La estrategia

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  Las huestes enemigas rondaban por las cercanías, haciendo el menor ruido posible.

  --Silencio. --Aconsejó Fira, tranquilizando con su calma expresión iluminada por la vela a la nerviosa familia.

  --Alguien se acerca --Dijo Lork, quedándose estático mientras agudizaba su oído--, son cinco.

  --Apaga la vela --Ordenó, desenvainando en un movimiento, sin causar la menor perturbación sonora--. Señor, señora Wuar, no se muevan. Lork, no hagas una estupidez. --Desapareció con la oscuridad, con una expresión tranquila, pero con el corazón acelerado.

  --Y una mierda. --Hizo por levantarse, pero un rápido agarre en su brazo le impidió hacerlo. Podía ver en la oscuridad tan claro como en el alba, notando a la hija mayor de la familia mirarlo con preocupación y miedo, no sabía si podía verlo, ignoraba si lo había agarrado por error, pensando que era su hermano, no lo sabía, pero prefirió quedarse, aquellos ojos tan dóciles guardaban una ferocidad tan poderosa, que hasta él dudaba si no estaba en presencia de una bestia, y desde que tenía memoria siempre había estado cómodo con las bestias.

Fue midiendo sus pasos, ayudada con la memoria de los objetos provistos en el pasillo y la sala. Mantuvo la espada baja, preparada para la acción, pero con el impedimento de estorbar su camino. Se detuvo, escondiéndose detrás de un mueble de madera, había sido sutil, casi como un susurro, pero había logrado escuchar a un hombre dar órdenes, más bien intuyó que fue así, pues no había comprendido las palabras, solo ruido enlazado en un tono de mandato.

  *Por favor, señor Orion, bríndeme sus fuerzas. --Rezó mentalmente. Apretó la empuñadura e inspiró, tratando de reunir las fuerzas necesarias para lo que estaba por venir.

La luz lunar atravesó el umbral, dibujando una línea arqueada en el interior de la sala. La luz permitió apreciar tres sombras altas, cubiertas por una túnica marrón oscuro, que no protegía los brazales de cuero y el arma desenvainada. Avanzaron en formación, cubriendo el frente y ambos flancos, no parecían novatos, sus movimientos delataban experiencia más que suficiente para ser llamados veteranos, pero eran ágiles y decididos, haciendo más que obvio que pertenecían a un escuadrón de élite.

  [Corte silencioso]

Saltó como una astuta rata del desierto, yendo al cuello del soldado más cercano, y degollándolo, casi contando como decapitación si no fuera porque la cabeza rehusó desprenderse de su cuerpo. Continuó con inercia, esperanzada de que la fortuna continuara de su lado, pero el tajo no resultó como el anterior, en realidad fue un completo fracaso. El soldado había leído su movimiento, y con una agilidad envidiable detuvo el corte, permitiendo que su compañera robara protagonismo al atacar con un cuchillo corto. Fira lanzó el cuerpo hacia atrás, en un intentó fallido de evitar el corte, que dejó una larga línea en su abrigo de piel a la altura de su pecho, pero sin conseguir dañar su armadura plateada.

  --¡¿Qué sucede?! --Aparecieron los dos vigilantes de la puerta, forzando a su vista para ver el interior de la casa.

  --Nada --Respondió la mujer del cuchillo--, solo una maldita alimaña que se esconde en la oscuridad.

  --¡Háganlo rápido!... Mierda ¿Por qué son solo dos?

  [Corte silencioso]

La cuchilla fue veloz, insonora y poderosa, de tal manera que cortó con limpieza el estómago del individuo de la espada, que causó que sus tripas se le derramaran como granos de un costal. 

Blasfemaron al abalanzarse contra ella, vociferando maldiciones como si sus vidas dependieran de ello. Los cortes fueron incesantes, rápidos y certeros, consiguiendo esquivar o bloquear ocho de los diez, ninguno de ellos resultando en una consecuencia grave gracias a la perspicacia y talento de su señor para la fabricación de armaduras. Los muebles habían sido modificados de lugar, muchos de ellos convirtiéndose en trozos de escombros por la caída de un cuerpo o el empujón para obtener impulso. Su nariz sangraba, su ojo derecho estaba hinchado, su labio inferior cortado, con el pómulo morado por un golpe anterior, pero con todo eso y más, la hermosura de su rostro no disminuyó. Sus enemigos no quedaron exentos de marcas o cortes, talvez no en mayor medida, pero si en gravedad, uno de ellos tenía perforado el hombro, otro un corte en la pierna que le dificultaba el movimiento, mientras la última solo se le había arrebatado un diente y medio, con el rojo de la sangre pintando sus labios.

El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now