Una respuesta a mil preguntas

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  Sentado en su cama, goteando el suelo con el sudor que resbalaba por sus mejillas. Su mirada, distraída de la propia realidad, en simultáneo que su corazón latía a máxima velocidad. Se colocó de pie, tambaleándose al no poder incorporarse por completo, respiró profundo, amenizando su interior en un intento por deshacerse de aquello que lo afectaba. Una pesadilla, era una probabilidad, no obstante, él no soñaba y, aunque las primeras veces su despertar abrupto a altas horas de la madrugada fueron ignoradas, el recurrente hábito comenzó a provocar una ligera molestia, más por la incógnita, que por la consecuencia en sí.

Sirvió un poco de agua en una copa de plata, bebiendo para refrescar su garganta, al terminar volvió a servir, pero ahora en un cuenco que ocupó para limpiarse la cara. Respiró, sosteniéndose con ambas manos sobre la mesa, al tiempo que observaba la sombra de su reflejo en el agua del cuenco.

  --No voy a volver --Sus fosas nasales temblaron, al igual que sus extremidades. Mostró sus dientes como un sabueso en postura de ataque, mientras su respiración se aceleraba-- ¡Nunca lo haré! --Gritó, manoteando el cuenco de madera a un lado y rociando de agua gran parte de la pared cercana.

  --¿Se encuentra bien, Trela D'icaya? --Preguntó un joven hombre al abrir la puerta.

  --Lo estoy --Asintió, sin quitarle la mirada de encima--. Vuelve a tu puesto.

  --Sí, Trela D'icaya. --Bajó la cabeza en repuesta, cerrando la puerta con completa calma.

Se tambaleó hacia su cama, cayendo en ella como un saco de papas, no podía reconciliar su estado sereno, no ahora, cuando todo parecía tan caótico y complicado. Lo intentó más de una vez con la ayuda de respiraciones largas y pausadas, cerrando los ojos e imaginando las infinitas probabilidades que el nuevo mundo podía otorgarle.

  --Trela D'icaya, algo ha sucedido.

Abrió los ojos y, de forma inmediata se colocó de pie, dirigiéndose a la puerta semiabierta.

  --¿Y bien? Habla.

El guardia personal de Orion dio un paso hacia atrás, permitiéndole la palabra a la sombra que fue devuelta a la luz gracias a qué se adelantó unos cuantos pasos.

  --Señor Barlok --Dijo Anda al bajar su capucha--, una caravana se acerca a la fortaleza.

  --¿Enemigos? --Preguntó curioso-- Y si es así ¿Cuántos son?

  --No lo creo, señor, parecen una mezcla de mercaderes y bandidos --Pensó por un momento--, cuarenta o cincuenta jinetes, las sombras no me permitieron contar bien. --Bajó el rostro, consciente de su falla.

  --Ordena a los soldados en la fortaleza que se preparen y luego dirígete a la torre de arqueros junto a los otros Búhos. Y una cosa, Anda, que nadie se muestre, quiero ver primero su actuar.

  --Sí, señor Barlok. --Afirmó con la cabeza, dispuesto a cumplir con la encomienda así tuviera que atravesar un desierto completo a pleno sol. Se colocó de vuelta su capucha, desapareciendo como una sombra en la oscuridad.

  --Y tú --Miró a su islo guardián--. Llama a Mujina y al resto, puede que está noche note su valía.

  --Sí, Trela D'icaya ¿Y usted que hará? --Preguntó sumamente curioso y preocupado, percatándose de su error después de decir la primera palabra.

  --¿Yo? --Lo miró un poco confundido-- Voy a enfrentarlos, por supuesto. Vete ahora.

  --Sí, Trela D'icaya. --Casi tropezó por la apuración de sus pasos.

Orion también comenzó a caminar, en simultáneo que abría su inventario para sacar un abrigo, luego una túnica semiabierta de cuero, unas botas del mismo material y por último unos pantalones de piel, colocándose cada prenda al momento que la extraía de la extraña dimensión de la que hacía uso su habilidad.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now