Sin pausa

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  --Vine en cuanto me enteré, madre. --Se arrodilló a una pierna, con el casco dorado debajo de sus axilas.

  --Tu hermano ¿Dónde está? --Preguntó, seria y con la mirada fría.

  --Continúa en el Norte, madre. --Respondió con el miedo en su voz. Observar aquella mirada de su progenitora siempre lo regresaba a los insufribles días de estudio en el palacio cuando era niño.

  --¿Acaso mi mensaje no llegó?

  --Lo hizo, madre, por eso he venido...

  --Maldito --Suprimió su intención asesina en una ráfaga de viento que dirigió a estrellarse contra el muro más cercano, causando un ligero temblor en la habitación cerrada--. No digas nada, Aldurs, no te atrevas a decir algo. Les di la vida ¡Les di todo! ¡Y se convirtieron en unos malditos desgraciados, malagradecidos!

  --Madre...

  --Que no digas nada, Aldurs --Su respiración se volvió pesada, las venas de su cuello y sien comenzaron a desaparecer entre más tiempo pasaba, pero la frialdad en su mirada no había desaparecido, más bien se había potenciado--. Quiero que vuelvas y le ordenes a tu hermano a regresar con todas mis tropas.

  --Pero, madre, la guerra está lejos de terminar, además, el rey podría malinterpretar el acto como una declaración hostil.

  --La guerra podría tardar otra vida y, mi hija no tiene el tiempo para esperar a que la rescate, ni yo. Así que has lo que te ordené. Y sobre el rey, me encargaré de ese bastardo cuando llegue el momento.

  --Sí, madre. --Se colocó de pie, observando con indecisión a la dama de mirada afilada.

  --¿Ahora qué?

  --Solo tenía un pergamino de transporte inmediato.

La dama le miró, más decepcionada que de costumbre.

  --Ve con el maestro Silfo y di que yo te mandé por otro. Ahora. --Gritó.

  --Sí, madre. --Asintió, hizo una sutil reverencia y se despidió con una entrenada media vuelta.

∆∆∆
Se sentó, cubierto del sol por una lona amarrada a cuatro palos gordos, que ondeaba en cada sutil ráfaga de aire. Por sus flancos se encontraban cuatro individuos, de diferentes estaturas e indumentaria, pero con una actitud acorde para la situación. Por detrás, a unos cuatro pasos, el resto de la guardia personal del señor de Tanyer estaba de pie, todos ellos vestidos con una preciosa armadura roja, opaca y resistente.

  --Hazlo. --Dijo al conceder su permiso.

Kaly afirmó con propiedad, colocándose al frente de la tarima recién construida.

  --¡Caballería, al frente!

Los casi treinta hombres una vez pertenecientes a la caballería del segundo ejército de la casa Lettman rompieron filas, acercándose con una forzada valentía. Cayeron sobre una rodilla, con las cabezas gachas. De pie, a solo un paso frente a ellos se encontraba su excomandante, Kaly. Confiaban en ella, en sus palabras, no todos lo habían hecho, pero ellos sí, habían compartido más de una batalla, no siempre en las mejores condiciones, pero incluso así lograron vencer por sus buenos instintos, por lo que está vez, al igual que en el pasado, confiaban que los mantendría con vida.

  --Honorable Barlok de Tanyer, ante usted hoy me presento --Dijo en ceremonia--, rindo homenaje a su señorío, hoy y hasta mi último suspiro y, prometo pelear, sangrar y morir por usted, defender y hacer crecer sus tierras. Suya es mi espada, suya es mi vida. --Se dejó caer de rodillas, sin levantar la mirada.

  --Kaly sin apellido, acepto tu espada. --Respondió Orion al levantarse, complacido con la actuación de su subordinada.

  --¡Suya es mi espada, suya es mi vida! --Repitieron al unísono la casi treintena de individuos arrodillados.

Las notificaciones fueron constantes, repitiendo una misma leyenda: "Alguien desea jurarte lealtad". Aceptó a todos y, todos ellos pudieron sentir la diferencia en sus cuerpos, una energía que los volvía más fuertes, más poderosos. De inmediato observaron al joven de pie, no atreviéndose a preguntar que era lo que había sucedido.

  --Levántense y tomen lugar junto a mis tropas, porque ahora ustedes también lo son. --Dijo con ligera calidez humana, una actuada pero convincente.

Kaly llevó a sus hombres a una de las dos filas de soldados pertenecientes al ejército del señor de Tanyer. Tomando una postura de firmes, con una expresión imperturbable.

  --Las razones por las que mis tierras fueron atacadas ya no interesan. Vencí y ustedes se rindieron --Su mirada se colocó en cada individuo semidesnudo, amarrado de sus muñecas con una soga y maltratado por la poca comida consumida de los últimos días--, pero aún hay fuego en sus miradas, deseosos de venganza y libertad... pero recuerden que están en Tanyer, mi dominio y aquí solo se escucha mi voz. Todos ustedes son ahora mis esclavos, los marcaré y se convertirán en míos bajo la ley de sus reinos --La mayoría de los vencidos mantuvo una expresión estoica, conocían los tratados de las Tierras Sin Nombre, sabían que la esclavitud era una de las consecuencias en la derrota, tal vez en un futuro su Gran Señora compraría su libertad, pero por el momento era impensable saber lo que pasaba por la cabeza de esa fría mujer--.  Sin embargo, como acaban de presenciar, todavía pueden ser hombres libres. Juren lealtad a mi nombre y yo les concederé una nueva vida. Es una oferta que solo hoy les daré. --Volvió a su cómodo asiento de madera.

La indecisión se apoderó de la mayor parte del ejército vencido, declarar su lealtad a otro señor era algo deshonroso, mal visto en el reino de Jitbar, con consecuencias desastrosas para las casas de los que se atrevieran a efectuarlo, pero aquella no era la razón por la que se sentían tan ansiosos e indecisos, después de todo, pocos de ellos pertenecían a un apellido de renombre en el territorio de la casa Lettman, no, la razón correcta era el joven, el diestro guerrero que había logrado matar a su generala era impredecible y, casi estaban seguros del trabajo que deberían llevar a cabo una vez bajo su mando, no atreviéndose a imaginar lo que pasaría en la siguiente batalla contra la casa Lettman, pero ahora como el bando enemigo. Tal vez sus familias serían asesinadas, o forzadas a la esclavitud por sus decisiones, pero fuera como fuese, ser esclavos tampoco era algo aceptable, el abuso constante, tanto como físico y mental era una de las razones, pero la perdida de sus títulos y estatus era algo irrecuperable, teniendo que empezar nuevamente en la escalera jerárquica si recuperaban la libertad, algo demasiado complicado.

  --¿Qué hacen? --Preguntó en voz baja, rota y adolorida.

  --Vuelvan. --Dijo otro, no dispuesto a ver cómo la cantidad disminuía.

Fueron los jóvenes, los inexpertos y novatos soldados los primeros en dar el paso al frente, dirigiéndose con una actitud amarga hacia el frente, con la presión por parte del ejército del señor de Tanyer, que se encontraba a ambos de sus flancos. Ochenta jóvenes se arrodillaron, algunos con torpeza, otros con mejor entrenamiento.

  --Suya es mi espada, suya es mi vida. --Dijeron, unos antes que otros, pero nadie se quedó callado, no sabían si podrían engañar al joven sentado, pero no tenían las agallas para intentarlo.









El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now