A la luz de la luna

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  El soplo del tranquilo viento golpeaba sin segundas intenciones los demacrados rostros de los presentes, susurrando ante en sus oídos pesadillas de las que nadie sería tan valiente como para soñar. Sus cuerpos pedían clemencia, pero sus mentes sollozaban en un rincón oscuro, sujetando sus rodillas y no atreviéndose a levantar la mirada ¿Asustados? No era la palabra indicada para describir lo que esos anteriores valientes muchachos sentían, sería más apropiado decir que estaban aterrorizados, por lo que habían visto y lo que no, lo escuchado y sentido, lo vivido y soñado, era tanto en tan poco tiempo que algunos habían preferido el camino fácil, el corte rápido en las muñecas, el golpe contra una roca filosa... no obstante, aún con lo vivido aquí estaban, presentes para la gran batalla, y serían lo suficientemente atemorizantes por el solo hecho de sus números si tan solo sus piernas dejaran de bailar por sí mismas.

  --No podemos atacar, no están preparados. --Dijo Lucian al quitar la mirada de la mesa y los objetos de estrategia.

  --Ya hemos estado aquí un día, esperar más solo nos pondrá en desventaja. --Añadió la Durca, ligeramente más apagada que de costumbre.

  --Desde el principio estuvimos en desventaja, madre --Suspiró con fatiga--, pero no significa que debamos ser impulsivos. Por favor, acepta mi estrategia, mandemos un grupo de avanzada para explorar el territorio, solo así sabremos a qué nos enfrentamos. Tal vez hasta podamos llegar a una acuerdo con la persona a cargo de ese lugar.

  --¡Jamás! --Apretó los dientes, golpeando los descansabrazos con fuerza-- ¿Escuchaste? Jamás llegaré a un acuerdo con ese bastardo, sea quien sea, su destino no es otro que la muerte.

  --Ruego me perdone, Gran Señora --Intervino el viejo y hábil mago de la corte--, pero opino que el muchacho Lucian tiene razón, atacar ahora representará más riesgos que beneficios.

  --¿Acaso me perdí de algo, Cosut? --Le arrojó una poderosa y fría mirada, una que no tuvo tanto impacto en el solemne rostro del anciano-- Siempre creí que eras un estudioso de lo arcano, de lo oscuro y extraordinario, pero ahora me entero de que también eres un prolífico estratega. Creo que escribiré una carta al rey para que estés presente desde hoy en la Mesa de Guerra.

  --La Gran Señora ha malinterpretado mis palabras --Dijo, tan calmado como el agua de un estanque--, no tengo la intención de ser la mano que le dé dirección a esta lucha. Si hoy estoy aquí presente, es solo como un consejero no muy hábil a perdida del joven Thibo.

  *¿Joven? --Pensó la pareja de madre e hijo.

  --Has sido bueno, Cosut --Dijo después de un rato de silencio--, admito que mis palabras han sido un poco duras, y aunque agradezco que estés presente, mi opinión no cambiará. Es mejor atacar cuanto antes.

  --Madre, no sabemos a qué nos enfrentamos, cuántos son o la habilidad que poseen. Aunque no tengo dudas sobre la victoria, sé que si atacamos sin preparación, las pérdidas que sufriremos serán cuantiosas.

   --Las perdidas siempre van a ser cuantiosas, Lucian. --Dijo ella, tan terca como un animal hambriento.

  --Aclare su mente, se lo ruego, Su Excelencia, ya estamos aquí, un par de días más no hará la diferencia. --Casi suplico, no queriendo ver muertes innecesarias.

La Durca reflexionó por un momento las palabras dichas, sabiendo que todo lo anteriormente expresado era demasiado lógico, sin embargo, su corazón de madre le gritaba que su hija estaba en grave peligro, mucho mayor al que ninguna vez imaginó.

  --Mañana al alba partiremos. Y es mi última palabra.

Lucian asintió con pesar, arrodillándose a una pierna, para luego ponerse de pie y retirarse con respeto.

El diario de un tirano Vol. IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora