Previsión a futuro

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  *JUAAAAAAARRR.

  Fue tarde cuando reaccionó, no logrando bloquear las largas y filosas uñas de su oponente que descansaron con libertad en el centro de su pecho. Retrocedió en un instante, inspirando con suma dificultad, la pesadez de su cuerpo iba en aumento, defendiéndose con gran fervor de los incesantes ataques a su mente. Observó la gélida sonrisa de su oponente, acompañada de una mirada voraz y juguetona, declarando lo fácil que le resultaría matarlo. Claramente, le estaba permitiendo un momento de respiro, una acción que Orion le haría pagar con creces.

Apretó con fuerza la empuñadura, tratando de controlar la cólera que se estaba desatando desde el interior de su cuerpo. Intentó bloquear un súbito ataque con el plano de su espada, recibiendo un par de cortes ineficientes alrededor de su armadura, terminando con un fuerte puñetazo en su nariz que lo devolvió al suelo. Se preparó para colocarse de pie, pero la patada en su esternón fue más rápida, levantándolo del suelo por medio metro, y volviéndolo a arrojar con un poderoso golpe en su espalda. Probó la insípida tierra cubierta de sangre, rememorando su terrible vivencia en el laberinto, en específico con esos bastardos que se hacían llamar jefes de piso.

Escuchó un rugido cercano, que con prontitud se volvieron dos, cuatro, ocho, así hasta llegar a una cantidad de decenas. El primero en abalanzarse fue recibido con un certero y poderoso golpe de dedos, que atravesó su armadura y piel, llegando a un órgano vital que bombeaba sangre a todo su cuerpo. Lo arrancó, bañándose con la sangre de la alta criatura.

  --¡¡Largo!! --Gritó Orion, enloquecido y con el orgullo destrozado, tal vez en el interior de su mente, donde habitaba la razón, ahora mismo se estaría dando de golpes contra el suelo, vociferando sobre que su mejor opción sería atacar con la compañía de todos los islos, sin embargo, por alguna razón, había decidido hacer lo opuesto, aunque eso conllevara el riesgo de su posible muerte.

No fue Orion quien tomó la decisión, fue la locura, su mente fragmentada del laberinto, la misma que le impidió rendirse incluso cuando tenía todo en contra, de retirarse cuando sus heridas eran mortales, de intentarlo una y otra vez, sabiendo el dolor que aquello le produciría. Ahora no era Orion, era el joven del laberinto, el feroz joven que no dudaría ni un instante en sacrificar su propio cuerpo si eso le concedía la victoria.

Mujina ordenó el retroceso con un bestial rugido, pero no abandonó a su señor, se mantuvo cerca, en espera por si debía intercambiar su vida por la de su soberano, por si debía tomar una decisión radical, por si debía hacer lo que debiese, se quedó, en alerta máxima.

∆∆∆
Los soldados vencidos continuaron arrodillados, ignorando que la cosa que combatía contra el hombre de la armadura negra era su aliado, pues muchos habían sucumbido ante la influencia de la energía maligna, agachando la cara, temblando de miedo y hasta prefiriendo un corte rápido en la yugular. La caballería del ejército de Orion continuó con el cerco, impidiendo que cualquier astuto escapara, o siquiera tuviera la idea de hacerlo, con la dificultad de tranquilizar en cada tanto a sus sementales igualmente influenciados por la energía maligna. Los soldados de Orion vacilaron, habían escuchado la orden de regreso, pero sabían que si se iban, los invasores podrían retomar su postura agresiva y atacarlos.

  --El Barlok de Tanyer no lo ordenó --Dijo uno de los comandantes--, Las Espadas Hermanas se quedan aquí.

  --Igual Los Sabuesos.

  --¿Y si es algo importante? --Preguntó un soldado-- No podemos quedarnos, debemos de hacer algo, nuestras familias están ahí, maldición.

  --Solo el Barlok se autorizó a sí mismo de dar órdenes con el cuerno, por lo que si alguien tuvo la audacia de ocuparlo, es porque algo malo ha ocurrido.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now