El aleteo de la mariposa

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  Con el disfraz de la indiferencia paseaba su mirada por los alrededores, atenta por los cambios en la pantalla de humo que el ritual mágico había creado.

  --¿Ganarán? --Preguntó la dama a su lado, inmersa en las pequeñas siluetas que se movían dentro del humo.

  --Por supuesto. --Respondió, sin el menor indicio de duda.

Sujetó la copa de oro con dos de sus dedos, bebiendo el líquido de un modo experto, sin manchar sus labios, ni derramar una gota.

  --¿Murió? --Apretó el pañuelo rojo en sus manos, mientras temblaba por el brutal asesinato que se estaba llevando a cabo tras el humo.

No respondió, no podía, ella misma no quería creer que una de sus compañeras de estudio de lo arcano hubiera muerto así de fácil, de una manera tan inverosímil. Confiaba que se levantaría, pero la larga espera le arrebató la esperanza.

Gala tomó el amuleto esférico de su collar, la mano le temblaba, el corazón le advertía con salir de su pecho, en su vida había visto a tanta gente morir, dudando si podía soportarlo.

  --Le hemos ofrecido a Pendora nuestro sacrificio, no deshonres la promesa de sangre. --Le sujetó de ambas manos, forzándola a bajarlas.

Gala asintió, no quería herir el orgullo de los Dioses rezándole al Padre de Todo, era solo que acostumbraba a tomar su amuleto cuando la situación sobrepasaba lo normal, y mentiría si decía que ahora no estaba experimentando una situación así.

  --Lo siento. --Dijo, inspirando profundo para calmarse.

Las flechas de fuego le brindaron mejor perspectiva de lo que estaba sucediendo. Tragó saliva al ver los proyectiles ilusorios, había tenido experiencia con magos en sus años de juventud, conocía hechizos similares, pero ninguno tan poderoso como el lanzado por la persona de armadura negra.

  --Ese es...

  --Sí. --Asintió, sin apartar la vista de la pantalla de humo.

Callaron, el ejército enemigo les arrebató el aliento, habían creído que se enfrentarían a salvajes en pieles, tal vez con armaduras de cuero y armas de mala calidad, pero la realidad superó con creces sus ilusiones, aquellos no eran salvajes, era un ejército adiestrado, imponente y con armaduras de tan buena calidad que aun con la oscuridad podían apreciar su valor.

  --Sagrados míos. --Se cubrió los ojos, no quería seguir viendo tan terrible escena. Se colocó de pie, retirándose a la salida para derramar todo su almuerzo en un amarillento líquido. Tosió y volvió a vomitar, manchando sus valiosos zapatos de piel.

  --Siéntate. --Le ordenó. Aunque ella misma estaba impresionada y aterrada por lo que sus ojos veían. Fueron brutales las estacas, pero la cúpula desintegró por completo el conocimiento que poseía sobre el funcionamiento de los hechizos de gran poder.

Gala obedeció, maldiciendo en el acto por presenciar tan horrible espectáculo.

  --¡Por los Sagrados! ¿Qué son esas criaturas?

  --Tirlos --Respondió, con la misma indiferencia de siempre--. Una raza que todos creíamos extinta --Explicó, más por tranquilizar su acelerado corazón que por iluminar a la dama--, una raza de monstruos que ya no debería existir. Los Dioses los erradicaron a todos... No entiendo cómo es posible. --Apretó el puño, deseando que alguien le aclarara todas sus dudas.

  --Durca, mire, uno de esos monstruos se está enfrentando al señor Lucian --Dijo, nerviosa por la incertidumbre de la batalla-- ¿Ganará?, ¿verdad?

No respondió, no tenía la respuesta para tal pregunta, al menos no la que la joven dama quería escuchar, su conocimiento le dictaba que estaba condenado ¡Por los Dioses! Eran criaturas de leyenda, una raza que había enfrentado a los propios Sagrados en la guerra de las Tres Eras. Detuvo sus pensamientos un momento, no podía creer lo que observaba, su hijo, que, aunque no con claridad estaba sobreviviendo a la batalla, una hazaña que en tiempos antiguos se hubiera descrito como imposible.

  --¡Gano! --Sonrió, aplaudiendo de emoción y limpiando sus lágrimas-- ¡Mata a esa cosa, Lucian! --Vitoreó.

