¿Una decisión correcta?

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  --Mi general... --El comandante se acercó, dividiendo su atención en dos al admirar al joven señor de Tanyer y a su general Génova.

  --Atrás, Etnark --Interrumpió tajante-- ¿Quieres pelear conmigo, niño? --Sus comisuras se alzaron con desdén, no podía creer que tal potencia de sed de sangre pudiera provenir de alguien tan joven, teniendo que excusar aquello con un artilugio mágico, o algo de origen similar--. ¿Al menos ya te crecieron los pelos en los huevos?

Orion no mostró indicio de molestia, por el contrario de los hombres a sus espaldas, quienes fruncieron el ceño y aumentaron la intención de matar. Su postura de espera continuaba siendo la misma, ni un solo centímetro se había movido de su lugar y, aunque parecía una postura casual, para los ojos expertos de Génova y Etnark, esa forma de pararse representaba el pináculo de las artes de combate, entendiendo que no se encontraba ni el más mínimo indicio de abertura, era como la Gran Muralla del Sur, sólida e imponente.

  --No es alguien normal --Dijo Etnark--. Hay monstruos rondando estas tierras, no dudaría si alguien me dice que él es uno de ellos.

  --Monstruo o no debo matarlo aquí y ahora --Musitó sin quitarle la mirada de encima al adversario--. Te concederé tu muerte, niño --Incrementó la potencia de su energía de guerrero, así como la fortaleza de su cuerpo--. Acepto tu duelo.

Orion sonrió débilmente, en simultáneo que hacía aparecer un mandoble en sus manos después de haber abierto su inventario y escoger el objeto. El acto fue sobrenatural para propios y extraños, provocándoles una gran sorpresa que no pudo ser extinguida con prontitud, pues, aunque eran sumamente ignorantes sobre la naturaleza arcana de los magos, era de conocimiento común que antes que esos enigmáticos individuos crearan o invocaran algo, siempre recitaban unas cuantas palabras que resultaban extrañas a sus oídos, acompañadas de movimientos exagerados de manos y, aunque existían rumores de la magia sobre hombres que consiguieron llegar al pináculo, logrando destruir montañas con el pensamiento o inundar desiertos, también sabían que todo ello pertenecía a la época de las Leyendas, a un pasado tan lejano que muchos con el paso del tiempo comenzaron a considerar esas historias como un compendio de mitos, cuentos de héroes y villanos para que niños energéticos lograran dormirse, con la bella excusa de que algún día podrían ser como esos valerosos individuos. Y esa era la razón principal de la sorpresa de la multitud, no comprendiendo si aquello era magia, o un truco bien elaborado por parte del joven.

Génova entendió perfectamente la situación, su duda al atacar representaría la derrota anímica por parte de sus tropas, que comprenderían erradamente que tenía miedo, así que, con el uso de su cerebro desarrolló sus tácticas de combate, una ofensiva y otra basada en la defensa, teniendo presente que todo dependería de su adaptabilidad al combate del adversario para saber actuar antes de tiempo y, así fue como ella dio comienzo a la batalla.

La luna misma no quiso perderse el espectáculo, haciendo lo posible para permitirse observar al cerciorarse que las nubes se habían ido, brindando su fría luz a los terrenos oscuros de los combatientes.

Orion bloqueó con facilidad la repentina hoja de la espada enemiga, no atacó inmediatamente, no quería apresurarse, era un ignorante sobre el poderío que los lugareños del nuevo mundo podían demostrar, teniendo que ser precavido para no morir a manos de la dama que parecía bien versada en el combate. El siguiente corte se aproximó luego de dos movimientos señuelos y, al igual que el anterior, fue bloqueado con éxito. Génova endureció el entrecejo, no había conseguido que su oponente siquiera se moviera de su lugar, lo que consideraba un completo insulto a su orgullo, pues, aunque reconocía que ya no era la misma guerrera de sus años dorados, aún era considerada de las mejores artistas con la espada del territorio de la familia Lettman y alrededores y, con los prodigios que abundaban hoy en día, aquello no era una mala clasificación.

