La segunda venida

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  Con una mirada calma observaba el horizonte, ansioso en su interior por descubrir lo sucedido. Esquivó con rapidez, sin cambiar su atención de la puerta principal.

  --Maldito, maldito, maldito. --Se levantó por el infortunio tropiezo, llevando su pequeña espada de vuelta al ataque.

El corte fue bloqueado, impidiéndole contratacar por la inestabilidad provocada.

  --Solo buscas humillarme, maldito, ni tus miserables bestias se atreven a hacerlo --Limpió con su antebrazo el polvo en su mejilla, liberando en el acto su poderosa energía maligna-- ¿A ver si así sigues ignorándome?

Orion volteó con maestría, bloqueando y desviando el poderoso ataque, que para nada se asemejaba a un movimiento infantil. Pateó su estómago, para devolverlo al suelo con un considerable codazo.

  --La furia solo te hace ganar peleas donde combates con uno más tonto que tú. Sé inteligente, Lork, crea una estrategia y ataca, no antes.

El pequeño niño alzó la mirada, observándole con intenciones maliciosas. Su labio superior marcado de rojo por la sangre fresca que comenzó a salir de su nariz, sus temblorosas manos por la ira que lo controlaba, y con el semblante endurecido por la humillación sufrida.

  --Es suficiente --Dijo al ver las borrosas siluetas de la lejanía que atravesaban el arco de la puerta--, límpiate y vuelve a entrenar tu cuerpo, si es que deseas la revancha.

Lork se levantó, agarró su pequeña espada tirada en la tierra, y con una actitud arrogante la devolvió a la vaina, retirándose sin la apropiada ceremonia.

  --Fallame, Lork, y te juro que te mato. --Advirtió, viendo su pequeña espalda. El niño se detuvo por un segundo antes de regresar a su camino.

  --Ponciano, prepárame un baño. --Ordenó al subir los escalones del palacio, al tiempo que sus ojos se tornaban de un color negro carmesí.

  --Sí, amo.

A unos pasos de la desaparecida pareja, el alto hombre se mantenía de pie, erguido, esperando por el arribo de las siluetas.

  --Mi señor.

  --Trela D'icaya.

Dijeron al unísono las dos damas de más poder del grupo, al tiempo que caían de rodillas, junto con los dos guardias de atrás.

  --¿Nina? ¿Qué haces aquí? --Le miró, confundido y sumamente preocupado.

  --Ya era tiempo de vernos, querido amigo --Se acercó un par de pasos, sonriendo con calidez--. Hasta tu tono ha cambiado. Quién diría que hace tan solo unos meses no podías ni formar una oración completa.

  --¿Qué haces aquí, Nina? --Ignoró sus palabras, manteniendo su digna postura-- Tu padre debió haberte dicho de mi promesa ¿Por qué lo haces?

  --Lo he dicho, ya era momento de hacerlo... me dejaste sola --Su mirada se cubrió con un manto de tristeza y decepción, mientras sus ojos se humedecían--, nunca volviste ¿Sabes cuanto necesite a mi amigo?

  --Déjennos solos --Ordenó--. Parece que tienes más suerte de la que pensé --Miró a la discreta embarazada que no se atrevía a levantar la vista--, mucha suerte. Aunque se me olvidó decirte algo. Maté a Lucian hace un par de días, lo lamento, acabo de enterarme de que era tu hermano. --Sonrió con frialdad.

Helda interrumpió el movimiento, suspirando y tragándose el ligero dolor por la repentina noticia de muerte de su consanguíneo.

  --Felicito su victoria. --Continuó el camino marcado por la dama de cabello platinado luego de su reverencia.

El diario de un tirano Vol. IIΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα