretaria? —pregunto, sintiendo una acidez en la boca de mi estómago que nunca he sentido antes—. ¿Le gusta Carlos?

—Sí, pero él no le da ni bola —responde, abriendo la nevera para darle un sorbo largo al jugo de naranja—. Creo que le he visto mirarle el culo un par de veces, pero más nada.

Somos fugaces | Autoconclusiva.Where stories live. Discover now