El ejército del señor de Tanyer comenzó a golpetear la superficie de tierra con los pies, acompañado por un grito rápido, que provocaba una tonada bélica e inspiracional, al mismo tiempo que desmotivadora para los enemigos que observaban la batalla. Y todo ello fue influenciado por los islos presentes, quienes con ferocidad admiraban la destreza de su señor.

Orion volvió a bloquear, entendiendo el patrón de ataque de su adversaria, un patrón que a sus ojos era demasiado fácil de prever, con movimientos defensivos pobres y, retrocesos lentos. Un rendimiento demasiado bajo si lo comparaba con las habilidades de combate de una criatura perteneciente al laberinto.

La espada de la general Génova se acercó una vez más a su cuerpo, solo que ahora, al tener completa certeza de su victoria, su comportamiento cambió y, justo cuando la hoja estaba próxima a su cuerpo, hizo un movimiento rápido, golpeando con el mandoble la hoja enemiga, desarmándola al instante y con el movimiento siguiente cortando uno de sus brazos.

  *Argh.

Génova gritó ahogadamente, protegiendo con su mano la terrible herida, mientras su rostro se contorsionaba en una expresión de sufrimiento.

  --No... --Su voz fue callada inmediatamente al ver cómo el mandoble atravesaba el pecho de su general, la misma que un segundo después cayó al suelo.

Orion observó con frialdad a los presentes, la hoja de su gran espada goteaba con un líquido espeso y viscoso de color rojo.

  --¡¿Quién más?! --Gritó de manera retadora.

El silencio reinó los alrededores, nadie se atrevió a moverse, a siquiera decir algo, apreciaban a su general, morirían por ella, pero ahora, ese pensamiento estaba nublado por el miedo, un terror indescifrable que atacaba sus corazones de maneras que hasta el día de hoy no habían experimentado, sin embargo, hubo alguien que aún con el temblor de su cuerpo logró moverse. El comandante Etnark alzó su espada al aire, retando sin palabras al joven señor de Tanyer y, con la misma impulsividad salió corriendo, con lágrimas de dolor derramándose de sus ojos y con el corazón hecho pedazos.

  --¡Yo la amaba, maldito! --Gritó a todo pulmón.

Orion esquivó el lamentable ataque, golpeando con su rodilla el plexo solar del comandante, acción que provocó que doblara el cuerpo aun cuando poseía su buena armadura y, con la ayuda del pomo golpeó su nuca, haciéndolo caer al suelo, hizo girar su espada con rapidez, dejándola atravesar sin obstáculo la espalda del miliciano de alto rango, quién soltó un gemido ahogado antes de morir.

  --Pueden morir, o pueden rendirse ¿Ustedes escogen? --Su mirada se posó en cada uno de los enemigos, mostrando lo resuelto que estaba de poder matarlos.

Nadie lo sabía, pero Orion estaba nervioso por la decisión, había presenciado de cerca el combate, aprehendiendo que por cada uno de los suyos, diez de los enemigos habían muerto, algo que por supuesto no estaba mal, pero todo ello era por la baja moral y el miedo que nublaba sus pensamientos, sabiendo que si el ejército hubiera tenido un estado óptimo, ni otros cien hombres más podrían haber cambiado su derrota, por lo que ahora no quería motivarlos con la muerte de su general, sino todo lo contrario, quería demostrarles que a cualquiera podría pasarle algo similar.

  --Me rindo. --Dijo alguien entre la multitud, soltando su espada al suelo, a la par que se dejaba caer de rodillas.

Su acto fue segundado casi inmediatamente por sus compañeros de armas, quienes por su orgullo y honor no estaban deseosos de aceptar la derrota, pero el terror en sus corazones era el que ahora dominaba y, ellos no pudieron hacer nada para impedirlo.

  --Una buena decisión. --Dijo Mujina al incorporarse a la guardia de su señor.

Orion asintió, complacido con la decisión tomada, mientras débilmente inspiraba de cansancio por haber desbloqueado la sangre de Yerena.

  --Y la caballería ¿Ha logrado destruir al enemigo? --Preguntó, llevando su mirada a la zona de combate, sorprendiéndose por lo que sus ojos observaban.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now