Los riesgos del poder

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  Bajó de su caballo de un salto, dándole las riendas al soldado a cargo de los cuadrúpedos. Su entrecejo no había logrado relajarse, no era algo normal para él y entendía mejor que nadie su mal estado de ánimo, tanto que si alguien se atreviera a interponerse en su camino estaba seguro de que terminaría con uno de los dos muerto.

  --¿Qué dijo, madre? ¿Ya partiremos?

Lucian ignoró por completo a su hermano, quién comenzó a seguirlo con una extraña y confundida mirada.

  --Lucian ¿Qué sucede? Yo también tengo derecho a saber.

Se volteó de forma inmediata, sujetando del cuello a su delgado hermano, mientras lo observaba con frialdad e intención de asesina.

  --Si quisiera que estuvieras enterado te habría mandado a llamar. Madura Aldurs y deja de ser un puto niño. Ya estás lo suficientemente grande. --Lo empujó con fuerza.

  --Algo ocurrió ¿No es así? --Fingió una sonrisa tranquila. Estaba acostumbrado a ser el saco sin importancia de la familia Lettman, pero después de la muerte de su padre, Lucian había sido por mucho la persona que mejor se comportó con él, por lo mismo que lo siguió a la vida militar y, aunque a veces tenía los impulsos por molestarlo, nunca fue lo suficiente para hacerlo decir tan terribles palabras.

  --No es de tu incumbencia. --Se volteó, continuando con su camino.

Aldurs asintió con calma, dejando que la tranquila sonrisa de su rostro desapareciera.

Entró a su tienda, despojando de su gran baúl lo innecesario, que segundos después se dispersó por el suelo. Sonrió al encontrar un pequeño cofre negro con una inscripción en un idioma ya olvidado.

  --Cuarto general Lucian. --Dijo el criado al aparecer al inicio de la tienda, en espera de nuevas órdenes.

  --Acércate. --Ordenó.

El criado asintió, dirigiéndose a la mesa donde su señor se había detenido.

  --Eres la persona que más me alegra ver, Rinbort --Le miró con una expresión complicada--. No digas nada, no tenemos tiempo ¿Observas este cofre?... Bien, aunque parezca pequeño, es un artefacto mágico y, guarda en su interior toda mi riqueza. Hay alrededor de cuarenta piezas de plata y sesenta monedas de oro. Quiero que vayas a la vahir Tethma y encuentres a mi mujer. Hazle entrega del cofre y pídele diez piezas de plata como tú recompensa...

  --No me atrevería a pedir recompensa cuarto General...

  --Hazlo. Lo mereces por tus años de servicio --Le entregó el cofre--. Y una última cosa... dile exactamente esto. "Mi sangre abrirá los cielos" --Le miró con ojos serios, tanto que el criado sintió una gran responsabilidad caer sobre sus hombros--. Confío en ti, Rinbort. Ahora vete.

  --Pero...

  --No hay tiempo, vete. Hazlo antes de que sea demasiado tarde.

  --Sí, cuarto General. Lo cumpliré y volveré cuánto antes.

Suspiró aliviado al ver partir al tullido, sintiendo un gran vacío en su corazón.

  --Por favor, que reciba mi mensaje. --Miró el techo de la tienda, aunque su mirada estaba dirigida al más allá de la piel curtida que protegía la construcción provisional.

∆∆∆
El cálido vapor que su bebida desprendía lo mantenía hipnotizado, aunque sus pensamientos se encontraban en una realidad distinta, una repleta de oscuridad y muerte.

  --... También veinte familias de los nuevos soldados han llegado a la vahir... --Detuvo el informe al notar la mirada perdida de su señor.

  --¿Qué has dicho? --Regresó, volviendo sus ojos a su subordinado.

  --Los diez individuos de la raza antar llegaron está mañana, señor Orion --Comenzó de nuevo, aclarando su garganta y mostrando una tranquila sonrisa--. Los investigadores han recibido los planos de la nueva investigación. Los estelaris han culminado la tarea de la fabricación de los muebles. He terminado de contabilizar los recursos necesarios para una nueva construción según su orden, mi señor y, debo informar que sí, puede dar inicio a la construcción que me fue mencionada --Orion asintió, complacido. Bebió un poco de la taza de plata, calentando su cuerpo--. Los grupos de caza han vuelto a salir. Y veinte familias de los nuevos soldados han llegado a la vahir, integrándose en sus nuevos hogares.

Orion asintió con calma, su indisposición lo había tenido enjaulado en su oficina, algo que por supuesto no fue de su agrado, pero agradecía por tener a tan buen subordinado atendiendo sus obligaciones.

  --¿Podría preguntar su estado, señor Orion?

  --Mejor que ayer. --Respondió, la energía extraña en su interior había sido principal partícipe en el desequilibrio de todo su cuerpo, llevándolo a un infierno de agonía y debilidad, algo que por suerte solo duró dos días.

  --Es una alegría escucharlo, mi señor. --Sonrió con sinceridad.

  --¿Tienes algo más que informar?

  --No, señor Orion. --Negó con la cabeza, colocando la tabla de madera con papeles en su pecho.

  --Vuelve al trabajo. Pero antes, llama aquí a los antar. --Ordenó, aunque su tono no era tan energético y autoritario como de costumbre.

  --Sí, señor Orion.

Frunció el ceño al ver la silueta de Astra desaparecer, forzándose a intentar colocarse de pie con la ayuda de la mesa.

  --Maldita sea. --Cayó de vuelta en su silla, jadeando y gimiendo de dolor. Inspiró de forma irregular, pero luego de unos pocos segundos recuperó la compostura.

  --No debe extralimitarse, mi señor.

Fira mostró su descontento por el malestar de su soberano, deseando con todas sus fuerzas poder ayudarle, por desgracia y terquedad del joven todas sus solicitudes de ayuda habían sido denegadas y, aunque estuvo a punto de desobedecer para ir en busca de la maga, quién anteriormente ya lo había curado, desistió de hacerlo por una advertencia de su hermano, una que dejaba claro que su señor no vería con buenos ojos su intervención.

  --¿Le sirvo más té? --Preguntó, acercando el recipiente con el líquido caliente.

Orion negó con la cabeza, aunque la bebida lo hacía sentir bien, también le provocaba una sensación de relajación, un sentimiento muy pocas veces experimentado y que no era de su aprecio por los malos infortunios que tuvo en los tiempos del laberinto.

  --¿Algún progreso en tu entrenamiento? --Preguntó, rompiendo el incómodo silencio.

  --Sí, mi señor --Asintió energizada, sonriendo y deslumbrando la habitación con su prodigiosa belleza--. Gracias a sus maravillosas instrucciones he aumentado mi velocidad de estoque y corte, al igual que mi control de energía en mis habilidades. --Se sentía realizada, su práctica diaria a la luz del alba había dado muy buenos resultados y, aunque solo había entrenado por algo menos de sesenta días, que a ojos expertos no serían suficientes para tener tan buenos resultados, el talento, la disposición de aprender y la enseñanza indicada permitió pulir una piedra con brillo en un diamante.

  --Señor, Orion, los antar. --Interrumpió Astra con respeto.

  --Hazlos entrar. --Ordenó.





El diario de un tirano Vol. IIWhere stories live. Discover now