Osados desgraciados

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  La reja principal comenzó a levantarse, a la par que la entrada de madera comenzaba a abrirse, que, después de hacerlo por completo, un pequeño ejército marchó hacia la salida de la fortaleza, dividiéndose por escuadrones al finalizar la avanzada.

Los enemigos tuvieron otro golpe a su moral al percibir en su campo de visión a la centena de soldados, no obstante, no era por la cantidad que sus sentimientos se complicaban, siendo la verdadera respuesta algo igualmente visible, pero para ojos más entrenados. La calidad que poseían aquellos nuevos adversarios era de reconocerse, aun cuando todavía no habían cruzado espadas, la buena postura y el aura que exudaban de sus cuerpos era la evidencia perfecta con la que podían refutar cualquier objeción a sus pensamientos, pero, sobre todo, el peculiar equipo que portaban era lo que destacaba de ellos. Y no eran los únicos con esos pensamientos, ya que, la general y el comandante no estaban exentos a ellos, la duda sobre el origen del pequeño ejército les comenzaba a consumir neuronas, pero sabían que aquella respuesta no se daría hasta capturar la fortaleza enemiga, teniendo que olvidar el cuestionamiento para después.

  --¡Todos, a mi orden! --Gritó a todo pulmón.

En simultáneo, la centena de individuos golpeó con fuerza el suelo, haciéndolo retumbar por un breve instante. El joven señor de Tanyer volteó inmediatamente al frente, entre la oscuridad de la lejanía que las flechas incendiarias no habían logrado alumbrar, percibiendo una extraña, pero familiar energía que se hizo presente de un modo tan repentino que, cuando quiso buscar al causante de ello ya había desaparecido. El tiempo pareció detenerse cuando de entre el ejército enemigo, una gran bola de fuego emergió, como la muralla como su objetivo final. Orion admiró el trayecto de aquella esfera luminosa, tragando la orden que estaba por soltar al verla impactarse encima de los muros, donde posiblemente unos pocos arqueros con mala suerte habían sido apresados entre llamas y, aquella suposición no estaba tan lejos de la realidad, pues a los dos segundos de impactar, los sonidos de lamento y dolor se manifestaron a todas partes de la fortaleza, así mismo que al oído del joven señor de Tanyer.

Orion apretó el puño, su expresión denotaba no haber sido influenciada por el ataque mágico enemigo, sin embargo, muy en el fondo sus ojos resplandecían con la sed de sangre, una que amenazaba con no extinguirse hasta observar a todos los responsables muertos. Alzó la vista, dirigiendo su mirada a la torre de arqueros, en especial a uno de los presentes.

  --A la orden. --Dijo Astra con una sonrisa, entendiendo la orden no hablada de su señor. Desde que Orion había ocupado aquella bendición extraña sobre él, cada vez que portaba un arco las cosas se volvían más simples y, si no lo hacía, se sentía desnudo, con el anhelo de tenerlo nuevamente en sus manos. Podía ver una belleza indescriptible en las flechas al ser lanzadas, así como percibir que sus objetivos, los cuales debían encontrarse a una gran distancia se hacían claros y cercanos, casi como si ellos mismos pintaran una diana sobre sus frentes, esperando por el proyectil.

Inspiró profundamente, desvelando entre el velo oscuro que la lejanía poseía. Lamió sus labios, estirando con fuerza el hilo del arco y ahí mismo la flecha que valientemente se preparaba para hacer cumplir la orden. Midió inconscientemente, apuntando como solo un gran experto puede hacerlo y, al notar el cambio producido por una llama roja siendo prendida, su dedo soltó el proyectil.

La flecha voló en un ángulo casi recto, con poca influencia del aire al rozar su cuerpo, mientras se acercaba con un silbante sonido a la sombra de un individuo de túnica de combate, que tan pronto como atravesó su campo de percepción, sus experimentados oídos avisaron del rápido enemigo. Fue un movimiento casi instintivo, pero ese desprendimiento de energía por parte de sus dedos le permitieron evadir y lograr que la flecha rozara su hombro derecho y, no su cabeza, que parecía haber sido el objetivo.