Su sonrisa fue perdiendo brillo con cada segundo que pasaba, terminando por apretar sus puños y morder su labio inferior. Había sido sorpresiva la victoria contra la criatura antropomorfa, pero, por alguna extraña razón, esa negra silueta que se había detenido frente a Lucian le impregnaba a su corazón más sensación de peligro.

  *Tu puedes, hijo mío.

Gala apretó el pañuelo con todas sus fuerzas, rezando en silencio por la victoria de aquel que le había sido prometido. Sonreía por momentos, jadeaba de sorpresa y sus ojos jugaban a abrirse cada vez que algo anormal sucedía. Tragaba saliva, ahogando sus gemidos por la escena cambiante. Era un combate veloz, apenas si podía seguir con sus ojos algunos movimientos, deseando en cada momento que se detenían que el hombre de armadura azabache cayera al suelo vencido.

  --No... --Ahogó el grito, apretando los labios, la copa en sus dedos amenazó con caerse, con el líquido en su interior en un eterno vaivén.

Gala cerró los ojos, dudando si lograría abrirlos, lo hizo, solo para ver la honorable muerte del hombre que tanto le obsesionaba. Jadeó, gimoteando en silencio por el dolor en su pecho. Sus ojos se humedecieron, limpiando las lágrimas que comenzaron a caer, no comprendía cómo había sucedido, todo fue tan repentino que no le permitió reunir las fuerzas suficientes para el suceso. Observó de reojo a la señora Lettman, preparada para dar consuelo al corazón de una madre, sin embargo, se detuvo, pues la mirada gélida de la Durca le aterró más que el total de la batalla.

  "¡Despiértalo!" --Envió la orden en el reciente hechizo activado, cargado con sus intensas emociones.

  "Durca, reconsideré --Llegó al instante la respuesta, con un tono suplicante--, liberarlo aquí pondrá en riesgo a nuestra propia gente."

  "¡Te he ordenado que lo despiertes! --Rugió encolerizada-- Yo lo guiaré si es necesario, pero cumple mi orden, Cosut."

  "Muerte es lo que traeremos a este mundo si lo liberamos, Gran Señora, solo muerte."

  "Es la última vez que te lo ordeno, Cosut. Despierta a Dur e ignora tu maldita moral al igual que lo hiciste con esos niños ¡Ahora, Cosut!... Ya perdí un hijo, no pienso perderla también a ella." --Su tono se desplomó en el vacío de la tristeza.

  "Sí, señora." --Fue la última respuesta enviada.

El mago pulverizó con su mano una roca color ámbar, soplando el polvo transmutado a la invisible celda energética frente a él. Cinco diques blancos, decorados con símbolos antiguos y distribuidos alrededor de un cuerpo humanoide desaparecieron, al igual que las negras cadenas que ataban sus extremidades. El individuo abrió los ojos, gritando con todas sus fuerzas al cielo obstruido por un techo de piel mágica.

  --Viejo, me has vuelto a enjaular --Sonrió, sus ojos no poseían nada más que locura, sediento por destruir y asesinar-- ¡Maldito, viejo! ¡Porquería de los despojos más asquerosos de los Laekas! --Se acercó en un paso, con la boca abierta rozando la delgada piel de su cuello-- ¡Me encerraste!...

  --Eres libre, Dur. Ya nada te detiene. --Dijo con extremo pesar.

<El Niño> pareció darse cuenta aquello tan pronto como el mago lo pronunció, dejando escapar una larga y tétrica risa, que se expandió por los alrededores al momento de su desaparición.

  --"La destrucción comienza con el cobarde"... que palabras tan ciertas... Soy un maldito cobarde. --Abrió la delgada cortina que lo separaba del mundo exterior, observando sin un cambio de expresión la veintena de siluetas inertes regadas por el suelo que hace poco habían servido como guardias y centinelas, todas ellas con la misma herida, un brutal arañazo en la yugular.

∆∆∆
Se colocó de pie, la pesadez en su pecho no lo había abandonado, y parecía que la sensación iba en aumento, acompañada de la debilidad y desconfianza.

  --Fuerte, aunque no tanto. --Comenzó a reír, expulsando de su cuerpo la totalidad de su energía maligna, y cubriendo con la misma la poca luz de los alrededores, convirtiendo todo en nada más que tinieblas.

Los lamentos, quejidos y lamentos envolvieron la zona, sintiendo tan claro el sonido que cada presente podía asegurar que la cosa que los provocaba estaba a su lado.

  --Eras tú --Levantó la espada larga del suelo--, la cosa que nos observaba en el campamento.






El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now