La disyuntiva

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  Tocó una de las notificaciones, en un comienzo por liberar sus pendientes. De las cosas que tenía por observar, el edificio único era lo que menos le provocaba interés, razón de que la sorpresa fuera exagerada, pues, por un golpe de buena fortuna había desbloqueado una de las estructuras que más necesitaba su vahir.

  *La construcción: Sanatorio está disponible para la edificación*

Habían muerto más de ciento cuarenta soldados en batalla, mientras que otros cuarenta y dos habían sucumbido por las graves heridas, disminuyendo su ejército en un porcentaje abrumador, y aunque Fira había curado unos pocos, la cantidad era demasiado baja para representar una buena noticia, cuestión suficiente para que cualquiera saltara de alegría al recibir semejante regalo, a excepción de él, que lo máximo que expresó fue un gesto con sus comisuras levantadas.

Arrojó el hueso de la fruta al plato, extrayendo de inmediato el plano del edificio único.

  --Ve a darle esto a uno de los jefes de la sala de construcción --Ordenó, arrojándole el importante rollo a sus pequeños brazos--. Que comience con los preparativos necesarios.

  --¿Y por qué yo? Que lo haga una de tus sirvientas o esclavas... Es más --Derramó un poco de jugo de fruta en sus limpias ropas--, Ponciano, lleva esto...

  --Te lo ordené a ti, Lork. --Le dirigió una única mirada, suficiente para hacer que las piernas de los valientes cedieran.

  --Maldita sea --Endureció el entrecejo, levantándose del sofá con pocas ganas. Sujetó el largo papel enrollado, al tiempo que se hacía de otra fruta verde--. Espero no te las acabes.

  --Lork, no te sobrepases. --Advirtió Fira, sonriéndole con frialdad.

  --Muérete flacucha. --Dijo en tono quedo, pero al oír el gruñir cercano, el nerviosismo creció, tanto que corrió a la salida, sin intención de volver la mirada.

  --No deseo interferir en sus decisiones, mi señor, pero siento que le da demasiada libertad a ese niño.

  --Una bestia enjaulada nunca desarrollará su verdadero potencial --Dijo al ponerse de pie--, y sé que ese niño me teme más de lo que quiere demostrar. Huelo su miedo involuntario cada vez que me acerco, su postura instintiva de ataque y defensa, el temblor oculto de sus piernas y manos cuando me dirige la palabra. Me teme y respeta mi superioridad, ahora solo me queda ganarme su devoción y lealtad. Su actitud no me es importante mientras obedezca mis mandatos.

  --Yo puedo encargarme de que lo reconozca como su salvador y único soberano, mi señor, solo dé la orden. --Apretó los puños, sonriendo con malicia.

  --Todavía no necesito esa solución, al menos no por el momento.

Sus ojos brillaron como dos perlas reflejadas por la luz, una expresión que se dibujaba en su rostro cada vez que estaba cerca de su señor, o lo escuchaba hablar.

Salió de una de las salas de descanso del palacio, dirigiendo sus pasos al lugar de su siguiente pendiente. Mujina y Alir recompusieron sus posturas al verle salir, siguiendo en brevedad a su gobernante. La calma había invadido de pronto la fortaleza, los guardias habían disminuido y el ejército que día tras día se le veía entrenando, ahora descansaban en sus casas por orden del Barlok. El olor de carne quemada había disminuido sustancialmente, pero, incluso después de dos días no había abandonado los alrededores, un olor desagradable, pero soportable.

El orden había vuelto a la vahir, los hombres sacaban a pastar a sus animales por la mañana, y por la tarde ayudaban junto con sus mujeres a construir la casa de la familia Herther, que había quedado en ruinas gracias al fuego provocado por los invasores. Los niños recogían agua del pozo, aprendían algún oficio de los mayores, escuchaban historias de los ancianos, o asistían al santuario del conocimiento, una opción limitada únicamente disponible para un selecto grupo de infantes.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now