A la luz de la luna (2)

105 24 8
                                    

  Se quedó de pie durante unos breves segundos, que a su perspectiva parecieron unos cuantos años. Despertó del letargo, moviendo su cabeza con brusquedad y malestar por no haber logrado recuperar la compostura inmediatamente.

  --¡Suenen la campana! ¡Nos atacan! --Gritó a todo pulmón, corriendo por la zona para alertar a sus descuidados subordinados.

Aunque el grito no llegó a todo el campamento, la sensibilidad con la que ahora dormían los soldados los hizo conscientes del cambio en la zona, optando por levantarse con rapidez.

  --Ve por mi caballo ¡Vamos! --Le ordenó a un hombre cercano-- No debe estar muy lejos. --Musitó, manteniendo su vista en la lejanía con una visible frustración. Nunca lo habían humillado de tal manera, y todavía ser consciente de su ignorancia por no conocer el camino que había tomado para la huída lo dejaba más insatisfecho.

La campana fue tocada con fervor, alertando a todos los desconocedores que algo malo había ocurrido.

  --Cuarto General --Dijo alguien, vestido de forma apresurada, tanto que no había abrochado bien una de las correas del peto-- ¿Regresaron las bestias? --Preguntó, un poco nervioso por la respuesta.

  --No --Le miró con detenimiento--, fue algo mucho peor --Se volvió al frente, a la tenue oscuridad-- ¡¿Dónde está el maldito caballo que pedí?!

  --Cuarto...

  --Ahora no --Volvió a mirarle con dureza, regresando su atención al hombre encargado de los equinos un segundo después--. Maldición, Gerz, podías ser un poco más rápido.

  --Lo siento, mi General...

  --No hay tiempo para disculpas, ahora ayúdame a subir. Vamos.

  --Sí, mi General.

Se apoyó en el poderoso cuadrúpedo, preparándose para subir a su lomo.

  --¡¡Mierda!!

Lucian detuvo la acción, llevando su atención al poderoso y cercano grito, sintiendo un mal sabor de boca al presagiar lo que menos deseaba.

  --¿Qué sucede soldado? --Preguntó, viendo la demacrada silueta salir de una de las tiendas cercanas, con las manos ensangrentadas y el rostro cubierto de una fúnebre atmósfera--. Soldado, te hice una pregunta. --Desenvainó, intuyendo lo peor, el enemigo seguía siendo desconocido, y hasta donde tenía conocimiento, el soldado podía ser un cambiaformas, o algo peor, similar a ese ente que se infiltró a su campamento.

  *Maldita sea, esto no acaba. --Pensó, sabiendo que su probabilidad de encontrar al misterioso joven se alejaba con cada segundo que pasaba. 

  --Están muertos --Se derrumbó sobre sus rodillas, con las lágrimas brotando de sus ojos--... lo están... todos ellos...

  --Vigílenlo. --Ordenó.

Se acercó, haciendo a un lado las cortinas provisionales que funcionaban de entrada de la no muy pequeña tienda, percibiendo casi de inmediato el fuerte olor a sangre, vislumbró a más de una docena de individuos, y aunque no conocía las condiciones de sus muertes, podía asegurar que no fue causado por el joven soldado de afuera, no tenía ni las habilidades, ni el temple para hacerlo, ahora podía verlo con claridad, él no era el enemigo.

  --Mi General, lo siento mucho, no pude evitarlo. --Dijo el cuidador de caballos.

  --¿Qué? --Preguntó al salir, observando el inerte cuerpo del joven soldado, apuñalado por lo que parecía ser una herida autoinflijida--. Por los Sagrados, esto no puede estar pasando.

Quiso gritar al cielo, golpear la tierra, usar su espada, quiso hacer tantas cosas para canalizar su furia y frustración, pero no lo hizo, no era el momento, ahora se necesitaba un líder y él tenía que cumplir ese papel, aunque no lo quisiera.

  --Lleva de vuelta al maldito caballo... no sería capaz de alcanzarlo aunque supiera por dónde se ha ido --Se dijo a sí mismo, con un tono no muy bajo--. Maldita sea, no sabría que hacer si lo encontrara de nuevo, tal vez sería para mejor nunca volver a vernos --Suspiró-- ¿Sigues aquí? Mueve el culo y haz lo que te ordené.

  --Sí, mi General.

∆∆∆
  --Tu habilidad es demasiado útil. --Dijo Orion al aparecer a unos pasos dentro del bosque.

  --Gracias, Trela D'icaya. --Sonrió Mujina, alegre con el halago.

Poco a poco fueron apareciendo más sombras, todos ellas encapuchadas, con pequeñas manchas de líquido espeso que apenas si eran perceptibles.

  --¿Cuántos? --Preguntó al comenzar su camino al lugar seguro.

  --Más de cien, pero no puedo asegurar la cifra exacta, señor Barlok. --Dijo Anda, cerciorándose a miradas furtivas que nadie los siguiera.

  --Lo han hecho bien. --Dijo, contento de que su viaje de prospección fuera más eficiente de lo planeado.

  --¿Algo que deseen informar?

  --Yo, Trela D'icaya --Dijo Mujina con un tono no muy habitual en ella--. No sé cómo decirlo --Comenzó al verlo asentir--, pero había algo más ahí, sentí sus ojos, intentó entrar a mi cabeza, lo escuché susurrar sobre muerte y desgracia, pude aguantar, pero debo admitir que no fue fácil, Trela D'icaya, debemos salir de este lugar cuánto antes, no quiero que algo malo le ocurra y no pueda protegerlo... cómo esa vez. --Se dijo pasa sí la última frase, recordando el enfrentamiento con el dak y su inutilidad en aquella batalla.

  --La señora Mujina habla con verdad, señor Barlok, fuimos atacados por algo similar, apenas si pudimos resistirnos. --Se lamentó por su debilidad, mirando la espalda de su respetado señor.

  --Sentí la extrañeza --Dijo--, la pesadez del lugar... Experimenté antes esa sensación, me he enfrentado a quienes la ocuparon como armas para confundirme, para bajar mi moral y así poder matarme. --Dijo con un tono tranquilo, y sin darse cuenta calmó los corazones de sus subordinados, haciendo que la adoración que sentían por él incrementara a un nuevo nivel.

  *Aunque muchas veces si les funcionó. --Chasqueó la lengua en su paladar, recordando los fatídicos días del laberinto.

A lo lejos del sendero, cerca de un árbol inclinado y curvo, dos siluetas de mangos negros y apariencias irreconocibles se encontraban de pie, en postura de espera.

  --Demasiado obvios, ¿no creen? --Preguntó Yora con una sonrisa juguetona, una que no pudo observarse por la densa oscuridad y la tela negra sobre la mitad inferior de su rostro.

  --Ni tanto, querida compañera. --Dijo Jonsa, saliendo del punto ciego que el grueso tronco le otorgaba gratuitamente.

Yora sonrió, aunque no de una manera alegre.

  --¿Limpiamos las huellas? --Preguntó Yerena al salir de su escondite.

  --No será necesario --Se giró para observarlos--. Después de todo, mañana será el día de sus muertes.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now