La protectora

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  Orion se quedó en vela acostado en su cama, tapado con un par de pieles aterciopeladas y, un artefacto en su cabecera que calentaba muy lentamente la habitación. Su rostro era iluminado por una luz verde oscurecida con matices blancos y negros, colores apropiados para la lectura nocturna y, parecía que está noche era una de ellas. No apartó su vista del número que conformaba su ejército, poco menos de ciento cincuenta personas era sus activos, de los cuales setenta pertenecían a escuadrones ya formados, otros treinta a la caballería que todavía no terminaba su entrenamiento, veinte a un escuadrón en formación y, el resto a los nuevos reclutas que a ojos del señor del castillo, solo servirían para retrasar al ejército enemigo por un momento antes de ser asesinados.

Preocupado, se podría decir que lo estaba, la vida en el nuevo mundo había resultado muy placentera en comparación con su tiempo en el laberinto, la comida, sus subordinados, la cama, la tranquilidad por saber que nada haya fuera quería su cabeza, bueno, está última no era de todo cierta y, por esas sencillas razones estaba dispuesto a pelear por protegerlo, teniendo la incertidumbre en su corazón sobre el desenlace si perdía la batalla, o que su ejército fuera vencedor, pero diezmado en el enfrentamiento, de cualquier ángulo que lo observase las perdidas eran cuantiosas y, eso no hacía más que dejarlo inquieto. Matar o morir no era una cuestión, pues, no estaba dispuesto a dejar está última como una opción, sin embargo, por más que lo analizaba de algo estaba seguro: si quería preservar Tanyer bajo su dominio, debía ser él quien enfrentara los más altos riesgos.

  --Nunca he huido --Dijo para sí mismo-- y, nunca lo haré, de eso estoy convencido. Pero, morir aquí tampoco me complace --Suspiró en silencio un par de veces, jugando a empujar sus labios y mejillas con su lengua, dando como resultado varias muecas de insatisfacción--. ¿Haré lo que tenga que hacer? --Inspiró profundamente, mientras sus comisuras se alzaban lentamente al encontrarse con una idea demasiado eficaz para tratar su problema--. Jejejajajaja.

∆∆∆
Entre sus dedos aperlados, una pequeña moneda de plata desaparecía de la vista y volvía aparecer, sin un truco verdadero, pero su atención no estaba en la moneda, sino en la persona en la lejanía, sus ojos ardían con desprecio único, del cual parecía incapaz de controlar. Comenzó a caminar, dispuesta a darle forma a sus perversos pensamientos.

  --Señora. --Dijeron al unísono las dos esclavas que percibieron su presencia, bajaron el rostro y, solo después de que notaron que la dama se había ido continuaron con su tarea de limpiar los utensilios de cocina.

Se detuvo al comienzo de las largas mesas llenas de ollas y cucharones de madera, su furia actuó por si sola al apretar el puño con la moneda dentro.

  --Señora. --Dijo sorprendida, tanto que las pequeñas bolas de masa que estaba haciendo con esmero advirtieron con caerse de la mesa.

La dama le dirigió una única mirada a la jefa de cocina y, eso fue toda la atención que le brindó, pues su visión estaba enfocada en una sola persona, la misma persona que le estaba robando la estabilidad mental.

  --¿Puedo servirla en algo, señora? --Preguntó nerviosa, su vida había sido perdonada por el alto hombre en el asalto al castillo gracias a sus buenos platillos, pero eso no significaba que se sintiera segura, o en calma, cada día podía sentir que era el último, tal vez por un desplante de ira de ese terrible señor, o por una mala ejecución en el preparativo de sus guisos que llevarán a la misma acción que la primera. Ella había sido la única esclava liberada de los Horson, pero, ahora parecía que había recuperado su estatus de sierva y, aunque su vida actual no era realmente diferente a su vida como servidumbre del Barlok anterior, al menos antes no se sentía con el filo de una espada tocando su garganta cada día.

  --Quiero hablar con ella. --Dijo con un tono frío, sin desviar su mirada de la persona en cuestión.

  --Sí, por supuesto, señora. Estela --Su tono cambió de inmediato al dirigirse a su ayudante, mostrando la autoridad del superior--, ayuda a la señora en lo que te pida.

Estela asintió e inmediatamente caminó hacia Fira con la cabeza gacha, momentos antes había vislumbrado a la dama de belleza sobrenatural y, aunque podía intuir lo que quería de ella, prefería no hacerlo, pues no sería algo bueno para su corazón.

  --¿Sabes quién soy? --Preguntó sin apartar su vista de ella.

  --Sí, señora. --Afirmó con la cabeza luego de tragar saliva.

  --¿Quién?

  --La dama del Barlok de Tanyer. --Respondió titubeante, para después darse cuenta de su error.

  --No, te equivocas. --Dijo, sin un malestar verdadero por el malentendido, pues aquel título la complacía mucho.

  --Sí, lo siento mucho, señora, no debí de hablar tan irrespetuosamente...

  --Seré breve --Interrumpió su nerviosismo--. La razón por la que he venido es muy sencilla --Le obligó a alzar la mirada con la ayuda de sus dedos--. No quiero que te vuelvas a acercar a Astra ¿Entendido? --Estela asintió, aunque se sentía un poco confundida por la razón que provocaba que la mujer le amenazara-- Bien --En un parpadeo llevó una pequeña daga a la garganta de la señorita con la ayuda de su habilidad. Estela, quién era una extraña en el ámbito del combate solo se percató de la gravedad del asunto cuando la fría hoja acarició su piel con la gelidez del invierno. La imperturbable mirada de Fira solo reafirmó lo que Estela se estaba guardando en su interior--, es bueno que lo hayas entendido.

La daga volvió a su escondite, aunque la ayudante de cocina podía decir con total seguridad que aún la tenía en su garganta.

  --Trabaja bien y, respeta lo que te dije, solo así tendrás una vida larga.

Se dio media vuelta, alejándose de lugar para momentos después salir del cuarto de cocina.

  --¿Qué hiciste, niña? --Preguntó con dureza. La corriente parecía haberla ignorado, pero por la experiencia de vida sabía que tarde o temprano la tormenta siempre hace crecer las aguas y, si ella estaba cerca, aunque no se ahogara, arruinaría su vestimenta, por lo que se sentía con todo el derecho de preguntar en qué problema estaba metida su ayudante.

  --No lo sé. --Respondió un poco desconcertada, sin entender el trasfondo de lo que había sucedido.

  --Algo debiste hacer --Arremetió de manera poco gentil--, aunque nunca tuve una relación cercana con aquellos hermanos antes de esa noche, puedo decir que ella en verdad es capaz de matarte.

  --¿Hermanos? --Preguntó confundida.

  --¿No lo sabías? La señora Fira y el señor Astra son hermanos.

  --Pero ¿Cómo? Astra es un esclavo --Seguía sin comprender-- ¿Cómo puede ser hermano de la dama al lado del Barlok?

  --Eran esclavos, hace tiempo que fueron liberados y, no te confundas, el señor Astra puede no parecerlo, pero posee un título elevado en este lugar, él mismo fue quien te consiguió el trabajo.

  --¿De verdad? ¿Por qué nunca me lo dijo? --Preguntó para sí misma.

  --Hayas hecho lo que hayas hecho espero que esté en el ayer, así que no vuelvas a cometer el mismo error, porque te prometo que cuando me ensució de mierda, quemó el vestido. --Le lanzó una mirada atemorizante.

Estela asintió ligeramente, la mirada de la jefa de cocina no la había perturbado en lo más mínimo, no porque no fuera aterradora, sino porque momentos antes había experimentado una verdadera experiencia cercana a la muerte y, parecía que sus piernas no habían sido informadas que aquella situación ya había terminado, pues continuaban temblando.

  --Sí, señora.


El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now