La estrategia (2)

84 17 1
                                    

  Optó por acostarse pecho tierra para recuperar el aliento y vislumbrar al enemigo en la lejanía. El dolor arriba de sus senos había disminuido sustancialmente, la herida en su brazo había desaparecido, pero la fatiga por la reciente batalla no había hecho más que incrementar.

  --Te dije que debí tener un arma. --Dijo Lork desde un lado, con una sonrisa burlona dibujada en su cara.

Fira perdió por un momento la calma, lanzándole una fiera y encolerizada mirada, que hizo a todos tragar saliva, excepto a infante de cabello negro, quién le retaba a hacer su movimiento.

  --Señora Fira --Intervino Elisa, abrazando con calidez a sus temblorosos hijos en su regazo--, la familia Juno es familia de mi padre, creo que deberíamos pedir refugio en su casa.

  --No --Negó rotundamente--, hay un traidor, y hasta que no sepa quién es, para mí toda la vahir está comprometida con el enemigo.

  --Le prometo que estaremos bien con ellos, confíe en mí, además, usted necesita descansar.

Bajó, reptando hacia atrás, solo para sentarse y mirar con solemnidad a la madre de los niños.

  --No me sirve confiar en usted si los terminan matando --Katzian agachó la cabeza al sentir la mirada de la dama, sintiéndose un poco culpable por ser el causante de su herida--, además... --El cuerno con la orden de regreso la interrumpió, regresando con rapidez al punto de observación para mirar con detalle lo que estaba ocurriendo.

  --¿Qué sucede? --Preguntó Elisa.

  --Vengan, debemos encontrar un mejor lugar para escondernos --Se levantó al volver con la familia--. Aquí ya no es seguro.

  --¿Qué está pasando, señora Fira? --El nerviosismo comenzó a controlarla.

  --Un pequeño ejército ha llegado a la puerta principal... maldita sea. --Musitó, impotente y enfurecida.

∆∆∆
Los guardias empuñaron las armas, custodiando con sus cuerpos las recién cerradas puertas.

  --Ríndanse, no van a ganar.

El guardia de pelo grisáceo tenía miedo, pero no por la muerte, no, aquello no lo aterraba tanto como morir sin los méritos suficientes para entrar a Los Palacios Dorados, pidiendo a E'la que le concediera la oportunidad de lograrlo.

  --Bajen las armas, no sean idiotas.

Los veinte avanzaron lentamente en formación, dudosos sobre la probabilidad de una trampa, o artimaña inteligente del enemigo.

  --¡Diez ernas! --Gritó a todo pulmón-- ¡Diez malditos ernas fui su esclavo! --La vena de su sien temblaba, él escupía, mientras su rostro se enrojecía-- ¡Maldigo a sus madres por haberlos parido, a sus padres por no asesinarlos cuando bebés, a ustedes por seguir creyendo que pueden vencer al gran Barlok! ¡¡Los maldigo!!

Emprendió la marcha, con la compañía de sus dos camaradas, quienes no permitieron que muriera solo. Se arrojaron a los escudos, concediendo la muerte a tres de los soldados antes de caer inertes con los cuerpos perforados y lacerados.

  --Putos sangre sucia. --Escupió a uno de los cuerpos, indiferente por la herida en su antebrazo.

  --¡No más oportunidades, si hay alguien dentro, abra la puerta y ríndase! ¡Háganlo y le perdonaremos la vida! --Observó a sus subalternos, quienes ya estaban posicionados por ambos flancos de la entrada. Asintió, ordenando sin palabras que activaran el artefacto mágico recién pegado en el centro de las dos puertas.

Explotó débilmente, con un sonido parecido a una flatulencia, pero su uso no era hacer daño masivo a la estructura, sino conseguir la abertura o destrucción del tablón que del otro lado los bloqueaba. Cinco corpulentos hombres embistieron la entrada, en compañía de los soldados posicionados en los flancos, notando al abrirlas que no hubo pestillo o palanca que los hubiera podido detener.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now