  --Malditos hijos de puta. --Dijo el mago encolerizado, sus cejas subieron y bajaron, mientras su respiración se aceleraba al conjurar el siguiente hechizo.

Astra fue consciente de su falla, por lo que no dudó en retirar otra flecha del carcaj y llevarla de vuelta a su arco, repitiendo el proceso de tiro.

El mago de fuego terminó de conjurar con algunos potenciadores encantados a su disposición, creando una bola ígnea de tamaño y poder mayor, solo cambiando el objetivo de su ataque a la torre de arqueros.

La flecha y la bola de fuego fueron disparadas casi al mismo instante, teniendo una trayectoria muy similar, sin embargo, al cruzarse, la bola creada por la energía mágica fue la vencedora en el enfrentamiento, consumiendo al proyectil de madera con sus poderosas llamas.

  --Lo quiero muerto --Dijo al notar el impacto de la bola de fuego sobre la torre de arqueros, que parecía no haber sufrido un gran daño, ni la construcción, ni los residentes--. Ve y vuelve. --Ordenó con un tono frío.

  --Sí, Trela D'icaya. --Mujina asintió, alejándose de su lado.

  [Grito de guerra]

El sonido bestial de su grito envolvió por completo los alrededores, influenciando en los corazones de sus soldados, así como en la moral de sus enemigos y, estos últimos parecieron aturdidos con la situación, palideciendo por alguna misteriosa razón y, sintiendo como sus extremidades no respondían por el miedo. El pensamiento de una huida se hacía más fuerte e intenso en sus corazones y mentes, no dejándolos pensar con claridad sobre lo que ahora estaban viviendo.

  --¡Mátenlos! --Ordenó el señor de Tanyer.

Mientras el ejército se acercaba, Mujina se deshizo de las sombras que había ocupado como aliadas para acercarse a su objetivo, atravesando su espada sobre el aturdido hombre que no se había percatado de la aparición de su ejecutora. Al retirar su arma filosa y dejar caer el cuerpo del mago al suelo, su expresión no cambió, activando de nueva cuenta su habilidad [Silencio sepulcral] para envolverse en la oscuridad y hacer su presencia imperceptible para los enemigos.

Orion se acercó al campo de batalla con tranquilidad, exudando una poderosa sed de sangre que lo hizo blanco de todas las miradas enemigas, con el temor dibujado en sus ojos. Transitaba entre cadáveres, recientemente ejecutados por la avanzada de su ejército, quienes se movían a una velocidad mínima, en formación ofensiva y sin dejar un solo centímetro de abertura entre ataques.

  --¡Dejen de mirarlos y mátenlos! --Gritó Génova, impaciente y con la vena de su sien visible.

Los soldados enemigos despertaron de su letargo, notando la brutalidad que sus hermanos de armas estaban pasando, sin embargo, por más que deseaban unirse a la batalla, sus piernas no les respondían, haciéndoles imposible completar la tarea, sus manos temblaban de miedo, mientras internamente ya se mostraban vencidos.

  --¡Etnark, maldición, ordena a tus hombres! --Empujó un soldado al frente, forzándolo a atacar-- ¡Ataquen, maldita sea, ataquen!

Orion se detuvo repentinamente, observando a aquella dama que con fervor incitaba a las tropas enemigas a atacar.

  --Alto. --Ordenó.

El mandato fue informado instantáneamente por todo el ejército, en simultáneo que se detenían y creaban con sus escudos una fortaleza movible e impenetrable. Los soldados enemigos también se detuvieron, mirando de manera extrañada a sus adversarios, mientras internamente suspiraban aliviados, sin embargo, ese sentimiento fue desechado tan pronto como notaron que entre las filas de los soldados, un alto hombre le era permitido el libre trayecto.

  --¡¿Qué hacen?! ¡¿Por qué no atacan? --Preguntó con el semblante endurecido, acercándose con su espada en alto.

Génova se detuvo igualmente al notar al joven hombre de tez blanca, quién le miraba con curiosidad.

  --¿Vas a atacarme, o no?


El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now