El deber de un hermano

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Los rayos del sol atravesaban la espesura de las altas y anchas copas de los árboles, iluminando la tierra húmeda por la lluvia de un día anterior.

--¡Mierda de perro!

Lucian esquivó con suma facilidad, al tiempo que golpeaba con el pomo de su espada la nuca del salvaje atrevido, noqueándole y sacándolo de la batalla. Inspiró profundo, dejando salir toda su furia en un soplido bestial.

[Fortaleza pétrea]

[Pasos veloces]

Se escuchó un estallido cuando desapareció y, de forma inmediata un hombre fue ejecutado, luego otro y, otro, hasta llegar a la cifra de nueve en menos de cinco segundos, todos ellos con la misma muerte: decapitación. Cuando volvió a aparecer exhaló, jadeó y limpió la hoja teñida de rojo de su espada con un movimiento al aire. Esquivó la flecha repentina, cortó el pecho del salvaje cercano y rodó para asesinar a otro par más.

[Inspiración]

Gritó, elevando la moral de sus tropas. Apretó de vuelta la empuñadura de su espada, arremetiendo con un par de cortes a los tres salvajes que se acercaban con palos afilados en sus puntas.

--¡Retirada!

La orden fue repetida por los salvajes presentes, partiendo de inmediato del campo de batalla y salvando a sus camaradas si les era posible.

Lucian se quitó su casco dorado teñido de rojo, desabrochó el cinturón de su vaina luego de una exhalación larga, para después sentarse en una de las sillas de su tienda. Sus manos temblaban, aún experimentando las secuelas de la batalla. Cerró ambos ojos, tratando de encontrar un punto mental en el cual poder recuperar la paz, aunque fuera por solo un momento.

--Salvajes bastardos. --Abrió los ojos con brusquedad, frustrado al no lograr calmarse.

--Cuarto General.

Lucian volteó al reconocer la voz, encontrándose con la mirada respetuosa de su criado, joven y delgado, de expresión servil y tullido de una pierna.

--El soldado de...

--No es necesaria tanta formalidad. --Dijo Aldurs al entrar, con la fatiga en su rostro y el cuchillo del criado en su garganta.

--Baja el cuchillo y, ve por pan y alcohol. --Ordenó sin un cambio en su mirada.

Aldurs chasqueó la lengua, sonriendo con frialdad al ver el tambaleante caminar del sirviente de su hermano.

--Buena que no soy rencoroso. --Dijo al tomar asiento en una de las sillas desocupadas.

--Ni hábil. --Añadió su hermano, quitando la mediacapa de su hombro.

--Si no fuera tú deshago lo mataría.

Lucian volteó con la frialdad en su mirada, apareciendo de inmediato con una daga sobre su mano, una que clavó en la madera de la silla, cerca de las partes nobles de Aldurs.

--Eres mi hermano, sangre de mi sangre, pero un insulto más y te cortaré la puta lengua. Así que deja de jugar y dime a qué has venido.

Aldurs tragó saliva, con la tez pálida, enterándose de que el juego había finalizado.

--Madre solicita tu presencia. --Dijo con un cambio completo de tono, más respetuoso y sumiso.

--Y ahora que quiere esa mujer --Suspiró con cansancio, un cansancio que ni mil batallas consecutivas podrían producir--. Espero que no sea otra vez esa maldita propuesta.

--No pudieron rescatar a Helda. --Dijo de repente, cortando de tajo las innumerables especulaciones que Lucian tenía ahora en su cabeza.

--¿Qué? --No podía creerlo-- ¿Qué sucedió con el segundo y tercer ejército?

El diario de un tirano Vol. IITahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon