Fira

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  La dama se tiró al suelo, sus piernas apenas si respondían y, aunque tenía la intriga por saber el porqué de la mirada de su señor, acompañada de esas extrañas palabras, prefirió callar, no tenía fuerzas y, creía que aunque las tuviera, no se atrevería a interrogarlo.

•~•
  - Nombre: Fira
  - Edad: 16 ernas (años)
  - Estatus: Subordinado de [Orion]
  - Sangre: Divina (Elegida de E'la).
  - Potencial: Ilimitado.
  - Lealtad: Máxima.
  - Habilidad especial: Aprendiz de todo, corte silencioso.
  - Cuerpo especial: Cuerpo divino.
  - Don: Soplo de vida.
~•~•

*Uno de tus subordinados ha sido elegido por algún Dios ¿Deseas cancelar su subordinación?*

*SI/NO*

No dudó en escoger la negativa, sonriendo por la pregunta tan estúpida que la interfaz le había hecho.

*Actualizando datos*

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  - Nombre: Fira
  - Edad: 16 ernas (años)
  - Estatus: Subordinado de [Orion]
  - Sangre: Divina.
  - Potencial: Ilimitado.
  - Lealtad: Máxima.
  - Habilidad especial: Aprendiz de todo, corte silencioso.
  - Cuerpo especial: Cuerpo divino.
  - Don: Soplo de vida.
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Inspiró profundamente, mirando con detenimiento a lo que ahora era su bien más preciado, sintiendo la obligación de protegerlo y ayudarle a explotar todo su potencial, pero el problema radicaba en qué por el momento su agotamiento era bastante para siquiera pensar en colocarse de pie y, Fira, aunque no parecía padecer de lo mismo, también sufría de cansancio.

Se levantó con un poco de dificultad, siendo alumbrada por un pequeño quinqué que iluminaba gran parte de la habitación, pero fue su belleza la que en verdad le trajo luz al lugar, sus cabellos plateados que caían en picada como una avalancha sin control, sedosos y brillantes como hilos de plata, el azul de sus ojos, hipnotizante como el cuadro más bello nunca antes pintado, una nariz fina, alta y pequeña, con pómulos pronunciados haciéndoles compañía, unas cejas tupidas preciosas, delineadas de manera que dejaba ver la expresión de la solemnidad y elegancia y, debajo de ellas, como protectores, se encontraban unas largas pestañas, curvas y negras, que con cada parpadeo parecían atacar los corazones de los más fuertes.

  --Señor... --Dijo con dificultad. Su tono también había sufrido un cambio, no sustancial, pero si importante, haciendo más impactante al escucharle, como si estuviera en presencia de un trovador de voz privilegiada, relatando los más hermosos versos jamás escritos.

  --No hables --Aconsejó, apoyando sus extremidades en los recargabrazos--, cierra los ojos --Respiró profundo-- y, acostumbra tu cuerpo... no dejes escapar ni una mota de lo que ahora te pertenece.

Fira dudó, pero no se atrevió a desobedecer, cerrando con lentitud los párpados y calmando su respiración, inhaló una vez, luego exhaló, repitiendo el proceso dos veces más antes de sentir una ligera brizna rozar su piel, no teniendo más remedio que volver a abrir los ojos. El lugar era hermoso, blanco y puro, parecía estar en la cima de una montaña con las nubes a sus pies, flotando tal vez, o siendo tan ligera como una pluma para no caer, el lugar estaba siendo iluminado por una gran esfera blanca que sobresalía del horizonte, al poco tiempo se percató que había algo tocando su pecho, era un hilo dorado, tan delgado que parecía frágil, pero al tocarlo pudo sentir el poderío de un ente prodigioso, una conexión cálida y la sensación de no estar a la altura de lo que se escondía detrás de ese orbe luminoso, donde parecía terminaba el hilo clavado en su pecho. Regresó a la realidad y, cuando lo hizo sus blancas mejillas recibieron un notable color rojo, pues su mirada se topó con la de su señor, quién la sujetaba de la cintura con un brazo y, con el otro apoyaba a su cabeza para que no cayera.

  --Lo hiciste bien. --Dijo él, intuyendo que había logrado absorber toda la energía que no lograba entender de dónde provenía.

Fira sonrió tímidamente, su corazón palpitaba como loco y, sus labios temblaban al no saber qué decir, pero aún con todo su nerviosismo, la idea de levantarse del confort de los brazos del alto hombre nunca cruzó por su mente ¿Y por qué lo haría? Se sentía cómoda, protegida y, querida de una manera paternal, una sensación que ya había olvidado.

  --Sí pudiera quedarme así para siempre. --Dijo quedamente, pero por la sonrisa poco antes vista de Orion, se percató que sus palabras habían sido escuchadas, provocando que el color en sus mejillas aumentará y, no teniendo más remedio que intentar levantarse para evitar la humillación y, lo intentó, pero el fuerte agarre del hombre le impidió hacerlo.

  --A mí también me gustaría.

La puerta se abrió, dejando pasar a una dama morena de hermosa armadura negra, con pequeños detalles en los brazales y hombreras, caminando con una postura firme y ágil, sin hacer un solo ruido al avanzar.

  --Lamento interrumpir --Se colocó de rodillas, bajando la cabeza y golpeando con ambos de sus puños el suelo--, Trela D'icaya, pero deseo pedirle algo.

Orion liberó de sus brazos a la tímida Fira, quien rápidamente retomó su personalidad fría y solemne.

  --Habla. --Le permitió tranquilamente, sin mostrar realmente si la interrupción le había molestado, cosa que ambas damas se preguntaban.

  --Trela D'icaya --Alzó el rostro, pero no sé levantó--, he hablado con los exploradores que regresaron hace un día...

  --Háblame de tu petición. --Dijo, desinteresado por la historia detrás.

  --Claro, perdón Trela D'icaya --Se disculpó con la mirada, pero luego de eso recuperó su habitual aura digna--. Mi petición es ¿Podría usted, Trela D'icaya, desbloquear la sangre de otros hermanos islos para que me apoye en su guardia personal? Estoy preocupada por su seguridad y, aunque daré mi vida para protegerlo, tengo miedo que pueda fallar. --Le miró suplicante.

Dejó caer sus codos sobre el escritorio, recargando su mentón en sus puños y pensando aquella petición, mientras de reojo observaba a Fira. La dama asentía convencida, completamente de acuerdo con las palabras de Mujina, pero se resistió a apoyarla para no faltarle el respeto a su señor.

  --Lo haré --Asintió después de un momento de contemplación--, pero --Interrumpió la sonrisa de ambas damas--, solo será a una persona y, tú la escogerás, si falla, jamás intentaré nuevamente desbloquear sus sangres ¿Aceptas mi trato?

  --Por supuesto --Asintió con fervor--, Trela D'icaya y, muchas gracias. Prometo no decepcionarlo.

  --Puedes levantarte.

Mujina obedeció, colocándose de pie y observando con una tenue sonrisa satisfecha a su señor.

  --¿Algo más?

  --No, Trela D'icaya.

  --Entonces regresa a tu posición.

  --Sí, Trela D'icaya, gracias, Trela D'icaya.

La puerta volvió a cerrarse, pero la atmósfera que antes había envuelto la sala no volvió a presentarse.

  --¿Quieres protegerme? --Le preguntó al levantarse, llevando su cuerpo hacia ella.

  --Sí, señor Orion, lo deseo mucho. --Asintió resuelta.

  --Me gusta tu mirada, espero no la pierdas. --Alzó las comisuras de su boca, mostrando una mirada seria, repleta de malas intenciones.





El diario de un tirano Vol. IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora